Gracia natural y sobrenatural La Gracia 1 3ª,9- Gracia natural y sobrenatural
Vimos en los temas anteriores la vida que Dios quiere para los seres humanos: Nada menos que una participación en su misma vida divina. Para poderlo conseguir necesitamos esencialmente una ayuda muy especial del mismo Dios, que llamamos «la Gracia». El cristiano normal muchas veces ha oído hablar de las gracias de Dios. Vamos a escrudiñar sobre su esencia.
En primer lugar, la palabra gracia significa «gratis» En primer lugar, la palabra gracia significa «gratis». Es algo gratuito, algo que se nos da sin merecerlo. Cuando uno va a un comercio a comprar algo, normalmente no se dice «gracias», porque uno ha recibido algo a cambio de dar otra cosa (normalmente dinero) del mismo valor. Cuando a uno le dan un regalo, lo cual lo dan sin que uno haga algo especial para merecerlo, es normal que se diga: «Gracias».
Decir «gracias» es reconocer que lo que me están dando es gratuito, sin merecerlo. Si así se hace entre humanos, con más razón se debe hacer cuando recibimos algo especial de parte de Dios. Y lo más grande que recibimos de Dios es la Gracia por la cual somos elevados a la vida sobrenatural. Así que a tan gran don de Dios debe corresponder una gran acción de gracias por nuestra parte.
En nuestras relaciones humanas la palabra «gracia» puede tener varios sentidos. Por ejemplo, cuando un jefe de gobierno indulta a un preso; cuando una persona tiene una cualidad que se hace atractiva; o simplemente cuando una persona es atrayente por su valor artístico o sabe hacer reír. Pero nosotros, y tratando de nuestra relación para con Dios, nos quedamos con el sentido de «gratuito», lo que se da sin merecerlo, sólo por amor.
Respecto a Dios, debemos decir que hemos recibido muchísimo: De hecho todo lo que tenemos. Basta con decir que Dios es el Creador y nosotros somos creaturas. Podemos recordar las palabras de san Pablo: «¿Tienes algo que no hayas recibido? Y, si lo has recibido, ¿a qué tanto orgullo, como si nadie te lo hubiera dado?» (1 Cor 4,7).
Por el hecho de ser creaturas, nos deberíamos considerar como siervos de Dios. Así se consideraban los hombres piadosos del Ant. Testamento, como Moisés, David, como aparece en los salmos… San Pablo en sus cartas también se llamaba «siervo de Jesucristo». También nos lo enseñó Jesús en aquella parábola del señor que espera que su siervo le atienda. Debemos decir a Dios: «Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer».
Eso es verdad. Pero Jesús nos reveló algo mucho más excelso: que nuestra relación definitivamente no es como siervos, sino como hijos. Dios es tan bueno que nos eleva a la categoría de hijos, que podemos llamar a Dios «Padre», que podemos tener participación de su vida divina. Todo ello mediante un don, que llamamos «gracia», don impagable, por el que continuamente debemos dar gracias.
San Agustín ya nos hablaba de estos dones que Dios nos da: unos de orden natural y otros de orden sobrenatural; por lo tanto más gratuitos aún. En una carta que escribe al papa Inocencio I el año 416 con motivo de contradecir al hereje Pelagio que sólo admitía la gracia de la naturaleza, san Agustín hace elogios de las gracias naturales, pero termina: «Pero de muy distinta especie es la gracia por la que somos llamados como predestinados, por la que somos justificados y salvados».
Así que los dones naturales son «gracia», pues en nada hicimos para merecerlos; pero gracia especial llamamos a la sobrenatural, la que nos hace participar en la vida de Dios. Por ella especialmente debemos dar gracias a Dios; pero también por la vida, por la ilusión, por la esperanza, por el amor.
Gracias, Señor, por nuestra vida, Automático
gracias, Señor, por la ilusión,
gracias, Señor, por la esperanza,
gracias de todo corazón.
Gracias, Señor, por cada hora,
gracias, Señor, por cada flor,
gracias, Señor, porque espera-mos
a que mañana brille el sol.
gracias, Señor, porque esperamos
a que mañana brille el sol.
por la sonrisa,
gracias, Señor, por el calor,
gracias, Señor, por cada hombre
que aún confía en el amor.
gracias, Señor, por cada hombre
que aún confía en el amor.
Gracias, Señor, por nuestra vida,
gracias, Señor, por la ilusión,
gracias, Señor, por la esperanza,
gracias de todo corazón. Hacer CLICK
Así que especialmente llamamos gracia a la que nos eleva y nos une con Dios. Esto lo sabemos sobre todo por la Biblia. Fuera de la Biblia no se habla de la gracia como tal; pero hay autores que hablan de ayudas especiales de «los dioses» y hay alguna bonita oración para pedir ayuda especial a alguna divinidad. Esta salvación que se pide entra en el orden natural.
En el Ant. Testamento aparece la necesidad de algo que sólo Dios puede dar. Aparece cómo Dios escogió a un pueblo e hizo una alianza con él. Esta alianza significa elevar a ese pueblo; es buscar que ese pueblo se una a Dios de una manera más especial que otros pueblos. Por parte de Dios es una alianza de bondad, como decía Dios a Moisés: «Yo haré pasar ante ti toda mi bondad… Yo me compadezco de quien quiero y concedo mi favor a quien quiero» (Ex 33,19).
Si Dios escoge a ese pueblo es porque le ama como a un hijo (Deut 7, 7-8). Muestra Dios sus sentimientos de Padre (Jer 31,20). En los profetas aparece el sentimiento de amor y misericordia de Dios, como cuando dice: «¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta?...» (Is 49,15). Por eso expresan con vehemencia el sentimiento de Dios cuando ese pueblo se extravía y rompe la alianza.
Lo importante para conocer sobre la gracia está en el N Lo importante para conocer sobre la gracia está en el N. Testamento y sobre todo en san Pablo. Dice que la gracia nos viene a través de Jesús. Y, si Dios nos ha elevado, lo ha hecho en virtud de los méritos de Jesucristo para con nosotros. Hasta se dice que los santos del Ant. Testamento, si recibieron alguna gracia especial, fue por los méritos que Jesús iba a tener. Así lo dice santo Tomás de Aquino: «Fueron justificados por la fe en el Cristo que había de venir».
San Pablo es quien habla más de la gracia que nos viene por los méritos de Jesús; o por la fe en Jesucristo, como dice en Rom. Habla o escribe de que todos nosotros, sin distinción entre judíos y gentiles podemos recibir una gracia en prenda de la redención que hay en Cristo Jesús. Por eso fuimos justificados gratuitamente.
Cuando se insiste un poco más o se pone más en evidencia el don gratuito de Dios que todo en nosotros es gracia de Dios, y así desde la eternidad, puede haber un pensamiento desviado, como ahora diré de algunos herejes, o puede darse un sentimiento de fervoroso agradecimiento que Dios quiere de nosotros, como en algunos santos. Santa Clara agradecía de esta manera hermosa a Dios Creador:
Me pensaste desde siempre, Señor de la eterna alba, y me creaste en el tiempo con amor, a tu hora exacta. Gracias porque me pensaste; gracias porque me creaste. Me cuidaste como un padre a su hija muy amada, y me infundiste tu Espíritu para fuego de mi llama.
Me pensaste desde siempre, Señor Automático
de la eterna alba,
y me creaste en el tiempo con amor,
a tu hora exacta.
Gracias porque me pensaste;
Gracias porque me creaste.
Gracias porque me pensaste;
Gracias porque me creaste.
Me cuidaste como un padre a su hija
muy amada,
y me infundiste tu espíritu
como fuego de mi llama.
Gracias porque me pensaste;
Gracias porque me creaste. Hacer CLICK
Cuando se quiere recalcar una idea muy importante, es muy peligroso para aquellos que sólo quieren leer unas pocas palabras sin conocer mucho más o porque no tienen mucho interés en conocer mucho más. Así diciendo san Pablo claramente que «por gracia estáis salvados mediante la fe», dio pie para que algunos de los principales protestantes del siglo 16 concluyeran que, si todo es gracia, nosotros no podemos hacer nada: estamos ya salvados o perdidos.
Es difícil conjugar la gracia con la libertad humana Es difícil conjugar la gracia con la libertad humana. El hecho es que la libertad humana es verdadera libertad, pero también es una gracia de Dios; y muy grande. Por lo tanto la salvación es gracia de Dios, pero también se consigue en virtud de nuestros méritos, de nuestras propias obras. Jesús mismo nos dirá que el día del juicio final seremos juzgados por lo que hicimos o dejado de hacer.
Normalmente el acento que pone la Iglesia en sus declaraciones sobre diversas doctrinas se basa en aclarar o contradecir lo que van diciendo herejes. En tiempos de san Agustín, por el principio del siglo 5º, tuvo que hacer frente al hereje Pelagio, quien decía que podíamos salvarnos con nuestro esfuerzo natural. Por eso san Agustín tuvo que exponer de forma más contundente que todo es gracia de Dios.
Por eso también varios protestantes del siglo 16 tomaron textos de san Agustín, como cuando decía que nadie se salva si no es por la misericordia de Dios, para acentuar más su teoría de que todo es gracia y de que hagamos lo que hagamos ya estamos salvados o condenados. No basta un texto de una persona, sino toda su doctrina y todo el modo de vivir su vida en relación con Dios y los demás.
Pues para contradecir a esos protestantes del siglo 16 hubo teólogos católicos que casi se pasan exaltando que junto a la gracia están nuestros propios méritos. Así que, según como se comprenda, de hecho hasta nuestros propios méritos son gracia de Dios, sin dejar de ser propios méritos por el esfuerzo realizado. Es decir, que si tenemos un esfuerzo previo, este esfuerzo nos lo da Dios, nos ayuda, porque nos quiere.
Recordamos una idea importante que dijimos cuando hablábamos de los sacramentos: Dios da la suficiente gracia para que todos podamos tener la suficiente fuerza para podernos salvar. Lo que Dios quiere es que le agradezcamos, o reconozcamos que Dios está por encima de todo. Y si le tenemos que agradecer por las cosas naturales o materiales, mucho más debe ser por esta vida divina que tenemos y de la que estamos tratando en estos temas.
Esta participación de la vida divina se nos da por este medio especial, que es la gracia. Por eso san Pablo enunciaba sus cartas con lo que llamaba «la acción de gracias a Dios». Y reconocía la bondad de Dios por la gracia de la fe que encontraba en las comunidades. Así cuando escribía a los romanos o a los corintios o efesios, daba gracias a Dios por la fe de ellos.
Entre los bienes dados por Dios que debemos dar gracias está la Eucaristía. Es el centro de la vida cristiana y Eucaristía significa acción de gracias. Así que debemos reconocer muchas veces que toda esta vida sobrenatural es un cúmulo de gracias por parte de Dios. Si esas gracias se dan por medio de Jesucristo, más la Eucaristía, que es presencia de Cristo.
San Pablo nos invita a esta acción de gracias cuando nos dice: «Todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él» (Col 3,17). También dice «Dad gracias en toda ocasión: esta es la voluntad de Dios».
Esta dificultad de conciliar la gracia, el don de Dios, y nuestra propia libertad nos puede causar quizá confusiones y desaliento. En realidad todo es más sencillo cuando uno se arroja en los brazos de Dios, que siempre está con nosotros y nos ayuda en la empresa. Dios nunca te abandona y quiere que seas feliz.
Terminemos dando gracias a Dios, en unión con los ángeles, porque la gloria de Dios es grande, al mostrarnos su amor y misericordia.
Señor, te damos gracias Automático
De todo corazón,
Delante de los ángeles
Cantaremos para Ti.
Que te den gracias
Los pueblos de la tierra
Al escuchar el oráculo de tu boca.
Canten los caminos del Señor,
Porque la gloria del Señor
Es grande.
Señor, te damos gracias
De todo corazón,
Delante de los ángeles
Cantaremos para Ti.
Con María, la Madre AMÉN