“AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO” Cuarto mandamiento: Honrarás a tu padre y a tu madre. El cuarto mandamiento ordena honrar y respetar a nuestros padres.
Y a todos aquellos a quienes Dios ha investido de autoridad para nuestro bien.
Dios ha instituido la familia y la ha dotado de su constitución fundamental.
La familia es la célula original de la sociedad humana. La sociedad tiene el deber de sostener y consolidar el matrimonio y la familia.
Los poderes públicos deben respetar, proteger y favorecer la verdadera naturaleza del matrimonio y de la familia, la moral pública, los derechos de los padres y el bienestar doméstico.
Los hijos deben a sus padres respeto (piedad filial), reconocimiento, docilidad y obediencia, contribuyendo así, junto a las buenas relaciones entre hermanos y hermanas, al crecimiento de la armonía y de la santidad de toda la vida familiar.
En caso de que los padres se encuentren en situación de pobreza, de enfermedad, de soledad o de ancianidad, los hijos adultos deben prestarles ayuda moral y material.
Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos y los primeros anunciadores de la fe.
Tienen el deber de amar y respetar a sus hijos como personas y como hijos de Dios, y proveer, en cuanto sea posible, a sus necesidades materiales y espirituales, eligiendo para ellos una escuela adecuada.
Y ayudándoles con prudentes consejos en la elección de la profesión y del estado de vida. En especial, tienen la misión de educarlos en la fe cristiana.
Los padres educan a sus hijos en la fe cristiana principalmente con el ejemplo, la oración, la catequesis familiar y la participación en la vida de la Iglesia.
Los vínculos familiares no son absolutos, porque la primera vocación del cristiano es seguir a Jesús, amándolo:”El que ama a su padre o a su madre más que a mi no es digno de mi” ( Mt. 10,37 ).
Los padres deben favorecer gozosamente el seguimiento de Jesús por parte de sus hijos en todo estado de vida, también en la vida consagrada y en el ministerio sacerdotal.