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H. Basilio Rueda Guzmán, La Vida Comunitaria, Circular del 6 de junio de 1970 Serie meditativa 04 cepam H. Basilio Rueda Guzmán, La Vida Comunitaria,

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2 H. Basilio Rueda Guzmán, La Vida Comunitaria, Circular del 6 de junio de 1970 Serie meditativa 04 cepam H. Basilio Rueda Guzmán, La Vida Comunitaria, Circular del 6 de junio de 1970 Serie meditativa 04 cepam

3 En el ámbito natural de una comunidad, podemos reducir a dos las condiciones esenciales para su buena marcha; a saber: primero, la realización de cada uno de los miembros de la comunidad en su dimensión personal, y segundo, el dinamismo corresponsable y ascendente de la comunidad. Aquí podríamos repetir las palabras del padre Hoffer, escritas hace mucho tiempo y citadas ya en mi primera circular; palabras que, a la luz de los descubrimientos científicos, cobran hoy un valor que no podían reflejar cuando fueron publicadas hace doce años: «el día en que todos comprendan que las leyes psicológicas bien demostradas comprometen la conciencia moral para su observancia, será posible un gran progreso». (H. Basilio Rueda Guzmán, La vida comunitaria, Circular del 6 de junio de 1970, Vol. XXV, N° 2, p. 098) En el ámbito natural de una comunidad, podemos reducir a dos las condiciones esenciales para su buena marcha; a saber: primero, la realización de cada uno de los miembros de la comunidad en su dimensión personal, y segundo, el dinamismo corresponsable y ascendente de la comunidad. Aquí podríamos repetir las palabras del padre Hoffer, escritas hace mucho tiempo y citadas ya en mi primera circular; palabras que, a la luz de los descubrimientos científicos, cobran hoy un valor que no podían reflejar cuando fueron publicadas hace doce años: «el día en que todos comprendan que las leyes psicológicas bien demostradas comprometen la conciencia moral para su observancia, será posible un gran progreso». (H. Basilio Rueda Guzmán, La vida comunitaria, Circular del 6 de junio de 1970, Vol. XXV, N° 2, p. 098)

4 La comunidad religiosa no es un hecho de simple intersubjetividad humana, sino mucho más que eso: es un verdadero misterio en el cual se hace tangible la fe colectiva. Ésta refleja el poder unificador del amor de Cristo y manifiesta la operación unitiva y edificante entre los componentes de la colectividad. Hay en la base, por tanto, un hecho colectivo de fe en el Señor: los religiosos se han unido en el nombre de Jesús, en quien han creído y al cual han consagrado su vida por un ideal común. (H. Basilio Rueda Guzmán, La vida comunitaria, Circular del 6 de junio de 1970, Vol. XXV, N° 2, p. 100) La comunidad religiosa no es un hecho de simple intersubjetividad humana, sino mucho más que eso: es un verdadero misterio en el cual se hace tangible la fe colectiva. Ésta refleja el poder unificador del amor de Cristo y manifiesta la operación unitiva y edificante entre los componentes de la colectividad. Hay en la base, por tanto, un hecho colectivo de fe en el Señor: los religiosos se han unido en el nombre de Jesús, en quien han creído y al cual han consagrado su vida por un ideal común. (H. Basilio Rueda Guzmán, La vida comunitaria, Circular del 6 de junio de 1970, Vol. XXV, N° 2, p. 100)

5 En su esencia más íntima, una comunidad religiosa debe ser un conjunto de cristianos que, reunidos bajo el impulso del Espíritu Santo, se proponen vivir de un modo peculiar y con todas sus consecuencias el cristianismo, es decir, el ejercicio constante del amor a Dios y al prójimo. Es natural que los primeros beneficiarios de la caridad sean los mismos integrantes del grupo, como lógico resultado del amor e ideal comunes. Sin embargo, circunscribirse a la comunidad sería la negación misma del dinamismo propio de la caridad; la convertiríamos en un «ghetto». Mas, por otra parte, pretender aplicar el don del amor a personas u obras distantes manteniendo a la vez cerrado el corazón a los que viven con nosotros, sería una triste caricatura, un auténtico mentís a ese amor. (H. Basilio Rueda Guzmán, La vida comunitaria, Circular del 6 de junio de 1970, Vol. XXV, N° 2, p. 101) En su esencia más íntima, una comunidad religiosa debe ser un conjunto de cristianos que, reunidos bajo el impulso del Espíritu Santo, se proponen vivir de un modo peculiar y con todas sus consecuencias el cristianismo, es decir, el ejercicio constante del amor a Dios y al prójimo. Es natural que los primeros beneficiarios de la caridad sean los mismos integrantes del grupo, como lógico resultado del amor e ideal comunes. Sin embargo, circunscribirse a la comunidad sería la negación misma del dinamismo propio de la caridad; la convertiríamos en un «ghetto». Mas, por otra parte, pretender aplicar el don del amor a personas u obras distantes manteniendo a la vez cerrado el corazón a los que viven con nosotros, sería una triste caricatura, un auténtico mentís a ese amor. (H. Basilio Rueda Guzmán, La vida comunitaria, Circular del 6 de junio de 1970, Vol. XXV, N° 2, p. 101)

6 La caridad fraterna es el testimonio y el signo de nuestro amor a Dios. Su ausencia es prueba incontestable de que estamos «muertos». Toda nuestra religiosidad, como cultivo y desarrollo de una vida de relaciones con Dios, es vana si el amor al prójimo no está presente en ella. Quien se encontrase en semejante situación perdería totalmente el tiempo y el esfuerzo, cosa que sería sumamente lamentable para el religioso, ya que sus votos, especialmente el de virginidad, vividos por el reino de los Cielos, deben, por su esencia misma, engendrar en el corazón una fuerza y un estilo superiores de amar. San Juan de la Cruz nos habla de la práctica del amor fraterno como la mejor preparación al juicio: «En la tarde de la vida serás juzgado en el amor»; afirmación que encuentra perfecto apoyo en el texto evangélico de San Mateo, 25, 31-46. (H. Basilio Rueda Guzmán, La vida comunitaria, Circular del 6 de junio de 1970, Vol. XXV, N° 2, p. 102) La caridad fraterna es el testimonio y el signo de nuestro amor a Dios. Su ausencia es prueba incontestable de que estamos «muertos». Toda nuestra religiosidad, como cultivo y desarrollo de una vida de relaciones con Dios, es vana si el amor al prójimo no está presente en ella. Quien se encontrase en semejante situación perdería totalmente el tiempo y el esfuerzo, cosa que sería sumamente lamentable para el religioso, ya que sus votos, especialmente el de virginidad, vividos por el reino de los Cielos, deben, por su esencia misma, engendrar en el corazón una fuerza y un estilo superiores de amar. San Juan de la Cruz nos habla de la práctica del amor fraterno como la mejor preparación al juicio: «En la tarde de la vida serás juzgado en el amor»; afirmación que encuentra perfecto apoyo en el texto evangélico de San Mateo, 25, 31-46. (H. Basilio Rueda Guzmán, La vida comunitaria, Circular del 6 de junio de 1970, Vol. XXV, N° 2, p. 102)

7 El amor cristiano es universal. Al ampliar el Señor, en el sermón de la montaña, su mandato de amor hasta los enemigos, lo extiende, por el hecho mismo, a todas las categorías de hombres. En efecto, la consecuencia es ineludible: si debemos amar a nuestros enemigos, aun a aquellos que nos causan daño, no queda nadie a quien podamos negar nuestro amor sin dejar de ser, por ese solo hecho y en el hecho mismo, fundamentalmente cristianos. Aplicando este precepto a la vida comunitaria, resulta obvio que no es posible de ninguna manera dispensarnos de amar a aquellos con quienes no nos entendemos o a los que no logramos adaptarnos a pesar de nuestros esfuerzos. Como se ve, estamos frente a un fenómeno de relaciones humanas que no pueden explicar ni la psicología ni la sociología: el amor a los enemigos, el amor a los antipáticos, el amor a los que no merecen ser amados. En cuanto a los otros, el Señor decía: «¿No hacen también eso mismo los publicanos?» «¿No hacen eso también los gentiles?» La enseñanza que de aquí se deriva es evidente. (H. Basilio Rueda Guzmán, La vida comunitaria, Circular del 6 de junio de 1970, Vol. XXV, N° 2, p. 104) El amor cristiano es universal. Al ampliar el Señor, en el sermón de la montaña, su mandato de amor hasta los enemigos, lo extiende, por el hecho mismo, a todas las categorías de hombres. En efecto, la consecuencia es ineludible: si debemos amar a nuestros enemigos, aun a aquellos que nos causan daño, no queda nadie a quien podamos negar nuestro amor sin dejar de ser, por ese solo hecho y en el hecho mismo, fundamentalmente cristianos. Aplicando este precepto a la vida comunitaria, resulta obvio que no es posible de ninguna manera dispensarnos de amar a aquellos con quienes no nos entendemos o a los que no logramos adaptarnos a pesar de nuestros esfuerzos. Como se ve, estamos frente a un fenómeno de relaciones humanas que no pueden explicar ni la psicología ni la sociología: el amor a los enemigos, el amor a los antipáticos, el amor a los que no merecen ser amados. En cuanto a los otros, el Señor decía: «¿No hacen también eso mismo los publicanos?» «¿No hacen eso también los gentiles?» La enseñanza que de aquí se deriva es evidente. (H. Basilio Rueda Guzmán, La vida comunitaria, Circular del 6 de junio de 1970, Vol. XXV, N° 2, p. 104)

8 Deja que lo que has leído se hunda lentamente en tu espíritu. Ora al Señor por medio de María para que lo comprendas mejor y lo lleves a la vida Deja que lo que has leído se hunda lentamente en tu espíritu. Ora al Señor por medio de María para que lo comprendas mejor y lo lleves a la vida


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