Tema 41 La pintura barroca.

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Transcripción de la presentación:

Tema 41 La pintura barroca. El naturalismo tenebrista: ribera y zurbarán El realismo barroco: Velázquez y murillo

En España, el barroco supone el momento culmen de la actividad pictórica, destacando sobre un magnifico plantel de pintores, la genialidad y maestría de Velázquez, Ribera, Murillo o Zurbarán. El periodo fue conocido como Siglo de Oro, como muestra de la gran cantidad de importantes figuras que trabajaran, a pesar de la crisis económica que sufría el país. Los pintores españoles usan como inspiración a artistas italianos como Caravaggio y su tenebrismo. La pintura flamenca barroca influye notablemente en España, debido al mandato que se ejerce en la zona, y a la llegada de Rubens al país como pintor de la corte. Las principales escuelas del arte barroco serán las de Madrid, Sevilla y Valencia. La temática en España, católica y monárquica, es claramente religiosa. La mayoría de obras fueron encargadas directamente por la iglesia. Por otra parte, muchas pinturas tratan de reyes, nobles y sus guerras, como en el famoso cuadro Las Lanzas, que pintó Velázquez en 1635 para el Palacio del Buen Retiro de Madrid. La mitología y los temas clásicos también serán una constante. Pero es la religión cristiana la que más se repite, sirva como ejemplo El martirio de San Felipe, gran obra de José de Ribera. El realismo de las obras se usará para transmitir al fiel la idea religiosa, por lo que el barroco fue un arma para la iglesia. Los colores son vivos, con efectos de múltiples focos de luz que crean otras tantas zonas de sombras. El tenebrismo italiano se dejará sentir en todos los pintores españoles. Las figuras no suelen posar, son captadas con un movimiento exagerado para darle fuerza a la escena. Los cuadros al óleo son grandes y habitualmente complejos, con varias figuras y de gestos expresivos.

JOSÉ DE RIBERA (1551-1652) Ribera es una de las figuras capitales de la pintura, no sólo de ls española, sino de la europea del siglo XVII y, en cierto una de las más influyentes ya que sus formas y modelos se extienden por toda Italia, Centro de Europa y a la Holanda de Rembrandt y ni que tiene que decir de la huella que dejará en España. Pero la especial circunstancia de ser un extranjero en Italia le ha hecho ser visto como una persona ajena a su tradición y a sus gustos. Ribera es artista nacido en España, pero ha de ser considerado como italiano. En las corrientes italianas de su tiempo ha de buscarse su verdadera educación. A su llegada a Italia está en todo su apogeo la novedad caravaggesca, en tensión con la renovación romano- boloñesa que revivía clasicismos. Por este motivo, adoptó el tenebrismo que daban los flamencos y holandeses presentes en Roma, pero no deja de ver y asimilar algo de las formas bellas del mundo clasicista. Ribera completa su formación enriqueciéndose con otros hechos de cultura italiana que le son pronto familiares. Ante todo, el estudio de la gran pintura del renacimiento. En la educación de Ribera hay otro elemento que le distancia de los artistas españoles, es el estudio de la antigüedad clásica (fundamentada por el barroco europeo). A lo largo de sus obras, podemos visualizar que Ribera no va a ser un pintor con un único registro, sino que su lenguaje va a ceñirse con admirable precisión a cada uno de los hechos acaecidos. Superando el tenebrismo inicial, volverá a los intensos contrastes de luz y de sombra cuando ciertos asuntos lo exijan o cuando la iconografía lo reclame.

José Ribera. Martirio de San Felipe

José Ribera. El sueño de Jacob

José Ribera Magdalena penitente

Francisco de Zurbarán (1598-1664

Hijo de un comerciante vasco afincado y casado en Extremadura, Zurbarán nació en Fuente de Cantos (al sur de la provincia de Badajoz) el 7 de noviembre de 1598. Entró como aprendiz en el taller sevillano de Pedro Díaz Villanueva, pintor de imágenes piadosas, hasta que en 1617 (ya casado) se trasladó a Llerena, donde residió durante más de diez años realizando trabajos para diversos conventos de Extremadura y Sevilla. En 1629, atendiendo a la invitación del municipio sevillano, se instaló en la ciudad durante los siguientes 30 años. Entre 1634 y 1635 abandonó Sevilla por primera vez para desplazarse a Madrid con el encargo de pintar la serie mitológica de Los trabajos de Hércules (Museo del Prado, Madrid) y dos cuadros de batallas para el palacio del Buen Retiro. La década de 1640 fue la más fructífera de su obra; realizó varias pinturas para el monarca español Felipe IV, por lo que firmó alguna vez con el título de ‘pintor del Rey’. En la siguiente década, en cambio, comenzó su declive al no recibir tantos encargos como en épocas anteriores (tal vez por la competencia que empezó a hacerle el pintor sevillano Bartolomé Esteban Murillo), aunque continuó pintando excelentes obras. En 1658 viajó por segunda vez a Madrid, donde fijó su residencia definitivamente, aunque con dificultades económicas, hasta su muerte, el 27 de agosto de 1664, sumido en una gran pobreza.

Las obras de Caravaggio, José de Ribera y Diego Velázquez ejercieron una clara influencia en Zurbarán. Al final de su carrera artística también le influyó el estilo más tierno y vaporoso de Murillo. Su primera obra conocida, pintada cuando tenía 18 años, es la Inmaculada Concepción (1616, Colección Valdés, Bilbao). Obra de juventud es también un Cristo crucificado (1626-1630, Museo de Bellas Artes de Sevilla), tema que repetirá en numerosas ocasiones a lo largo de su carrera. Aunque Zurbarán pinta historias e imágenes religiosas aisladas, sus obras principales son retablos y series de lienzos para conventos. Para el Colegio Franciscano de Sevilla llevó a cabo el ciclo de Historias de san Buenaventura (1629, repartido en diversos museos) y para los mercedarios de Sevilla las dos Visiones de san Pedro (1629, ambas en el Museo del Prado). Obra de primera magnitud es La apoteosis de santo Tomás de Aquino (1631, Museo de Bellas Artes de Sevilla), pintada originariamente para el colegio mayor de Santo Tomás en Sevilla. Entre 1630 y 1635 llevó a cabo las pinturas para Nuestra Señora de las Cuevas, en Triana, de las que destaca San Hugo en el refectorio de los cartujos. En los años finales de la década de 1630, realizó el ciclo de pinturas del monasterio de Guadalupe (1638-1645), únicas piezas que se conservan en el lugar de origen, en el que retrata en diversos lienzos la vida de san Jerónimo y las principales figuras de su orden monástica, como Fray Gonzalo de Illescas, y la serie para la cartuja de Jerez (1633-1639), cuyas historias evangélicas del retablo se encuentran en el Museo de Grenoble, pero en las que los más valiosos son los cuadros de santos cartujos en oración, como el Beato Juan de Hougton del Museo de Cádiz.

Santa Casilda Zurbarán. Santa Margarita

Apoteosis de Santo Tomás

Zurbarán. La visión de San Pedro Nolasco

San Hugo en el refectorio Zurbarán. San Hugo en el refectorio Los siete primeros cartujos, entre los que se encuentra San Bruno, fueron alimentados por San Hugo, por aquel entonces obispo de Grenoble. Un día, éste último, visitó a los monjes y, para comer, les pidió carne. Los monjes vacilaban entre contravenir sus reglas o aceptar esa comida y mientras debatían sobre esta cuestión, cayeron en un sueño extático. Cuarenta y cinco días más tarde, San Hugo les hizo saber, por medio de un mensajero, que iba a ir a visitarles. Cuando éste regresó le dijo que los cartujos estaban sentados a la mesa comiendo carne. ¡Y estaban en plena Cuaresma!. San Hugo llegó al monasterio y pudo comprobar por sí mismo la infracción cometida. Los monjes se despertaron del sueño en que habían caído y San Hugo le preguntó a San Bruno si era consciente de la fecha en la que estaban y la liturgia correspondiente. San Bruno, ignorante de los cuarenta y cinco días transcurridos, le habló de la discusión mantenida acerca del asunto durante su visita. San Hugo, incrédulo, miró los platos y vió cómo la carne se convertía en ceniza. Los monjes, inmersos en la discusión que mantenían cuarenta y cinco días antes, decidieron que, en la regla que prohibía el comer carne, no cabían excepciones.

pincel se habría vuelto, VELÁZQUEZ (1599-1660) “En tu mano un cincel, pincel se habría vuelto, pincel, solo pincel, pájaro suelto” (Rafael Alberti)

Diego Velázquez (1599-1660): Nace en Sevilla, ciudad cosmopolita y abierta, sede de ricos mercaderes flamencos e italianos. Esto le permite acceder a las novedades de la época. Se forma en el taller de Francisco Pacheco, pintor y tratadista, que celebra tertulias en las que artistas y literatos conversan sobre arte, que consideran una actividad noble y elevada. Ahí se forja un Velázquez intelectual y culto (su biblioteca constará más tarde de 122 volúmenes). Sus primeras obras (La vieja friendo huevos, El aguador) son tenebristas; bodegones mezclados con pocos personajes de gran realismo, en tonos ocres y pardos, de pincelada gruesa. Van dirigidas a una minoría culta, capaz de apreciar la novedad de unir los temas flamencos de cocinas con la técnica naturalista. En 1623 viaja a la Corte madrileña. Gracias a su valía y a la ayuda de su suegro Pacheco, consigue ser nombrado pintor de cámara de Felipe IV. Inicia así una carrera de ascenso social que culminará al ser nombrado aposentador mayor de palacio. Su ingreso en la Corte le permite acceder a la excelente colección pictórica de los reyes, especialmente a los cuadros de Tiziano y a Rubens. Su pintura se vuelve más luminosa y colorista. Pinta retratos del rey y familia, elegantes y sencillos, reflejando la psicología del personaje, y un lienzo mitológico: Los borrachos.

De 1629 a 1631 viaja por Italia con el encargo de comprar obras de arte para las colecciones reales. En Venecia, Roma y Nápoles completa su formación sobre color, luz, perspectiva y desnudo. Allí pinta La fragua de Vulcano, de tema mitológico. A su vuelta a España, cultiva casi exclusivamente la pintura profana (aunque su Cristo crucificado es una de las mejores imágenes religiosas de la pintura española). Para el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro, pinta La rendición de Breda o Las lanzas, cuadro histórico, de colores brillantes y claros, de pincelada suelta, con fondo de paisaje. Sigue con los retratos (Felipe IV, Conde-Duque de Olivares, Príncipe Baltasar Carlos) a caballo o de caza, sin olvidar los bufones (Niño de Vallecas, Pablillos de Valladolid), a los que trata con enorme respeto, destacando su dignidad humana. Realiza un segundo viaje por Italia (1648-1651) durante el que pinta dos paisajes de la Villa Médicis, casi impresionistas, el retrato del papa Inocencio X, y la Venus del Espejo, desnudo mitológico en la tradición de Tiziano. A su vuelta pinta dos obras maestras: Las Hilanderas, sobre la fábula de Aracne; y Las Meninas, retrato colectivo complejo por su composición y simbolismo, donde aparecen los reyes reflejados en un espejo, Velázquez - que reclama la consideración de la pintura como una actividad intelectual - y el propio espectador, que queda incluido en la composicón. Alcanza una incomparable calidad artística en el dominio de la perspectiva aérea y de la luz. Tras conseguir ser nombrado Caballero de la Orden de Santiago, su máxima ambición, muere Velázquez en 1660.

Velázquez

Velázquez

Velázquez

Velázquez

Velázquez

Velázquez

Velázquez

Velázquez

BARTOLOMÉ ESTEBAN MURILLO

Bartolomé Esteban Murillo había nacido en Sevilla en 1617, se había formado con un modesto pintor, Juan del Castillo (h. 1580-1657), y en 1645 contrata su primera obra importante, la serie del claustro chico del convento de San Francisco, hoy dispersa. Desde entonces hasta su muerte en 1682, a consecuencia de una caída del andamio cuando pintaba el retablo mayor de los Capuchinos de Cádiz, su vida profesional fue una carrera de éxitos. Sus verdaderos maestros, sin embargo, fueron Zurbarán y Ribera, de quienes aprendió el naturalismo tenebrista. De Juan de las Roelas y de Herrera el Mozo habría asumido el colorido de los venecianos, los contraluces tardotenebristas y el movimiento teatral del barroco decorativo. Seguramente conoció a Alonso Cano, en quien se ve un antecedente para el lirismo de sus Vírgenes. Aníbal Carraci y Guido Reni, en los que aprendería el clasicismo de la composición; Rubens, para el impulso ascensional y las glorias de ángeles niños de sus Inmaculadas, y Van Dyck, por su mesura y elegancia compositiva, tan de acuerdo con su espíritu, se citan también entre sus fuentes, conocidos a través de numerosas estampas, según era norma frecuente, o alguna copia. Se discute la visita que Palomino le atribuye a Madrid en 1642, donde permanecería invitado por Velázquez hasta 1645 y estudiaría las colecciones reales; está documentada empero la de 1658, que le afirmaría en los aprendizajes ya adquiridos. Aunque de evolución lenta, llegó a ser un maestro consumado, de una excelencia en el dibujo y un virtuosismo técnico sin parangón tras la muerte de Velázquez, que manejaba el color con una riqueza de matices y exquisita sensibilidad, y componía con una sabiduría e imaginación superior a la de sus contemporáneos. Su fama llegó a Madrid desde donde en 1670, según cuenta Palomino, lo llamó Carlos II; pero no era Murillo hombre para las complejidades de la Corte y rechazó la invitación.

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