Las verdades eternas Muerte, Juicio, Infierno, Purgatorio, Cielo

Creo en la resurrección de la carne (Catecismo 988-1004) Es una verdad esencial de la fe, revelada por Cristo: Dios, en su omnipotencia, reunirá nuestro cuerpo y nuestra alma, que habían sido separados en el momento de la muerte. Resucitarán todos los hombres: “los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación” (Juan 5, 29).

Creo en la resurrección de la carne (Catecismo 988-1004) LOS CUERPOS DE LOS SANTOS SERÁN: “GLORIOSOS” (cf. Filipenses 3, 21) Y “ESPIRITUALES” (cf. 1Corintios 15, 44)

Creo en la resurrección de la carne (Catecismo 988-1004) Una vez revelada por Dios esta verdad, la inteligencia encuentra motivos de conveniencia: es natural al alma estar unida al cuerpo; que el cuerpo reciba también el premio o castigo; Cristo, Cabeza del Cuerpo, ha resucitado; por la Eucaristía que recibieron nuestros cuerpos.

Creo en la resurrección de la carne (Catecismo 988-1004) La veneración de las reliquias de los santos es una manifestación de la fe de la Iglesia en la resurrección del propio cuerpo.

Sentido cristiano de la muerte (Catecismo 1005-1014) La vida del hombre es breve... se acaba. Sería absurdo vivir de espaldas a algo que nos va a suceder con seguridad: yo me voy a morir. La muerte es el final de la vida en el mundo. El cuerpo se deteriora —por enfermedad, accidente, etc.— hasta que el alma no puede mantenerlo con vida y se separan. El cuerpo se corrompe; el alma, por ser espiritual, sigue existiendo separada del cuerpo.

Sentido cristiano de la muerte (Catecismo 1005-1014) Para el cristiano la muerte no es el final, sino el principio. Pensar en ella nos anima a llevar una vida cara a Dios, para gozar después eternamente de Él. “Cuando venga la muerte, que vendrá inexorable, la esperaremos con júbilo” (San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 21)

Ante el Juez supremo (Catecismo 1021-1022) Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre (Catecismo, 1022). “Está determinado que los hombres mueran una sola vez y que después de la muerte venga el juicio” (Hebreos 9, 27). Por tanto, no hay reencarnación.

Ante el Juez supremo (CEC 1021-1022) motivo para ejercer la justicia y las demás virtudes, porque sabemos que seremos juzgados ¡empeñarse con todas las fuerzas en construir un mundo mejor! Juicio «A la tarde, te examinarán en el amor» (San Juan de la Cruz)

La eterna felicidad en el Cielo (Catecismo 1023-1029) “Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven "tal cual es" (1 Juan 3, 2), cara a cara (cf. 1 Corintios 13, 12; Apocalipsis 22, 4)” (Catecismo 1023). La contemplación de Dios en su gloria es llamada "visión beatífica" (Catecismo 1028).

La eterna felicidad en el Cielo (Catecismo 1023-1029) Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama "cielo". Es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha (Catecismo 1024).

La eterna felicidad en el Cielo (CEC 1023-1029) “Lo que Dios ha preparado para los que lo aman, ni el ojo lo ha visto, ni el oído lo ha escuchado, ni la mente del hombre pudo siquiera haberlo imaginado” (1Corintios 2, 9). El cielo es el premio por morir en gracia: “bien, siervo bueno y fiel, porque has sido fiel en lo poco, entra en el gozo de tu Señor” (Mateo 25, 21).

La eterna felicidad en el Cielo (Catecismo 1023-1029) Además gozaremos de todo lo que ahora nos hace felices (gloria accidental) Pensar en el cielo no es egoísmo ni falta de generosidad, es ejercitar la virtud de la esperanza, que exige la fe y la caridad.

La eterna condenación en el Infierno (Catecismo 1033-1037) “Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de auto-exclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra «infierno»” (Catecismo, 1033).

La eterna condenación en el Infierno (Catecismo 1033-1037) “Dios no predestina a nadie a ir al infierno; para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en ella hasta el final” (Catecismo, 1037). EXISTE: la Sagrada Escritura habla de él en muchísimas ocasiones ES ETERNO: también lo afirma la Biblia (cf. por ej. Mc 9, 42)

La eterna condenación en el Infierno (Catecismo 1033-1037) PRINCIPAL (o “de daño”): separación eterna de Dios, que es la vida y la felicidad PENAS SECUNDARIA (o “de sentido”): tormento causado por el fuego eterno.

La eterna condenación en el Infierno (Catecismo 1033-1037) Es un llamado a considerar la gravedad del pecado mortal, al apostolado y a la responsabilidad en el uso de la libertad. Es también un llamado apremiante a la conversión: a entrar “por la puerta angosta” (Mateo 7, 13), estando siempre preparados, porque no sabemos “el día ni la hora”.

La purificación final o Purgatorio (Catecismo 1030-1032) “Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo” (Catecismo, 1030). “La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final” (Catecismo, 1031).

La purificación final o Purgatorio (Catecismo 1030-1032) Es "completamente distinta del castigo de los condenados" (Catecismo, 1031). En el Purgatorio hay amor a Dios, deseos de verle cara a cara y alegría porque se llegará al Cielo. Al mismo tiempo hay dolor por la pena de daño (privación temporal de la visión beatífica) y por la pena de sentido.

La purificación final o Purgatorio (Catecismo, 1030-1032) Las penas de sentido son desiguales y pueden aliviarse por los sufragios de los vivos: Santa Misa (el principal sufragio) indulgencias, limosnas, obras de penitencia La consideración del Purgatorio nos lleva a buscar la purificación de los pecados en esta vida, mediante las obras de penitencia y las indulgencias.

Los niños que mueren sin Bautismo (Catecismo, 1250-1252, 1261) En el caso de los niños, la Iglesia no conoce otro medio que el Bautismo para borrar el pecado original; por eso, establece que sean bautizados cuanto antes, en las primeras semanas después del nacimiento.

Los niños que mueren sin Bautismo (Catecismo, 1250-1252, 1261) En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina. La gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven (cf. 1 Timoteo 2, 4) y la ternura de Jesús con los niños, (cf. Marcos 10, 14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para ellos.

Los niños que mueren sin Bautismo (Catecismo, 1250-1252, 1261) Por esto es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo Bautismo” (Catecismo, 1261).

Los niños que mueren sin Bautismo «La conclusión del estudio es que hay razones teológicas y litúrgicas para motivar la esperanza de que los niños muertos sin Bautismo puedan ser salvados e introducidos en la felicidad eterna, aunque no haya una enseñanza explícita de la Revelación sobre este problema» (“La esperanza de salvación para los niños que mueren sin Bautismo”, estudio de la Comisión Teológica Internacional, aprobado por el Papa el 19 de enero de 2007). 

Los nuevos cielos y la nueva tierra (Catecismo, 1042-1050) Al fin de los tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del Juicio final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo será renovado (Catecismo, 1042).

Los nuevos cielos y la nueva tierra (Catecismo, 1042-1050) La Sagrada Escritura llama "cielos nuevos y tierra nueva" a esta renovación misteriosa que transformará la humanidad y el mundo (2 Pedro 3, 13; cf Apocalipsis 21, 1). Esta será la realización definitiva del designio de Dios de "hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" (Efesios 1, 10) (Catecismo, 1043).

Los nuevos cielos y la nueva tierra (Catecismo, 1042-1050) “Hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de Dios” (Gaudium et Spes, 39). El segundo no es resultado del primero. “Sin embargo, el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios” (Gaudium et Spes, 39).

Los nuevos cielos y la nueva tierra (Catecismo, 1042-1050) Por eso, la espera de la definitiva instauración del Reino de Cristo, no debe debilitar sino avivar el empeño de procurar el progreso terreno (Catecismo, 1049).

Algunas consecuencias Todo lo que hacemos nos acerca a Dios o nos aparta de Él: ¡tomarse la vida en serio! Aprovechamiento del tiempo: combate a la pereza y al desorden (saber trabajar y saber descansar).

Algunas consecuencias La esperanza del Cielo debe animarnos a llevar una vida auténticamente cristiana. Adelantar el juicio, haciendo un diario examen de conciencia y pidiendo ayuda para saber hacia dónde vamos.