CATEQUESIS DE LA ORACIÓN 6. Con la ayuda del espíritu Por favor, no toques el ratón

Cuando nuestro corazón se abre, cuando la aparente soledad se torna en auténtica venida de Dios.

Cuando finalmente en el sosiego del corazón se alza el clamor: “Padre Nuestro”

¿Somos de verdad nosotros? los que nos atrevemos a decir a Dios, tan osadas palabras

que ora en nosotros y con nosotros. La primera fuente de esta fuerza es Jesucristo, que nos ha invitado a invocar con Él, confiados y audaces, al eterno Dios vivo y verdadero como “Padre”. Pero además, oramos en el Espíritu de Dios que ora en nosotros y con nosotros.

En el alma del hombre hay algo más allá de cuanto la ciencia o la experiencia han podido descubrir. En los abismos del hombre está el Dios vivo, real y verdadero.

Él clama en nosotros: ¡Abba, Padre!. Es el Espíritu Santo, el propio Espíritu de Dios que se nos ha dado y que ama pródiga y gozosamente en nosotros. Él clama en nosotros: ¡Abba, Padre!.

Él clama en nosotros: ¡Abba, Padre!. Es el Espíritu Santo, el propio Espíritu de Dios que se nos ha dado y que ama pródiga y gozosamente en nosotros. Él clama en nosotros: ¡Abba, Padre!.

En los fondos del corazón no moran sólo los demonios de la noche, de la codicia y del odio; ni sólo manan las aguas de la amargura: allí está el Espíritu, adorado y bendecido.

Sólo necesita un tenue y tímido SÍ de mi parte, para poder experimentar su gracia. El Espíritu, presente en lo más humano del hombre, ora en nosotros, gime por nosotros, y obra en nosotros cuando realizamos lo más decisivo de nuestra vida: En los fondos del corazón no moran sólo los demonios de la noche, de la codicia y del odio; ni sólo manan las aguas de la amargura: allí está el Espíritu, adorado y bendecido.

Sólo necesita un tenue y tímido SÍ de mi parte, para poder experimentar su gracia. El Espíritu, presente en lo más humano del hombre, ora en nosotros, gime por nosotros, y obra en nosotros cuando realizamos lo más decisivo de nuestra vida: En los fondos del corazón no moran sólo los demonios de la noche, de la codicia y del odio; ni sólo manan las aguas de la amargura: allí está el Espíritu, adorado y bendecido. la oración.

Nuestra oración no es simplemente del hombre que hay en nosotros, sino justamente del Espíritu de Dios que está en nosotros.

Ni nosotros somos capaces de advertir las cosas asombrosas que se realizan en nuestro corazón cuando comenzamos a decir: “Padre nuestro”.

El Espíritu es nuestra ayuda en la oración Si nosotros nos cansamos de orar, Él no se cansa. El Espíritu de Dios ora en nosotros. Éste es el más santo consuelo de nuestra oración.

Textos: Hoja parroquial San León Magno http://www.granosdemaiz.com/