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ASAMBLEA NACIONAL 2009 Orizaba, Veracruz.

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Presentación del tema: "ASAMBLEA NACIONAL 2009 Orizaba, Veracruz."— Transcripción de la presentación:

1 ASAMBLEA NACIONAL 2009 Orizaba, Veracruz

2 Debilidades y fortalezas del sacerdote en el campo emocional.
Sr. Ob. Marcelino Hernández

3 Introducción . Es probable que no tengamos respuestas suficientes al por qué estamos precisamente nosotros aquí; pero tal vez no haga falta tenerlas. Dios nos metió en esta danza y Él bien sabe para qué. Estamos en el contexto de la fidelidad del sacerdote a Cristo y a la Iglesia. Tenemos una encomienda: acompañar a nuestros hermanos en el ministerio, lo más cercanamente posible a fin de lograr el servicio esperado conforme el mandato y deseo de Jesús, y la demanda, en ocasiones angustiosa de nuestros hermanos laicos, de llevarles el consuelo, la fortaleza, la paz, a sus ambientes sedientos de tolerancia, comprensión y alegría.

4 Pretendo en estos minutos de mi exposición suscitar comentarios, reflexiones, a lo mejor alguna acción a favor de nuestros hermanos presbíteros, a quienes representamos en esta asamblea Nacional. Tenemos sin duda muchas debilidades y situaciones que nos hacen sufrir; pero también de seguro tenemos fortalezas en las que nos podemos apoyar y con entusiasmo y decisión las podemos aprovechar. .

5 Aprovecharé el trabajo que el Señor Obispo Miguel Romano nos ha proporcionado en últimas fechas por considerarlo muy oportuno y completo y yo agregaré algunos sencillos comentarios, que con mucho cariño y respeto les he preparado. La tristeza (melancolía), la ira y la acedia. Son tentaciones sutiles, no tan obvias como las del campo de los apetitos, pero que poco a poco van minando la vida y la entrega de los discípulos de Cristo. .

6 Estas tentaciones generan un tedio emocional que hace perder el entusiasmo, la serenidad y la alegría de la entrega en todas las cosas que hacemos. De ellas nos ocuparemos por unos momentos. Dios quiera que resulten algunas provechosas conclusiones. .

7 LA TRISTEZA . La tristeza, aunque no está enumerada entre los pecados capitales, es considerada por muchos padres y santos doctores como una de las más peligrosas enfermedades de la vida espiritual.

8 . Tomás de Aquino: “la tristeza es un vicio causado por el desordenado amor de sí mismo, que no es un vicio especial sino la raíz general de todos ellos”. Lo propio del cristiano, y por ende del sacerdote, es la alegría que nace como consecuencia del encuentro gozoso con Dios, que tanto nos ama. Por el contrario, es muy difícil progresar en el amor de Dios si no se está alegre, si no se vive el ministerio con entusiasmo y con una evangélica alegría.

9 “Mientras que la tristeza pertenece esencialmente a la madurez del hombre, como trabajo, como elaboración de experiencias perdidas, la melancolía como compasión de uno mismo es infructuosa. Cuando no puede satisfacer sus deseos, el hombre se refugia en la autocompasión. .

10 . En el fondo, en la melancolía se ocultan, con frecuencia, deseos inmoderados. Porque no soy el mejor, dejo de luchar y me refugio en la melancolía”.

11 . La melancolía hace que vivamos más en el pasado que en el presente, pues nos lleva a añorar lo que nunca se tuvo, o lo que efectivamente se tuvo, pero ya no pertenece al ámbito de nuestra existencia. La melancolía, además, turbia nuestra visión del futuro, aniquilando toda esperanza, y entonces aparece la desilusión.

12 . La desilusión es una situación delicada, porque ella induce, en un número cada vez mayor, a que se abandone la misión encomendada por Cristo el día de la ordenación.

13 . En la vida de los presbíteros, llena de actividades y deberes, se corre el riesgo de perder de vista su profundo sentido, si no se cuenta con suficientes espacios para la oración y la reflexión. Para lograr una reflexión madura de la propia existencia, la oración personal ocupa la primacía, unida a la capacidad de autocrítica y conocimiento.

14 Una constante que encontramos en quienes abandonan el ministerio sacerdotal es que la crisis que los llevó a tomar tan dolorosa decisión, comenzó al dejar la vida de oración, principalmente la oración mental. Así, quien abandona el diálogo cercano y profundo con Jesucristo, está más expuesto a sufrir desilusiones, al igual que a levantarse más tardíamente de ellas. .

15 . Quien ora, no obstante las dificultades que se puedan presentar, podrá mantener la ilusión, y si la ha perdido, con mayor facilidad podrá adquirirla nuevamente, pues sabrá descubrir el plan de Dios aún en aquellas situaciones desconcertantes. Por el contrario, cuando perdemos la comunión con Dios en la oración, fácilmente podemos extraviar el camino; y todo lo que realizamos, poco a poco, va perdiendo su significado.

16 . Por su parte, se percibe de entre los más jóvenes una deficiente capacidad para afrontar las frustraciones. Una señal clara de madurez es precisamente la manera en que se superan las frustraciones que se pueden presentar a lo largo de la vida. El hombre maduro ha ejercitado su voluntad y fortalecido su carácter al aceptar serenamente las diversas renuncias que se presentan en la vida, al igual que sus propias limitaciones y defectos, así como las de los demás con quienes trabaja. A su vez, acepta que los demás no se adecúan siempre a sus gustos y preferencias, por lo que busca adaptar sus expectativas a la realidad.

17 Cuando algunos sacerdotes desilusionados expresan que no habían previsto las dificultades que se les han ido presentando, muestran que durante su formación inicial no tuvieron la valentía suficiente para aceptar que la vida sacerdotal implica tanto satisfacciones como desconciertos; días llenos de sol, y días con lluvia. Además, el desencanto irrumpe más fácilmente en aquellos que colocan sus esperanzas en sus propias fuerzas y que hacen depender su felicidad de la aprobación de los demás. .

18 Fortalezas: . Ante las desilusiones que se presentan en la vida ministerial siempre será provechoso buscar ayuda, principalmente en Dios, pues muchas de las veces la desilusión aparece como consecuencia de haber olvidado que es Dios el principal protagonista de la historia y de nuestra propia existencia.

19 . En la oración personal uno podrá intuir que aquello que nos aflige tiene un significado dentro de nuestra personal historia de salvación.

20 Del encuentro con Jesucristo resucitado surgirán las fuerzas necesarias para entusiasmarse e ilusionarse con la propia vocación, a pesar de las dificultades que se han presentado. .

21 . Siempre debemos tener muy presentes aquellas palabras que el obispo pronunció el día de nuestra ordenación: “Dios que comenzó en ti esta buena obra, Él mismo la lleve a término”. Sí, es Dios quien, por gratitud y preferencia especial, nos llamó; y Él es el principal interesado en llevar a término la obra que en nosotros ha iniciado. Él está dispuesto a ayudarnos siempre, basta que humilde y perseverantemente se lo pidamos en la oración.

22 . Como es natural, quien experimenta alguna inquietud como la tristeza, siente espontáneamente la necesidad de compartirla, para poder descubrir nuevos caminos que lo lleven a entusiasmarse nuevamente con su vocación. Sin embargo, es necesario que los sacerdotes encuentren la suficiente confianza con sus hermanos en el ministerio para expresar cómo se siente con respecto a su propia vida y hallar el oportuno consejo y consuelo; de otra manera acudirán equivocadamente donde no lo van a encontrar.

23 . Nosotros necesitamos de los demás para compartir no solamente nuestros éxitos, sino también nuestros fracasos, pues la vida está compuesta por estos dos elementos.

24 Es importante crear momentos y espacios oportunos para esas conversaciones confiadas entre los hermanos en el ministerio. Sería una grave negligencia de nuestra parte el no preocuparnos por quien sabemos que pasa un mal momento, al igual que sería lamentable que quien sufre la desilusión en su ministerio, no buscara oportunamente la ayuda necesaria para superar esa crisis. .

25 La melancolía, concretamente, es un sufrimiento que no nos permite vivir en la libertad de los hijos de Dios, pues nos esclaviza y limita en nuestro obrar. Quien vive en la tristeza o en el desánimo debe trabajar con humildad y perseverancia para salir de este peligroso estado del alma. .

26 Lo que se ha de buscar es encontrar la alegría en medio del sufrimiento, en lugar de permanecer pasivamente esperando que las circunstancias cambien para cambiar también de estado de ánimo. .

27 . Uno de los principales textos de la Sagrada Escritura que nos invita a la alegría lo encontramos en la carta a los Filipenses. En ella, san Pablo expresa: “Estén siempre alegres en el Señor; se los repito, estén alegres. Que todo el mundo los conozca por su bondad. El Señor está cerca. Que nada los angustie; al contrario, en cualquier situación presentan sus deseos a Dios, orando, suplicando y dando gracias” (Flp. 4, 4-6). 

28 . La alegría en el sufrimiento es uno de los temas de la carta a los Filipenses, la cual Pablo escribió desde su prisión en Éfeso. Al Apóstol de los gentiles, el sufrimiento le ayudaba a experimentar una mayor comunión con Cristo y por ello descubrió que la verdadera alegría, la alegría en el Señor, se acredita precisamente en el sufrimiento. Los sentimientos de fragilidad, dolor e impotencia, pueden ayudarnos, como a san Pablo, a experimentar que nuestra fortaleza y nuestra verdadera fuente de alegría se encuentran en Dios. Cuando el sufrimiento nos ayuda a estar más cerca de Dios, entonces es bienaventurado.

29 El Reino de Dios se expresa en tres actitudes: “justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo” (Rm. 14, 17). Por tanto, la alegría es una característica esencial del hombre que busca y opta por Dios y los valores del Reino. En el caso del sacerdote, esta alegría adquiere una especial connotación, pues él busca configurarse con los sentimientos de Cristo, el Pastor alegre que nos comparte su vida. .

30 . Si Cristo está realmente cerca de nosotros, si se busca estar en comunión con Él, entonces la alegría es el estado de ánimo del cristiano y, de manera especial, del sacerdote.

31 . Ahora, ¿qué puede hacer el sacerdote que vive en la tristeza, además de orar y confiar en Dios? Algo que recomiendan los expertos es el aprender a creer en uno mismo. La persona que vive sumida en la melancolía o la tristeza ha dejado de creer en sí misma. Frente a los sentimientos de insatisfacción, inseguridad e impotencia que, de forma inevitable, nos acompañan en nuestro ciclo vital, es necesario modificar ciertos hábitos o costumbres que nos roban la alegría y la confianza en uno mismo, al igual que se deben fomentar otros hábitos que nos permitan crecer en confianza. Entre los hábitos que tenemos que evitar están: “machacarnos” sin piedad después de un acontecimiento o hecho poco valioso, recriminarnos continuamente por hechos y errores pasados y sufrir por aquello que ya no tiene solución o que no está en nuestras manos resolverlo.

32 . Al pasado debemos recurrir para advertir y aprender de nuestros errores, pero no para castigarnos con ello. Debemos aprender a ver nuestra vida a partir de la misericordiosa mirada de Dios que nos perdona cuando lo pedimos con humildad y que nos anima pasando por encima de nuestras ofensas.

33 Por su parte, para generar confianza en uno mismo se recomienda: asumir que nos podemos equivocar y que habrá cosas que no podemos o sabemos hacer; animarnos a nosotros mismos cuando parezca que todo está en nuestra contra; aprender a pensar en positivo siendo realistas; confiar en nuestras posibilidades; aceptar que, con frecuencia, las cosas llegan o se consiguen más tarde de lo que pensamos; seguir confiando en nosotros mismos después de los fracasos, fomentar la sonrisas y el buen humor. .

34 Estas acciones tendrán su eficacia y se verán fortalecidas en la medida en encontremos en Dios la causa de nuestra alegría, lo cual se consigue cuando se tiene una profunda vida interior, que sabe descubrir el rostro alegre de Dios en medio de las dificultades y penas de la vida. 19 Cf. M.J. ÁLAVA REYES, La inutilidad del sufrimiento, Madrid 2009,

35 LA IRA . “Toda amargura, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca de entre ustedes” (Ef. 4,31).

36 La ira se le ha considerado como un peligroso pecado capital del cual se desprenden otros. La ausencia de mesura y autocontrol ante ciertas situaciones puede llevar a la persona a cometer faltas contra la caridad y la justicia aún cuándo éstas no se buscaban realizar de manera directa. Cuando una persona está profundamente irritada tendrá más dificultad de auto controlarse que otra está más tranquila. .

37 . Una vez que ha “estallado”, le resulta difícil recuperar la serenidad y la cordura y, por el contrario, si se ha controlado y no ha llegado a la fase máxima de enfado, entonces le resultará más sencillo controlarse. Como advierte un Padre del desierto, “la ira es una pasión furiosa que con frecuencia hace perder el juicio a quienes tienen el conocimiento, embrutece el alma y degrada todo el conjunto humano”21.

38 . Al perderse el propio control aparecen las explosiones de malhumor, fruto de la irascibilidad en sus múltiples manifestaciones. En consecuencia, no se encuentra paz en la oración, porque, en vez de hablar con Dios, se rumian los agravios; en la conversación con los demás salta con facilidad la cólera, la imprudencia al hablar; su susceptibilidad le hace sentirse frecuentemente ofendido, y sin mansedumbre, busca vengar de alguna manera su ofensa, sea agrediendo, desprestigiando o amedrentando. La ira, como cualquier otra debilidad humana, puede presentarse también entre los sacerdotes.

39 “La ira es la más fuerte de las pasiones
. “La ira es la más fuerte de las pasiones. Es una rebelión de la parte irritable del alma que se levanta contra alguien que la ha herido o del cual cree haber sido herida. Excita constantemente al alma y asalta su consciente, sobre todo durante el tiempo de la oración. Así, hace aparecer ante sus ojos al que le ha hecho mal.

40 A veces dura mucho tiempo y se convierte en rabia, que, durante la noche, causa malas experiencias. La mayor parte de las veces el cuerpo incluso se despierta. Se da también una alimentación deficiente. Por todo esto, uno palidece y cada vez le molestan con más fuerza en el sueño imaginaciones como la de ser atacado por fieras salvajes y venenosas”22. .

41 La ira está estrechamente relacionada con la soberbia.
El iracundo es soberbio y ve en las dificultades un mal, en lugar de una oportunidad. Ante los obstáculos y dificultades que la misma vida lleva consigo, la soberbia responde entonces mediante la ira, que surge cuando se pretende rechazar con medios desproporcionados e injustos a quien considera una amenaza u obstáculo en su camino. Con facilidad agrade pues el amor propio le ha sido lastimado, quedando en un peligroso estado de vulnerabilidad emocional..

42 . El sacerdote, en una época en donde cada quien quiere hacer valer más su voz, corre el riesgo de querer imponerse y de caer en la tentación de la prepotencia, la cual es una manifestación de la ira. Ante las sugerencias y opiniones de otro hermano sacerdote, o de parte de los fieles laicos, quienes tienen un lugar cada vez más protagónico en la evangelización, surge en algunos presbíteros un fuerte sentimiento de soberbia que les lleva a menospreciar la opinión de los demás, porque, abierta o veladamente, se siente superior a los demás. Entonces, el sacerdote es percibido como una persona autoritaria y prepotente que difícilmente deja ver el rostro humilde y afable de Cristo.

43 Generalmente, el sacerdote que actúa con prepotencia lo hace porque se siente, consciente o inconscientemente, agredido; y por ello, trata de imponerse o sobreponerse a los demás con un ejercicio, no evangélico, de los poderes que Dios le ha dado para servir mejor a la comunidad. A su vez, la prepotencia puede surgir como el reflejo de no sentirse valorado por el obispo, o por los hermanos sacerdotes, al igual que por no haber satisfecho algún proyecto personal. .

44 . Es decir, el prepotente es, en gran medida, una persona que ha sufrido una frustración, misma que no ha superado, y que necesita afirmarse humillando o despreciando a los demás. Ante esta tentación se debe estar muy alerta, pues no siempre es fácil para el consagrado aceptar un consejo o corrección de los demás. Además, debemos advertir que en algunas parroquias a los laicos se les promueve poco y hasta se llagan a sentir usados, pues poco se les permite participar en las decisiones que afectan a la comunidad.

45 . La urgente y delicada tarea de evangelización de la Iglesia, en este cambio de época, nos debe motivar a ejercer la autoridad como un servicio, en la que se distribuyan mejor las responsabilidades, aprendiendo a confiar en los demás sin pretender controlarlo todo. Por su parte, una de las tareas más importantes que tenemos que emprender es la de devolver la serenidad a la vida ministerial. Es cierto, las encomiendas se han multiplicado y por ello, en gran parte, nuestros fieles nos perciben cansados y dispersos, al igual que con poco tiempo para atenderles, pero hay que jerarquizar las ocupaciones y pedir a Dios la serenidad.

46 . Algo muy importante para la vida ministerial es aprender a manejar y disminuir los niveles de estrés. Sabemos que el estrés es la fuente de un gran número de enfermedades y que, en cierta medida, es inevitable, pero sí puede ser controlable. ¿Realmente el sacerdote ha perdido la serenidad porque los tiempos actuales lo orillan a ello? En el fondo, lo que más estresa a un sacerdote es la falta de Dios, el vacío de Dios.

47 . Hay sacerdotes que pueden tener muchas actividades, pero si las hacen en la presencia de Dios y al calor de su gracia, se organizan y salen adelante sin perder la serenidad en el trato con los demás. Y hay quienes, por vivir al margen de Dios, ante un acontecimiento sorpresivo, o contrario a sus proyectos o deseos personales, pierden fácilmente la ecuanimidad, la paz, la alegría en el servicio.

48 . La serenidad tiene que ser la paz que Cristo aporta en el interior de la persona. Cuando falta esa paz de Cristo no es posible encontrar la paz necesaria que exige el trato habitual con los demás. Para acoger la paz, es necesario ser humildes, pues Dios no la da a los soberbios. Como señala San Clemente de Alejandría al hablar del hombre manso y humilde de corazón; explica que la persona consigue estar sereno cuando “nada puede apartarlo del amor de Dios, ni tiene necesidad de tranquilizar su ánimo porque está persuadido de que todo es para bien; no se irrita, ni hay nada que le mueva a la ira, porque siempre ama a Dios y a esto sólo atiende”23.

49 De hecho, la gente advierte cuando la serenidad que reflejan algunos sacerdotes es fruto de una vida interior finamente cultivada, o no. Si no se cuenta con una rica vida espiritual, entonces, el sacerdote solamente puede aspirar a tener una serenidad aparente: la falsa serenidad de quien pretende estar bien con todos, pero evitando cualquier tipo de problema o situación que pueda perturbarla. Igualmente, hay quienes la serenidad la hacen depender del orden con que se den ciertos acontecimientos a lo largo del día, pero sin contar con los imprevistos que generalmente surgen. .

50 . Debemos, ciertamente, procurar el orden en nuestras actividades y compromisos, pero también debemos estar abiertos a los imprevistos, más si somos pastores, porque habrá cosas que se tienen que atender, por caridad pastoral, aunque no estén dentro de nuestra agenda. 20 Cf. M.J. ÁLAVA REYES, La inutilidad del sufrimiento, Madrid 2009, 21 EVAGRIO PÓNTICO, Sobre los ocho vicios malvados, Cap. IX. 22 EVAGRIO PÓNTICO, Prakticos. Über das Gebet. Citado por: A. GRÜN, Op.cit. 73. 23 SAN CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Stromata, 6, 9.

51 Fortalezas:   Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra (Mt 5, 4). .

52 Frente a la tentación de la ira, la mansedumbre se presenta como la mejor medicina, tanto preventiva como curativa. Nuestro Señor Jesucristo, durante su vida terrena, nos dejó el mejor ejemplo de mansedumbre. .

53 . Frente a la violencia y dureza farisaica, Él se define como dulzura, alivio y refugio de las almas: “Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, ). En este texto queda determinado el aspecto fundamental de la naturaleza de la mansedumbre: la humildad del corazón.

54 . Los Evangelios nos presentan a la persona de Cristo como el modelo de toda mansedumbre. Él nos enseña cómo nosotros no debemos guiarnos por una lógica de justicia ciega o de venganza, sino por la lógica del amor, que hace posible amar hasta a los enemigos (cf. Mt 5, 38-39; Lc. 6, 27-28). En su Pasión, Cristo se presenta como el Cordero humilde y manso que acepta la voluntad del Padre. Así, en la cruz perdona, ama y ora por los que le crucifican, llegando a exclamar: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23,24).

55 Este rasgo de la persona de Cristo quedó tan grabado en sus discípulos y en la primitiva comunidad cristiana, que san Pablo, queriendo exhortar a los corintios, les escribe: “les suplico por la mansedumbre y la benignidad de Cristo” (2 Co 10, 1). Sin embargo, como señala Raniero Cantalamessa: “Jesús hizo mucho más que darnos ejemplo de mansedumbre y paciencia heroica; hizo de la mansedumbre y de la no violencia el signo de la verdadera grandeza. Ésta ya no consistirá en alzarse solitarios sobre los demás, sobre la masa, sino en abajarse para servir y elevar a los demás”24. Por ello, la mansedumbre, es una virtud que particularmente debe procurar el sacerdote, porque se relaciona directamente con el servicio, con nuestro ministerio.

56 La verdadera mansedumbre es la que encontramos en Cristo, y esa es la que nos hace bienaventurados. Los Evangelios señalan cómo todas las acciones de Cristo van acompañadas de la mansedumbre, incluso en situaciones adversas. Por su parte, Cristo fue una persona de carácter, decidida, apasionada con su misión, además de ser una persona creativa y eminentemente propositiva. Sin embargo, esta firmeza en su carácter no disminuyó su dulzura y delicadeza en el trato con los demás, porque Él amaba a todos profundamente y tenía una gran capacidad para acoger a todos. Basta tan sólo recordar cómo los niños procuraban a Jesús (cf. Mc 10, 13-19), cuando éstos sólo buscan a quienes son cercanos y amables, es decir, a quienes ven que son como ellos: sencillos, nobles y alegres..

57 . Quizá no siempre hemos comprendido el verdadero sentido de la mansedumbre, pues si se entiende por manso a aquel que “baja la guardia” y no tiene capacidad de reflexión y de decisión, resulta muy poco atractivo. Bajo esta imagen de la mansedumbre, el manso sería aquel que carece de carácter y permanece pasivo: un pusilánime. La pusilanimidad no tiene nada que ver con la mansedumbre, pues la mansedumbre supone el ejercicio de la virtud que hace grande al hombre: la humildad.

58 Los mansos no son los blandos, ni los amorfos
. Los mansos no son los blandos, ni los amorfos. La mansedumbre está apoyada sobre una gran fortaleza de espíritu. Ella misma, por ser una virtud, debe ejercitarse mediante continuos actos de fortaleza. Así como los pobres, según el Evangelio, son los verdaderos ricos; los mansos son los verdaderos fuertes. La mansedumbre busca controlar la ira, y se opone a la violencia estéril, que en el fondo es signo de debilidad e inseguridad. Se opone, además, a los desgastes inútiles de las fuerzas, a los enfados sin sentido, a la pérdida de la serenidad y al destemplado trato con los demás. En una palabra, la mansedumbre se opone al mal.

59 . Señala un autor anónimo de Oriente: “La persona mansa ni provoca el mal ni es provocada por el mal. Las cargas del pecado no prevalecen contra tales personas, puesto que ellos no son la causa del pecado. El manso es aquel que se alegra más en sufrir la ofensa que en cometerla. […] Lo mismo que la cizaña nunca falta en el campo, los provocadores nunca faltan en el mundo. En verdad, es auténticamente manso aquel que, habiendo sido ofendido, ni hace el mal ni piensa en hacerlo”25.

60 . La mansedumbre procede de comprender el trato que hemos recibido de Dios, lo que se traduce en una constante amabilidad y cordialidad en el trato con los demás. La mansedumbre es propia de una persona que se siente amada. Cuando la persona no se percibe amada y valorada, entonces su trato se vuelve un tanto funcional, frío y sin delicadeza.

61 . El sacerdote debe, particularmente, por ser “sacramento” de Cristo Buen Pastor, mostrar la amabilidad de la persona de Cristo, con su trato cotidiano; de lo contrario, puede volverse una especie de funcionario, alguien que hace lo que le toca, y que lo hace según el estado de ánimo con que se encuentra en ese momento. 24 R. CANTALAMESSA, Segunda predicación de cuaresma al Papa y a la Curia, (16-III-2007).

62 LA ACEDIA La acedia es la incapacidad de vivir y gozar el momento presente. No se tienen ganas ni de trabajar ni de hacer oración; ni siquiera de no hacer nada pues en todo encuentra tedio y desasosiego. Los pensamientos están en otra parte, pero no en lo que se hace. Si se ora, se piensa en los pendientes, y cuando trabaja, se piensa en el descanso. Se trata de una insatisfacción interior, de una incapacidad de disfrutar el momento presente que desgarra interiormente a la persona. .

63 . Además, la acedia hace que el hombre no ponga ante sus ojos su propio ser, evadiendo sistemáticamente su realidad, lo cual motiva a que constantemente tenga su vida centrada en mil y un pensamientos, pero no en Dios ni en su propia persona.

64 . Las causas que originan la acedia pueden ser muchas: la fatiga corporal, el sueño, el hambre, tentaciones muy frecuentes o muy violentas, una prolongada ausencia de consuelos sensibles, un despecho como resultado de fracasos reales o aparentes en la lucha contra el mal y, evidentemente, el descuido de la oración, de la confesión sacramental y de la vida interior en general. San Juan de la Cruz señala que “estas sequedades podrían proceder muchas veces de pecados e imperfecciones, o de flojedad y tibieza, o de algún mal humor o indisposición corporal”29.

65 . La acedia, por considerarse también un pecado capital, puede poner a quien la padece a merced de diversas tentaciones. La primera de ellas sería la desesperación, pues cuando el fastidio y el aburrimiento no son combatidos, al menos con la perseverancia y la constancia en no abandonar la obra comenzada, pueden terminar en el abandono y en la desesperación por no llevar adelante tales obligaciones.

66 . Otra sería la pusilanimidad, entendida como la cobardía del corazón para acometer cosas grandes y arduas empresas. El tedio a la dificultad que comporta la virtud provoca un miedo al trabajo. Esto proviene, en definitiva, de un aprecio y cuidado desmedido de la sensualidad.

67 . Otra tención que viene con la acedia es el rencor o amargura que se produce ante quienes ejercen alguna autoridad sobre la persona que la padece, o ante todo aquel que lo corrige, ya sea de palabra o a consecuencia de su coherencia de vida. Esto lleva a que la persona se justifique, bajo cualquier medio, para no realizar aquello que se le encomienda.

68 . Este rencor generalmente se externa y se da paso a la crítica y hasta la difamación. Por último, la acedia también conduce a la divagación por las cosas prohibidas, que se manifiesta en la curiosidad, verbosidad, inquietud corporal o inestabilidad local. La persona entonces se dirige hacia lo placentero e ilícito como fruto de la deserción en el camino de santidad. Comienza por construir con su imaginación castillos en el aire, en los que él es protagonista de aquello que no hace en la vida real, para después llegar a acciones concretas en las que se autoexcluye del proyecto de amor que Dios le ha dispuesto.

69 . A la acedia los Padres del desierto la identificaron con el terrible demonio del mediodía, sopor, modorra y aburrimiento. Aunque esta tentación también puede presentarse en los sacerdotes jóvenes y más maduros, es muy característica de aquellos que se encuentran en la medianía de la vida.

70 . Para muchos autores, la crisis que se puede llegar a presentar a la mitad de la vida sacerdotal es la más desgarradora y peligrosa. Señala un autor: “la acedia es llamada también demonio meridiano, porque aparece al tiempo del mediodía. Esto puede entenderse igualmente en sentido figurado y, entonces, la acedia es, sobre todo, el demonio de la mitad de la vida.

71 En la mitad de la vida, uno pierde el gusto por lo habitual
. En la mitad de la vida, uno pierde el gusto por lo habitual. El hombre se cuestiona todo. Lo que ha hecho hasta entonces se le hace aburrido y vacío. Tampoco encuentra nada con lo que pudiera comprometerse. Por eso no hace más que ir de una parte a otra, se vuelve cínico, puede criticar todo. Pero en realidad no tiene ganas de nada.

72 . El demonio meridiano es un desafío a orientarse de nuevo, a dirigirse de lo exterior a lo interior y a descubrir nuevos valores en su alma, que den sentido a la segunda mitad de su vida”30.

73 . Entre las principales manifestaciones de la acedia en la vida sacerdotal está el hacer poco, o bien, el hacer lo que uno quiere antes que lo que se debe. Se hacen cosas buenas, pero no las que espera Dios. Esto lleva a un desinterés por la vida interior y las labores pastorales, para interesarse más en lo personal. Así, algunos sacerdotes dedican mucho tiempo a asuntos personales, a veces intrascendentes, el cual pudiera emplearse mejor si se tuviera orden y diligencia. Se pone una exagerada primacía a asuntos marginales y se olvidan o descuidan otras tareas importantes.

74 . La acedia se manifiesta, también, en la apatía ante la propia formación. La formación permanente se le considera como algo optativo, o bien, se asiste para no ser amonestado aunque sin interés en el contenido de las pláticas.

75 El sacerdote que vive en la acedia piensa que con lo que estudió durante el seminario es suficiente, y considera que fácilmente puede enfrentar los compromisos pastorales con lo mínimo que aprendió. Él ya no desea actualizarse ni superarse pues piensa que el superarse es hacer demasiado, cuando la superación nos lleva a ser mejores. Por el contrario, la vaciedad que se presenta por no formarse, la busca llenar con compensaciones o con actividades, que no siendo malas en sí mismas, le sirven de distractor, como puede ser el caso de las construcciones materiales de la comunidad o estudios ajenos a su labor. Pero, ¿de qué le sirve construir mucho, si no deja que Dios construya en él? .

76 . En la vida pastoral la acedia se manifiesta en lo que podríamos denominar la “pastoral de conservación”. Se vive de la inercia, repitiendo lo mismo y evitando toda iniciativa que comporte trabajo o esfuerzo. Es más fácil y cómodo hacer siempre lo mismo, que tomarse la molestia para ver que las cosas siempre pueden hacerse de una manera mejor.

77 La “pastoral de conservación” seca el espíritu y mata la pastoral
. La “pastoral de conservación” seca el espíritu y mata la pastoral. El que opta por esta “pastoral”, algún día, no tendrá nada que conservar, porque lo habrá perdido todo. ¡Cuántos planes pastorales no son sino “letras muertas” que anquilosan el dinamismo pastoral!, ¡cuánta medianía y conformismo encontramos en la pastoral!, ¡cuántas negligencias y omisiones se comenten por tener miedo al cambio!, ¡cuánta “burocracia” y cuánto descuido al atender las necesidades reales de las personas! Es urgente contrarrestar esta “pastoral” con un evangélico liderazgo que nos abra mayores horizontes y nos llene de esperanza en el futuro. 28 EVAGRIO PÓNTICO, Prakticos. Über das Gebet. Citado por: A. GRÜN, Op.cit., 29 SAN JUAN DE LA CRUZ, Noche oscura, I, c. 9,1. 30 A. GRÜN, Op.cit., 75.

78 Fortalezas: . La diligencia y el liderazgo evangélico del sacerdote.

79 . El remedio que generalmente sugieren los maestros de la vida espiritual contra esta particular pereza del espíritu, es la diligencia. Esta palabra procede del latín diligere que significa amar. La diligencia, en sentido más alto, es el esmero y el cuidado en ejecutar algo. Es la prontitud para hacer algo con gran agilidad, tanto interior como exterior, motivado por el amor a Dios y al prójimo.

80 La acedia es un pecado contra la caridad
. La acedia es un pecado contra la caridad. Se vence cuando se trabaja para corresponder al amor de Dios. Lo primero que se debe hacer es pedir con humildad la gracia para vencer, y no desfallecer en este propósito, pues solamente la gracia de Dios es la que puede curarnos y fortalecernos.

81 . Posteriormente, con la ayuda preferentemente del director espiritual, se deben procurar todos los medios para vencer la acedia, como son la oración sosegada y la lectura orante de la Palabra de Dios; la práctica de la caridad en la vida fraterna, venciendo la apatía y tendencia al aislamiento que pueden presentarse; la lucha ascética, que debe llevar a la persona a ser perseverante en sus propósitos, a trabajar con esmero y dedicación, evitando la dispersión en los pensamientos, la constante movilidad, la curiosidad y la ligereza al hablar.

82 . A su vez, en este cambio de época, el ejercicio de un liderazgo evangélico es clave, no solamente es una óptima medicina contra la acedia en la vida pastoral, sino una exigencia de caridad que debemos asumir con confianza.

83 . Las respuestas a las necesidades pastorales de nuestros días únicamente las encontraremos en Cristo, la Palabra definitiva del Padre que se ha encarnado. Jesucristo, es el paradigma de cualquier modelo de liderazgo.

84 . A diferencia de cualquier otro gran líder de la historia de la humanidad, el liderazgo que encontramos en la persona de Jesucristo pasa por su Misterio Pascual: por el escándalo de la Cruz y la gloria de la Resurrección. Asimismo, en Cristo no solamente encontramos el modelo acabado de humanidad y liderazgo, sino que encontramos a un Dios que se encarna para llevar a toda la creación a su plenitud. Es un liderazgo que nace de su kénosis, pues desde ella, busca elevar al hombre, junto con toda la creación, a su más alta realización y plenitud.

85 . Además, por el perfecto cumplimiento de la voluntad del Padre, Cristo ha sido exaltado, y por ello, se le ha otorgado “el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al Nombre de Jesús toda rodilla se doblen [...], y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor” (Fil 2,9-11).

86 A partir de la contemplación de la persona de Jesucristo, se pueden descubrir y describir algunas de las principales características del liderazgo evangélico para este cambio de época: .

87 . 1. El sacerdote-líder no es sólo un portavoz de valores, sino un testigo que comunica el encuentro gozoso con la persona de Jesucristo. Como ha recordado el Papa Benedicto XVI en su primera encíclica, Deus caritas est, el cristianismo no se reduce a un código moral o a un conjunto de ideas y valores, sino que tiene su plenitud en la persona de Jesucristo31. El sacerdote se presenta como un testigo del amor de Dios con el cual se ha encontrado y, como consecuencia, busca transmitir, más con sus obras que con sus palabras, la dicha y la novedad del encuentro vivo y personal que ha tenido con Jesucristo. Si el sacerdote no partiera de ese encuentro vivo con el Señor, entonces quedaría expuesto a ser un seguidor y guía de un ideal, pero no de una Persona por la cual vale la pena consagrar toda nuestra vida. 31 Cf. BENEDICTO XVI, Carta Encíclica Deus caritas est, n. 1.

88 . 2. El liderazgo que se desea para el sacerdote debe estar acompañado por la coherencia de vida, para que los demás perciban la unidad entre el pensar y el vivir.

89 . Cuando el bien es percibido por la mayoría, éste se difunde por sí mismo. Si en el pastor de la comunidad brillan las virtudes cristianas, aunque de siempre con limitaciones, éste se convierte en un ser atractivo para los demás. De lo contrario, cuando no se percibe y constata la coherencia de vida del ministro, su liderazgo pierde la fuerza que lo ha de caracterizar.

90 . Para afrontar la crisis de ejemplaridad y credibilidad que actualmente vivimos, es indispensable mostrarnos con sencillez, transparencia y sin doblez ante los demás, procurando el cultivo de las virtudes, no tanto el cuidado y engrandecimiento de la propia imagen.

91 . No obstante, debemos advertir que la coherencia de vida es tan sólo el primer paso, pues en esta época del desencanto, aunque muchos reconocen y admiran el bien que los demás pueden aportarles, no se sienten motivados a alcanzar y buscar aquello que contemplan en otros. Así, muchos sacerdotes pueden ser objeto de admiración, pero no de imitación.

92 . Al parecer el buen ejemplo, por sí sólo, ya no basta, pues no logra penetrar en las conciencias de los demás. Es cierto que la indiferencia siempre ha existido, pero se advierte que ésta se ha incrementado considerablemente, principalmente en los ambientes urbanos.

93 Para el evangelizador, esto implica un mayor acompañamiento, cercanía y calidez a la hora de transmitir el mensaje y de prestar un servicio de caridad. Como nos invitaba el Siervo de Dios Juan Pablo II, al inicio de este milenio: “es la hora de un nueva «imaginación de la caridad», que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno”32. .

94 . 3. La humildad, no sólo es compatible con el liderazgo, sino que es una cualidad que lo enriquece significativamente, llegando a ser, incluso, una verdadera exigencia para el pastor del pueblo de Dios en este cambio de época. La humildad nos ayuda a reconocer el límite de nuestras fuerzas, y nos ayuda a tener presente que la obra es de Dios, siendo Él verdadero protagonista y agente.

95 . 4. Estrechamente unido a lo anterior, está el hecho de
que el auténtico liderazgo debe ser un servicio de caridad. La palabra “servicio” ha sido desgastada en diferentes ambientes. Los demás líderes sociales hablan con frecuencia del servicio en lugar de hablar de poder o dominio, pues saben que estos términos son rechazados automáticamente por el hombre postmoderno. Sin embargo, en la práctica el servicio que pretenden prestar se convierte, o en una velada tiranía, o en un poder utilizado para aprovecharse de los demás.

96 Esta palabra, también puede estar desgastada en ámbitos eclesiales
. Esta palabra, también puede estar desgastada en ámbitos eclesiales. En ocasiones se advierte que el ejercicio de la autoridad y del liderazgo no resultan ser un servicio. Con facilidad se olvida, y por ello es necesario rectificar siempre, que para ser el primero, es necesario ser el último y servidor de todos (cf. Lc. 9, 35). Se debe buscar servir, evidentemente, por amor a Dios y por Él, al prójimo, cuidando que no exista ninguna otra motivación que el prestar una ayuda desinteresada.

97 Así, el servicio, y por ende el liderazgo, se entiende como obediencia
. Así, el servicio, y por ende el liderazgo, se entiende como obediencia. Como sabemos, la obediencia evangélica no es la obediencia despótica que somete y oprime al hombre, sino aquella que entendemos a partir de Cristo, y del seguimiento de Cristo, como un itinerario que nos permite caminar en la libertad y la disponibilidad para ser creativos, generosos y entusiastas. La obediencia no es un servil sometimiento, sino la posibilidad de un mayor y mejor servicio a quienes Dios ha puesto a nuestro lado.

98 . Este cambio de época nos invita a optar por un liderazgo entendido como una obediencia abierta a las necesidades del otro; a la libertad del otro; a quienes Dios nos ha regalado para compartir la vida cristiana, ya sea mi legítimo superior o mi hermano y compañero de camino en el seguimiento de Cristo.

99 . Se trata de descubrir que todos debemos atender a las necesidades del otro, por amor y con libertad, aunque el otro, seguramente, tenga limitaciones y defectos. La Iglesia es una comunidad de discípulos y misioneros que están atentos a las necesidades del otro, con disponibilidad para servirles. El liderazgo sacerdotal, entendido como obediencia, que se requiere en este cambio de época consiste en la disponibilidad permanente del corazón para atender las necesidades del otro. Es una adhesión vital, inteligente y apasionada a quienes Dios ha puesto a mi lado, aquí y ahora, y en el futuro.

100 . 5. Además, el liderazgo del agente de la caridad y de todo evangelizador debe ser competente. Como mencionábamos al principio, no bastan las buenas intenciones y la disponibilidad para querer ayudar a los demás, pues los tiempos actuales nos urgen a que prestemos nuestro servicio con competencia, para poder responder oportunamente a las necesidades que los demás nos presentan.

101 . Debemos advertir, que en algunos ámbitos, existe la queja, unida a una cierta desilusión y desconfianza, de que no siempre el agente está capacitado para prestar un servicio, ni para desempeñar un puesto de liderazgo. Dicha queja no debe llevarnos al desaliento, sino que debe motivarnos para que procuremos y adoptemos un proceso formativo integral, tal como lo sugiere el Documento de Aparecida, (33).

102 . “Sin embargo, debemos advertir que no se trata de adquirir únicamente conocimientos técnicos, o un conjunto de habilidades y destrezas para ejercer mejor el liderazgo, sino procurar un proceso de formación permanente en el que el evangelizador tome conciencia de su condición de discípulo y misionero y, entonces, a los pies del Maestro y al calor de la gracia, pueda desempeñar lo mejor posible lo que Dios le ha encomendado”. 32 JUAN PABLO II, Carta apostólica Novo millennio ineunte n. 50.

103 Concluyendo: Estas debilidades y fortalezas en el campo emocional, probablemente presentes en algunos de nuestros sacerdotes, pueden suscitar en nuestro empeño por servirlos, luces que iluminen un poco nuestros pasos y nos lleven primero a la reflexión y luego a considerarlo con ellos, nuestros hermanos, pudiendo en el mejor de los casos animar nuestro estilo de ministerio; en donde el servir a nuestro pueblo encomendado por Cristo sea un placer, y no una carga, de manera que el desvelarnos por ellos, el cansarnos por ellos tenga totalmente razón de ser, porque lo hacemos por Aquel que nos amó primero, que dio su vida por nosotros sin que se lo pidiéramos, solamente porque sabía que sin Él no íbamos a llegar a ningún lado, sabía que lo necesitábamos: Jesús el Señor. Que Jesús nuestro Pastor, el que nos envió en su nombre a sembrar entre los sacerdotes, haga fructificar nuestros esfuerzos; y nos llene de alegría y paz.

104 . Preguntas:

105 . ¿Qué es lo que más te alegra de tu ministerio?
¿Conoces algún caso de sacerdote que haya estado muy triste? Dicen algunos laicos que tratan a sacerdotes profesionalmente, aquí en México y en el extranjero, que nos falta salud en muchos sentidos, (nos ven tristes, intolerantes, desilusionados, cansados, irresponsables, desactualizados, enfermos). ¿Tendrán razón?

106 En tu presbiterio hay síntomas de esta cultura por el cuerpo, por el placer?
Cuáles excesos descubres mas en ti y en tu presbiterio?

107 . A.M.D.G.

108 ASAMBLEA NACIONAL 2009 Orizaba, Veracruz


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