Y habitó entre nosotros No tocar el ratón
Y habitó entre nosotros
Y la lamparilla de aceite siguió titilando de alegría ante la luz de un Dios que brilló en la noche. Y todo parecía igual, radicalmente distinto en su misteriosa igualdad.
¿Qué sentiste, María?... ¿Qué nueva luz viste con el Dios-bebé, hijo de tus entrañas, llorando en tus brazos?
“¡Madre de Dios!” ¿Qué dijiste a Dios en tu interior?... Siento el escalofrío de mi pregunta y sólo leo en tus ojos la respuesta: “¡Madre de Dios!”
Contigo y el niño en brazos, no pasa el tiempo. La humildad del recinto se convierte en el palacio más cómodo para los ojos del interior.
Y siento el roce de José sentado a mi lado, sin tampoco entender nada, mezcla de Marta y María en su contemplación servicial.
Y la mirada, y la caricia, y el beso… sucediéndose alternativamente, experimentando el contacto del corazón entre Dios y el hombre.
Déjame mirarte y besarte, a media luz de lámpara, y adivinar el misterio escondido en tu pequeñez de Niño. Déjame abrazar tu Luz en la penumbra.
¿Dónde están los ángeles?... Mudos de estupor sólo despiertan para anunciar la Buena Nueva. Y vuelan llevando el correo del Padre.
¿A quiénes?... A los únicos capaces de escuchar la voz del misterio. A los humildes y sencillos del pueblo: los pastores vigilantes de la noche.
“Y el silencio se hizo voz en el corazón de los pobres”
Y ponme alas de ángel, como a los pastores. Déjame escuchar el misterio de tu voz silenciosa… Déjame penetrar en tu Luz Que brilla en la oscuridad Y ponme alas de ángel, como a los pastores.
Venga a nosotros tu Reino… … de luz y de paz interior.
Dame luz para verte
Dame corazón para acogerte
Dame fuerza para seguirte
Dame ilusión para no perderte
Fin Composición y texto de Alberto Pérez Pastor