José Antonio Pagola. Jesús: aproximación histórica.

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Transcripción de la presentación:

José Antonio Pagola. Jesús: aproximación histórica. Con sus parábolas, Jesús, trata de acercar el reino de Dios a cada aldea, a cada familia, a cada persona. Con las parábolas de Jesús “sucede” algo que no se produce en las minuciosas explicaciones de los maestros de la ley. Jesús hace presente a Dios irrumpiendo en la vida de sus oyentes. Sus parábolas conmueven y hacen pensar; tocan su corazón y les invitan a abrirse a Dios; sacuden su vida convencional y crean un nuevo horizonte para acogerlo y vivirlo de manera diferente. La gente las escucha como una “buena noticia”, la mejor noticia que pueden escuchar. José Antonio Pagola. Jesús: aproximación histórica. Texto: Lucas 15, 1‑3. 11‑32 - Cuaresma 4 –C- Comentarios y presentación: M. Asun Gutiérrez Cabriada. Música: Albinoni. Concierto Nº 12. Adagio.

1Entre tanto, todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Jesús para oírlo. 2Los fariseos y los maestros de la ley murmuraban: —«Este anda con pecadores y come con ellos.» La escena nos presenta a Jesús hablando con gente poco recomendable: pecadores públicos y recaudadores de impuestos, ante el escándalo de la gente considerada de orden y de bien: los fariseos y los letrados. En tiempo de Jesús, compartir mesa era una forma especialmente íntima de amistad y solidaridad. Por ningún motivo se podía compartir mesa con alguien de clase inferior y mucho menos con alguien cuya conducta no se aprobara. Jesús se hace cercano a los indeseables y escandaliza a los fariseos. Ellos también están invitados. Jesús no excluye a nadie.

3Entonces Jesús les dijo esta parábola: A los fariseos y maestros de la ley les escandaliza el comportamiento atípico de Jesús. Murmuran porque acoge a los pecadores y come con ellos. Jesús les responde con esta parábola que revela cómo es Dios. Jesús dirige la parábola a los “hombres religiosos”, que le habían acusado de ser “amigo de publicanos y pecadores”(Lc 7, 34), a las personas que no tienen misericordia, que se escandalizan del comportamiento de Jesús y del mensaje del Evangelio. Con esta parábola, Jesús redescubre y muestra el verdadero rostro del Padre, que siente un amor maternal por su hijos e hijas, con frecuencia desfigurado por el peso de la ley y por el rigor de su cumplimiento farisaico.

11—«Un hombre tenía dos hijos 11—«Un hombre tenía dos hijos. 12El menor dijo a su padre: “Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde.” Y el padre les repartió el patrimonio. 13A lo pocos días, el hijo menor recogió sus cosas, se marchó a un país lejano y allí despilfarró toda su fortuna viviendo como un libertino. Jesús nos habla de Dios como de un padre amoroso. Es un padre que tolera que un hijo se vaya de casa, con la parte de su fortuna que todavía no le corresponde, en lugar de prohibírselo con su autoridad. Es un padre que deja libertad a sus hijos, aunque no estén preparados para usar de esa libertad con responsabilidad y madurez.

Al alejarse de casa se deteriora su vida. 14Cuando lo había gastado todo, sobrevino una gran carestía en aquella comarca, y el muchacho comenzó a padecer necesidad. 15Entonces fue a servir a un hombre de aquel país , quien le mandó a sus campos a cuidar cerdos. 16Habría deseado llenar su estómago con las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Al alejarse de casa se deteriora su vida. Siente añoranza de lo que supone estar en la casa del Padre: dignidad, cariño, alegría de sentirse hijo, confianza, solidaridad, alimento material y espiritual, felicidad...

17Entonces recapacitó y se dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan de sobra, mientras que yo aquí me muero de hambre! 18Me pondré en camino, volveré a casa de mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. 19Ya no merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros.” 20Se puso en camino y se fue a casa de su padre. El hambre, más que el arrepentimiento, es el verdadero motivo de su regreso. Hambre física y hambre de recuperar su dignidad y su identidad. Conoce a su padre y sabe que, por mucho que se haya alejado de casa, nunca podrá llegar tan lejos que no le alcance su acogida y su amor. Sabe que siempre será recibido con los brazos y el corazón abiertos.

Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio, y, profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos. 21El hijo empezó a decirle: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.” El padre sale al encuentro del hijo, no necesita escuchar su confesión, ni que el hijo pormenorice sus faltas, ni le impone ninguna penitencia; actúa como padre no como juez, toma la iniciativa de besarlo y abrazarlo, su vuelta a casa es una fiesta. El abrazo del Padre estrecha todos nuestros errores, acaricia todas nuestras cicatrices, borra todas nuestras equivocaciones. Saberse amad@ y perdonad@ incondicionalmente capacita para perdonar y para amar.

22Pero el padre dijo a sus criados: “Traed, en seguida, el mejor vestido y ponédselo; ponedle también un anillo en la mano y sandalias en los pies. 23Tomad el ternero cebado, matadlo y celebremos un banquete de fiesta, 24porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y lo hemos encontrado.” Y se pusieron a celebrar la fiesta. La alegría del Padre, como toda alegría, busca compartirse y comunicarse. Organiza una fiesta. Acoge, sienta a su mesa, regala comunión fraternal, alegría, libertad y vida. El “hijo menor” ha acogido ya el amor del Padre. Su vida sin sentido y sus carencias le han ido conduciendo a los brazos del Padre que le esperaba sin condiciones. Recupera su dignidad de hijo, sin tener que soportar un interrogatorio humillante ni ningún escarmiento. No hay castigo ni penitencias. Hay alegría y fiesta. Es la gracia verdadera, la gratuita; el amor no se paga, se disfruta y se celebra. “Si el hijo hace mal, la madre no se indigna, se apena. Si el hijo “vuelve”, la madre no perdona, se lleva un alegrón”. (J.E.Galarreta)

Como demuestra la actitud del hermano mayor, el no haberse alejado de casa no significa estar cerca ni conocer al padre ni participar del calor familiar y de la fraternidad. El padre le va a enseñar, a él y a nosotr@s, que para apreciar la acogida y el amor, nada mejor que acoger y amar. 25Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando vino y se acercó a la casa, al oír la música y los cantos, 26llamó a uno de los criados y le preguntó qué era lo que pasaba. 27El criado le dijo: “Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado sano.” 28Él se enfadó y no quería entrar.

Su padre salió a persuadirlo, 29pero el hijo le contestó: “Hace ya muchos años que te sirvo sin desobedecer jamás tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para celebrar una fiesta con mis amigos. 30Pero llega ese hijo tuyo, que se ha gastado tu patrimonio con prostitutas, y le matas el ternero cebado.” El padre misericordioso también sale a buscar al hijo mayor. Este hijo representa la actitud farisaica que Jesús quería, y quiere, combatir. Se cree mejor y con más derechos que l@s demás, no ama, no tiene corazón capaz de acoger. Le indigna la conducta del Padre hacia su hermano, le parece demasiado blando. Él le hubiera amenazado con un buen castigo, le hubiera prohibido participar de la mesa familiar, le hubiera desheredado definitivamente. Pesa, cuenta, mide.... méritos e indulgencias. Trabaja por la recompensa. Se cree con derecho a juzgar, a excluir y a condenar. No dice “mi hermano”, sino “ese hijo tuyo”. ¿Qué me sale más espontáneo: ser fiscal, juzgar, acusar, condenar - como “los hermanos mayores”- o acoger, perdonar con facilidad, como hace el padre de la parábola, como hace Dios? ¿Me alegro del bien, de la felicidad de l@s demás? ¡Soy hij@! ¿Soy herman@?

31Pero el padre le respondió: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. 32Pero tenemos que alegrarnos y hacer fiesta, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado.” La Buena Noticia, la mejor noticia es saber que así es Dios, como el padre amoroso de la parábola. Y una gran suerte y alegría saber que no se parece en nada a “los hermanos mayores”. La parábola no tiene final. Termina con la invitación del padre a entrar en casa, acoger al hermano y celebrar una gran fiesta. No sabemos su reacción. No sabemos si entró o no entró. Nosotr@s recibimos la misma invitación. Y sabemos que para entrar en casa del Padre y participar en la fiesta, sólo hay una puerta: la acogida, la ayuda, el amor a l@s demás. ¿Entramos?

¡Qué bueno es el Señor! Salmo 33. El Señor es bueno, la Bondad, desbordamiento de amor. Respeta la libertad de sus hijos e hijas, los ata sólo con correas de amor. ¡Qué bueno es el Señor!. No excomulga ni maldice al hijo que se aleja, pero sigue con el corazón sus pasos y espera y sueña, no se le cura la herida de su ausencia. La vuelta del hijo es para él la fiesta de las fiestas. No castiga, no pide cuentas, regala dignidad y vestido, con chinelas, anillo y banquete y belleza. Besos y abrazos son su penitencia. ¡Gustad y ved qué bueno es el Señor!. Tampoco maldice ni excomulga al hijo “bueno”, que no se alegraba con la vuelta del hermano. Quiso abrir sus ojos a la luz del amor, cambiar su corazón con sabiduría, con paciencia y con fuego. La inmensidad de su amor se derrocha en todas sus criaturas. ¡Qué bueno es el Señor!