La afectividad humana Sentimientos y pasiones

Si las tendencias son como un movimiento que sale del sujetos y se proyecta sobre el mundo, orientando la búsqueda y la percepción, las emociones o sentimientos constituyen la resonancia interior consiguiente a la percepción sensible o intelectual.

Los sentimientos tienen un carácter pasivo, y por eso en filosofía se las llama pasiones. El sentimiento no es todavía la toma de posición deliberada de la libertad ante lo que se ha conocido, aunque de suyo apunta hacia un comportamiento. En sí mismo el sentimiento humano es una reacción, a la vez orgánica, psíquica, causada por el bien percibido.

Fenomenología de los sentimientos Emociones ligadas a las tendencias de la vitalidad: el placer, el dolor, el aburrimiento, la saciedad, la repugnancia, la diversión, el fastidio, la alegría, la aflicción, el embeleso y el pánico. Emociones ligadas a las tendencias del yo individual: susto, excitación, ira. Emociones ligadas a la tendencia a la autoestima: vivencia de inferioridad, la vergüenza, el desprecio de sí mismo. Emociones ligadas a las tendencias transitivas: simpatía, antipatía, estima, desprecio, respeto, burla, amor, odio, compasión, asombro, admiración.

La psicología distingue los sentimientos de los estados de ánimo. Los sentimientos son emociones de breve duración, mientras que los segundos son m{as persistentes

Las pasiones El concepto filosófico de pasión subraya el carácter pasivo de la emoción, es decir, antecedente a la deliberación racional, aunque también se admite la existencia de pasiones consecuentes, o sea pasiones deliberada y libremente suscitadas por la persona. Las pasiones tienen carácter sensible, muchas veces están unidas a alteraciones corporales (aceleración del ritmo cardíaco, tensión muscular, etc.) ya que son fruto del conocimiento sensible y de la estimación de los sentidos internos previa a que la inteligencia revise esa estimación y la considere verdadera o falsa, realista o exagerada.

Sin embargo en el ser humano es muy difícil que el conocimiento sea puramente sensible, ya que las tendencias a las que las pasiones se refieren, afectan también a la voluntad. El espanto, el horror, la preocupación, el desengaño, la compasión, el entusiasmo, etc., no son en el hombre fenómenos exclusivamente sensibles. Lo que les da su carácter de pasión es, sobre todo, el ser antecedentes a la deliberación racional y a la decisión libre.

Según Santo Tomás las pasiones no son algo necesariamente negativo o violento. Si la pasión antecedente es muy fuerte, lo que no es frecuente, dificulta o incluso anula la objetividad del examen racional y la libertad de la decisión. La pasión debe ser interpretada y valorada por la razón, porque no es de suyo una guía certera.

Integración de la afectividad en la conducta libre Los sentimientos o pasiones ponen de manifiesto que las cosas o las personas que nos rodean no nos son indiferentes, puesto que nos afectan y nos modifican. Causan en nosotros reacciones interiores que nos permiten valorar su incidencia en nuestra intimidad y en nuestras tareas: la alegría ante una persona querida, el miedo ante una situación desconocida.

Los sentimientos contienen una primera valoración, esbozan una toma de posición y sugieren una posible línea de conducta ante lo percibido. Su valor moral depende de la verdad o falsedad de la valoración que contienen y de la corrección o incorrección moral de la toma de posición que esbozan y de la línea de conducta que sugieren o a la que impulsan. Es parte esencial de la condición humana el poder ser afectado por lo bueno y lo malo. La impasibilidad no es un ideal moral.

A la razón le compete interpretar, valorar, dirigir los sentimientos y para ello debe defender la libertad y la objetividad del juicio práctico. Las pasiones pueden llevar a la persona a no apartar la imaginación y el pensamiento de determinados objetos, y por esa vía la pasión puede condicionar dispositivamente el juicio práctico de la razón; es decir el modo de considerar y de valorar una determinada situación.

En la medida en que la afectividad va adquiriendo una conformidad estable con la razón, a través de las virtudes morales, se logra la potenciación y utilización positiva de sus funciones propias. Es propio de la virtud poder utilizar las energías de la afectividad, cuando, como y en la medida en que conviene. Estos movimientos de la afectividad imperados por la razón reciben el nombre de pasiones consecuentes.

Los principios de la integración de la afectividad Con relación a la afectividad, la razón práctica realiza una triple función: interpretación, valoración y dirección o corrección. – Interpretar: entender el significado de los sentimientos que se experimentan – Valorar: poner el sentimiento en su adecuada relación con los demás bienes que integran el bien de la vida humana considerada como un todo. – Dirección o corrección: se lleva a cabo de diversos modos: aceptar un sentimiento y su valoración, rechazarlo o suscitarlo.

El hombre puede obrar mal, pero nunca renunciará a presentar ante sí mismo y ante los demás una justificación racional de su comportamiento, que considere válida al menos para las concretas circunstancias en las que éste ha tenido lugar. La atracción del placer tiene fuerza suficiente para engañar al hombre, es decir, para hacerle parecer razonable, aquí y ahora, al menos bajo algún aspecto, lo que en realidad no lo es. Pero el mismo hecho de que tenga que engañar a la razón presupone en el hombre un irrenunciable interés por el bien inteligible.