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Tercer Mandamiento: Santificar las fiestas
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Dios ha bendecido el sá-
bado y lo ha declarado sagrado,. Ese día se hace memoria del descanso de Dios el séptimo día de la Crea- ción. De la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto. De la Alianza que Dios hizo con su pueblo.
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Jesús reconoce la san- tidad del sábado. Con su autoridad divi- na le da la interpreta- ción auténtica. “El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sába do” ( Marcos 2,27 ).
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Para los cristianos el sá-
bado ha sido sustituido por el domingo porque este es el día de la Resu- rrección de Cristo. Como primer día de la semana recuerda la pri- mera creación. Como octavo día, que sigue al sábado, significa la nueva creación inaugurada con la Resurrección de Cristo.
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El domingo es considerado
por los cristianos como el primero de todos los días y de todas las fiestas: El día del Señor. Jesús, con su Pascua, lleva a cumplimiento la verdad espiritual del sábado judío y a- nuncia el descanso eterno del hombre en Dios.
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Los cristianos santifican
el domingo y las demás fiestas de precepto par- ticipando en la Euca – ristía del Señor. Absteniéndose de las actividades que les im- pidan rendir culto a Dios. Se permiten las actividades relacionadas con las necesidades familiares o los servicios de utilidad social, siempre que no sean perjudi- ciales a la santificación del domingo.
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Es importante que el día domingo
sea reconocido civilmente como día festivo. A fin de que todos tengan la posi- bilidad de disfrutar del suficien- te descanso y de tiempo libre. Esto les permite cuidar su vida religiosa, familiar, cultural y social. De disponer de tiempo para la meditación, la reflexión, el silencio y el estudio y de vi- sitar a los ancianos y a los enfermos.
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El Cuarto Mandamiento:
Honrarás a tu padre y a tu madre
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El cuarto mandamiento ordena honrar y respe- tar a nuestros padres. Y a todos aquellos a quienes Dios ha investi- do de autoridad para nuestro bien.
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En el plan de Dios, un hom-
bre y una mujer, unidos en matrimonio, forman con sus hijos una familia. El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los esposos y a la procreación y edu- cación de los hijos. En Cristo la familia se convierte en Iglesia do- méstica, porque es una comunidad de fe, de esperanza y de caridad.
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La familia es la célula ori-
ginal de la sociedad y pre- cede a cualquier reconoci- miento por parte de la au- toridad pública. Los principios y valores familiares constituyen el fundamento de la vida social. La vida de familia es una iniciación a la vida de la sociedad.
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La sociedad tiene el deber de
sostener y consolidar el matri- monio y la familia. Los poderes públicos deben respetar, proteger y favorecer la verdadera naturaleza del matrimonio y de la familia. Deben también proteger y favorecer la moral pública, los derechos de los padres y el bienestar doméstico.
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Los hijos deben a sus padres
respeto, reconocimiento, docilidad y obediencia. Contribuyen así, junto a las buenas relaciones entre her- manos y hermanas, al creci- miento de la armonía y la santidad de toda la vida familiar. En caso de que los padres se encuentren en condición de pobreza, de enfermedad, de soledad o de ancianidad, los hijos adultos deben prestarles ayuda moral y material.
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Los padres son los primeros respon-
sables de la educación de sus hijos y los primeros anuncia- dores de la fe. Tienen el deber de amar y de respetar a sus hijos como per- sonas y como hijos de Dios. Deben proveer, en cuanto sea posible, a sus necesidades materiales y espiri- tuales, elegir una escuela adecuada y ayudarlos, con prudentes consejos, en la e – lección de la profesión y del estado de vida. Deben educarlos en la fe cristiana.
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Los padres educan a sus hijos en la fe cristiana principalmente con el ejemplo, la oración, la catequesis familiar y la participación en la vida de la Iglesia.
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Los vínculos familiares, aunque
sean importantes, no son abso- lutos, porque la primera voca- ción del cristiano es seguir a Jesús: “El que ama a su padre o a su madre más que a mi no es digno de mi” ( Mateo 10,37 ). Los padres deben favorecer gozosamente el seguimiento de Jesús por parte de sus hijos en todo estado de vida, también en la vida consagrada y en el ministerio sacerdotal.
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La autoridad se ejerce siem-
pre como un servicio, respe- tanto los derechos funda – mentales del hombre, una justa jerarquía de valores, las leyes, la justicia distri- butiva y el principio de sub- sidiaridad. Cada cual, en el ejercicio de la autoridad, debe buscar el interés de la comunidad antes que el propio y debe inspirar sus de- cisiones en la verdad sobre Dios, sobre el hombre y sobre el mundo.
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Quienes están sometidos
a las autoridades deben considerarlas como re – presentantes de Dios, ofre- ciéndoles una colabora – ción leal para el buen fun- cionamiento de la vida pública y social. Esto exige el amor y servicio de la patria, el derecho y el deber del voto, el pago de los impuestos, la defensa del país y el de- recho a una crítica constructiva.
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El ciudadano no debe en conciencia obedecer cuando las prescripcio- nes de la autoridad ci- vil se opongan a las exi- gencias del orden mo – ral: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” ( Hechos 5,29 ).
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Presentación en POWER-POINT
realizada por Violeta Vázquez para
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