La idea de mi reforma va encaminada a suplir determinadas y determinantes carencias de la intervención anterior, sin descuidar el concepto de cueva original. Para ello, comienzo por el desmonte del montículo señalado para allanar el terreno y permitir una zona de transición entre exterior-interior más inmediata y continua.
En segundo lugar, dado que en la cueva inicial no incidí en la presencia de los factores naturales del medio, tan relevantes, como la luminosidad, la reforma va a incluir una fachada de la estructura más abierta, con el fin de adaptar la luz al interior. De esta forma se insertan tres lucernarios entre los rollizos de cada uno de los tres planos que conforman la fachada. Estos planos “abrigarán” un espacio que propiciará el ambiente perfecto para la lectura u otras actividades donde la necesidad de luz sea indispensable. La entrada a nuestra cueva la formaría un forro aislante de cierre casi hermético que fácilmente se abre por el sistema de dientes que se traban o destraban entre sí al efectuar el movimiento de un cursor metálico (como una cremallera).
En cuanto a los ventanucos, cuando se desee evitar la entrada de luz, están rematados de un tubo de tela opaca elástica extraíble que cierra por broches.
De la zona transitoria a la común no hay separación de muro, pero sí de ambiente, pues al estar más profunda y ya bajo tierra (comienza con el fin de la fachada de troncos) necesita de otro foco como lo puede ser un fuego para sentir “bienestar”. Esta zona la complementan almohadones.
Para terminar, la zona de descanso, al final de la cueva, necesita ya otro tipo de luz más suave, como la de un quinqué. Esta “habitación” contiene algunas hornacinas a modo de estanterías y una tumbona que actuaría de cama.