Hacia una concepción social del riesgo.

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Transcripción de la presentación:

Hacia una concepción social del riesgo. Las críticas de Luhmann y Beck a los modelos tradicionales de riesgo. Luis Miguel Ángel Cano Padilla Doctorado en Filosofía de la Ciencia Instituto de Investigaciones Filosóficas /FFyL UNAM canolma@gmail.com

La definición tradicional del riesgo se enfoca en los aspectos de lo que podríamos denominar la “naturaleza técnico – cuantitativa” de este concepto. Esto significa que las disciplinas que usan dicho concepto, desde la actuaría hasta la economía, tratan de reducir la noción de riesgo a un conjunto de definiciones, las cuales pueden finalmente ser resumidas o compactadas en un par de formulas de cálculo que dejan del lado aspectos cruciales, que por su propia naturaleza o contexto no pueden cuantificarse.

A pesar de que la palabra “riesgo” puede tener diversas acepciones, solamente una ha sido validada seriamente en el ámbito del análisis y la gestión de riesgos, aquella que tiene que ver con el valor esperado (expected value), de un evento desfavorable. Riesgo = La frecuencia estadística del valor esperado de un evento contingente desfavorable. Donde por “valor esperado” se entiende el producto de la probabilidad de dicho evento con alguna medida en torno a la severidad de su ocurrencia. (generalmente “medible” en los términos de pérdidas humanas y/o materiales.) http://plato.stanford.edu/entries/risk/

Si uno se apega exclusivamente a esta definición técnica, el resultado es que existen numerosos aspectos relacionados con el concepto mismo de riesgo que finalmente se dejan del lado; factores de tipo social o de naturaleza axiológica. Para dar un ejemplo, podemos notar que las concepciones tradicionales y técnicas del riesgo no nos dicen absolutamente nada acerca de la responsabilidad, ni sobre la atribución de algún tipo de ésta al o a los agentes que deciden, y que, por lo tanto, aceptan los riesgos que, para bien o para mal, por lo general y cuando se trata de riesgos que tienen que ver con grandes y/o complejas tecnologías, afectan a cientos, miles o incluso millones de personas. Esta última situación ha tenido consecuencias graves en lo que respecta a la afectación real de las industrias o empresas que generan riesgos sobre las poblaciones que los sufren, por ejemplo en Bhopal, India, o en Villa Parisi, Brasil.

Pero la definición tradicional de riesgo también se enfrenta a problemas técnicos derivados del hecho de enfocarse solamente en ciertas áreas concretas de análisis, por ejemplo, el centralismo en la dicotomía pérdida-ganancia, o bien el de costo-beneficio. Consecuentemente bajo este enfoque, estas perspectivas se centran solamente en la consideración de ciertos riesgos, bajo ciertos factores ceteris paribus. La expresión Ceteris Paribus suele traducirse por “permaneciendo todo lo demás igual”. Esto ya nos da un indicio de cómo se trabaja el análisis del riesgo dentro de la llamada “Ciencia del riesgo”. Un ejemplo del trabajo bajo condiciones ceteris paribus y sus consecuencias no muy halagüeñas en el análisis del riesgo es el caso de los granjeros de Cumbria, en el norte de Inglaterra.

Tras la catástrofe en el cuarto reactor de la planta nucleoeléctrica de Chernóbil, en lo que era entonces la Republica Soviética de Ucrania, el viento y la lluvia arrastraron polvo radioactivo a los campos de pastoreo de Cumbria. Los expertos iniciaron un estudio sobre el impacto que tendrían los campos de pastoreo contaminados sobre las ovejas con la intención de reducir al mínimo posible el riesgo de contaminación sobre el ganado. Para su estudio realizaron una serie de experimentos con animales “modelo”, a los cuales hicieron pastar en campos de superficie controlada que habían sido tratados químicamente por estos mismos científicos. Según su modelo inicial, se postulaba que si se alteraba la acidez del terreno, tanto la vegetación, como las ovejas, resultarían con alteraciones mínimas.

Si bien la metodología que emplearon estos científicos fue la adecuada desde el punto de vista técnico y resultaba acorde con los estándares de la investigación científica, los resultados en la práctica no fueron los que se esperaban, ya que los animales de Cumbria no se comportaron como los del laboratorio, el resultado fue que los animales comenzaron a verse afectados de manera significativa. Esta divergencia entre los resultados del laboratorio y los resultados en el campo se debió a que los científicos trabajaron bajo condiciones ceteris paribus, no variaron las condiciones del laboratorio hacia las del campo y, desafortunadamente, además de todo, los científicos que realizaron los estudios no conocían ni a los animales ni a su hábitat; los expertos lo eran en sus métodos, no en ovejas.

Un desconocimiento importante sobre el comportamiento y desarrollo de las ovejas en confinamiento fue el responsable de los malos resultados en la aplicación de sus recomendaciones. Pero no sólo el desconocimiento de los científicos sobre las ovejas fue el único responsable de estos fallos, también su reticencia a tomar en cuenta las opiniones de los granjeros, que no sólo conocían bien a su ganado y el entorno ecológico en el que habitaba, sino que se trataba de granjeros que incluso tenían experiencia previa en el asunto de la contaminación radioactiva, ya que vivían cerca de la planta nuclear de Windscale, la cual, hay que recordar, fue la primera planta nuclear que se vio afectada por un accidente de gran escala en una época tan temprana como 1957.

A la luz de toda esta situación, el sociólogo alemán Niklas Luhmann se cuestiona acerca de la racionalidad de una decisión basada puramente en factores cuantitativos, cuando se trata, precisamente, del tipo de decisiones que se enfocan a la dirección y a la organización de sistemas complejos, y que, por lo tanto, así lo entendemos nosotros, no se pueden compactar en un cúmulo de cifras. En roles como, por ejemplo, el de la dirección de las organizaciones, donde la racionalidad es uno de los requerimientos, así como los de precaución y responsabilidad frente a los riesgos, estos no pueden ser cuantificados, o en todo caso, no como la teoría convencional de la decisión prevé. Pero si esto es así, ¿Qué sentido tienen entonces las teorías del riesgo, las cuales determinan sus conceptos con miras al cálculo cuantitativo? (Luhmann. El concepto de riesgo).

Luhmann ataca directamente la íntima relación, sino es que la identidad, que establece la concepción tradicional de riesgo entre racionalidad y cálculo, además señala que aun en el caso de que estas concepciones lleven a cabo tal identificación, incluso una reducción, como es en el caso claro de la economía, no podríamos decir en cambio que haya una definición clara del concepto mismo de riesgo que esté dada únicamente por esta afiliación, más aún, como afirma Luhmann, no hay hasta la fecha una definición clara ofrecida por ninguna de estas disciplinas ni en lo particular ni en su conjunto – y aquí no decimos única o acabada, sino clara-, sobre este concepto: Si se buscan las determinaciones definitorias del concepto riesgo, nos introducimos en un mundo de tinieblas en el que la vista no alcanza demasiado lejos.

Esta reducción también alienta una separación radical, consecuente, con el viejo modelo de racionalidad científica, entre el sujeto y el objeto. En este caso, él o los afectados, por un lado, y lo que se entienda por riesgo por el otro. Lo que trae consigo esta separación es la vieja idea de objetividad. Al calcular, supuestamente, nos desligamos de los intereses, valores, cultura, etc., de quien o quienes realizan los estudios y los cálculos. Asimismo, nos desligamos de un cúmulo importante de situaciones que no se pueden cuantificar, como los daños reales al medio ambiente o a la población, el sufrimiento o las pérdidas no materiales. Pero nada de esto cabe en el cálculo y su pretendida objetividad, por eso sigue siendo tan común su uso en los discursos como inútil en la práctica.

Luhmann va más allá de la mera problematización conceptual, hunde su crítica en el reconocimiento de una necesidad de primer orden: la necesidad de reconocer que no hay riesgo sin decisión. Y esto es también problemático, pues no se puede desligar a la decisión ni de los actores que la asumen ni de sus condiciones valorativas y éticas. Lo que puede ocurrir en el futuro depende de la presente decisión a tomar. De hecho se habla de riesgo en el momento en que se pueda tomar una decisión sin la que los posibles daños no pueden producirse. […] no debe ser determinante para el concepto (aunque sí es una cuestión de definición) si el que decide percibe el riesgo como consecuencia de su decisión o si son otros quienes se lo atribuyen.

Para Luhmann, a estas alturas de la modernidad, el cálculo, que representa a la ciencia del riesgo, no se puede considerar ya aisladamente, más aún, es una ayuda, una heurística para tomar las decisiones: Se puede calcular como uno quiera y en ocasiones conseguir resultados muy valiosos. Sin embargo, estos no pasan de ser meras ayudas a la decisión. Con esto, Luhmann niega ya el estatus de racionalidad para el cálculo que tan caramente sostenían las viejas concepciones del riesgo; ergo, considerar al riesgo desde la sola perspectiva del cálculo ya no es racional y, consecuentemente, una decisión basada solamente en el cálculo ya no es para nuestro autor una decisión que pueda ser tenida legítimamente como racional.

Al igual que Luhmann, Beck considera el papel definitivo de la decisión y la responsabilidad consecuente de los agentes que están involucrados en la toma de decisiones bajo riesgo, pero lo acentúa con más vigor, ya que estas decisiones no afectan solamente a unos cuantos, que esto ya de por sí puede ser terrible, sino porque ahora como nunca la decisión de un solo agente o de un grupúsculo de agentes puede llegar a decidir el destino de todo el mundo.

La idea de objetividad recurrentemente engañosa en la noción clásica de riesgo desvincula a los artífices de la decisión de cualquier responsabilidad, pero también deja del lado la participación de los afectados, por no pertenecer a la esfera de expertos y eruditos encargados de la decisión. Por ello, como menciona Olivé, debe haber una correspondencia entre los expertos y los afectados, toda vez que los primeros no tienen la certeza absoluta, y a veces ni remota, de lo que podría desencadenar la aplicación de un determinado sistema tecnocientífico.

[…] al aplicar los métodos utilizados con más frecuencia en la estimación del riesgo, así como al enfrentar algunos dilemas que surgen en la evaluación de riesgos, es inevitable que los expertos hagan juicios de valor cuya justificación dista de ser una cuestión solo de su especialidad. Por otra parte, la necesaria subdeterminación empírica de las situaciones de identificación, estimación y valoración de riesgos, al igual que la indeterminación de las consecuencias de la aplicación de sistemas técnicos, obligan a complementar los análisis de los expertos con los puntos de vista de quienes vayan a ser afectados por esas aplicaciones o de quienes simplemente estén interesados en colaborar en su determinación. (Beck)

Citas o Referencias bibliográficas: Luhmann. Niklas. El Concepto de Riesgo. En Josetxo Beriain (Comp.) Las consecuencias perversas de la modernidad Anthropos, Barcelona 1996.   Beck., U. (1989) La Sociedad del riesgo. Barcelona: Paidós. Aibar, E. (2002) La participación del público en las decisiones tecnológicas. En Aibar y Quintanilla Cultura tecnologica: Estudios de ciencia, tecnología y sociedad. Cap. VIII. Barcelona: ICE/HORSORI.