Leyendo se afianza y se ejercita la memoria, la imaginación y la reflexión de una manera autónoma hasta sentir que leyendo se vive el mundo.
Cada lector tiene el derecho de disfrutar de la manera en que, de conformidad con el conjunto de su personalidad, le es posible hacerlo.
Es un acto privado, no puede ser impuesto, porque, automáticamente, la libertad y la felicidad, desaparecen, el gozo es mayor cuando el lector descubre que una lectura jamás es igual a otra, incluso del mismo texto.
Solo cuando el lector se abstrae del mundo, el gozo es grande y el hecho de la libertad aparece como un acto no sólo de precepción ni de procesamiento intelectual y espiritual, sino de creación permanente.
El lector puede hacer lo que él quiera; pues, si su intención es sólo conocer, que conozca; si de descubrir se trata, que descubra; si de saber, que sepa; si de vivir otras vidas, que la viva.
El lector debe estar siempre motivado para que el texto le abra un campo novedoso en provecho de su bienestar, familiar, social, profesional y espiritual.
Como lector, elijo de lectura que más me place y, sin que haya presión de ninguna naturaleza. Me doy el gusto de mantener un diálogo privado con el texto.
La activación de la mente me lleva a ejercer una práctica de la crítica; llega un momento en que estoy en condiciones de analizar, cuestionar y discutir.
Frente a la soledad, el texto se convierte en una especie de tabla de salvación frente a lo adverso que la vida me puede representar personalmente.
A través del texto puedo enterarme de momentos históricos especiales, de lugares, de personas y de hechos que en mi realidad pueden llegar a ser muy representativos.
En mundos de fantasía, aventuras, exploración, o por simple curiosidad de adentrarme en lo desconocido, son también formas lectoras interesantes.
Pueda que haya lectores que toman al texto como desafío o como único medio para mantener viva, despierta y activa su mente.