SÓCRATES Y SU PENSAMIENTO FILOSÓFICO

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Transcripción de la presentación:

SÓCRATES Y SU PENSAMIENTO FILOSÓFICO

Nació en Atenas en el año 470 a. c Nació en Atenas en el año 470 a.c. Su padre se llamó Sofronismo (era escultor), su madre Fenarete (comadrona). Su esposa se llamó Jantipa. I .-PRIMEROS ESTUDIOS DE SÓCRATES “Es increíble el deseo que sentí durante mi juventud, dice Sócrates en el Fedón, de conocer esa ciencia que se llama física. Consideraba que era algo sublime el saber las causas de cada una de las cosas, lo que les da el ser, lo que las hace perecer, lo que las hace existir…, pero después de todas mis investigaciones, me encontré más torpe que antes.”

El estudio de los libros de Anaxágoras provocó en el espíritu de Sócrates una nueva dirección en sus ideas: decía, que la inteligencia es “el principio y regla de todas las cosas; me pareció muy bello que la inteligencia fuese el principio de todo». Sócrates admite, pues, con Anaxágoras, que la verdadera causa no es física, sino intelectual; y llega aún más lejos que Anaxágoras: la inteligencia misma no puede elegir una cosa con preferencia a otra sino por una razón, y esta razón únicamente puede ser un bien. De esta manera subordina Sócrates inmediatamente la inteligencia al bien en vista del cual la inteligencia debe disponer todas las cosas.

El porqué de las cosas, a los ojos de Sócrates, es el fin bueno y útil con vistas al cual han sido hechas. “Como consecuencia de este principio, deduzco que el hombre solo debe investigar en cuantas cosas se relacionan con él o con los demás, aquello que en ellas hay de mejor y más perfecto.” El verdadero nombre de la ciencia de lo mejor, es la moral: he ahí, pues, como traslada Sócrates la filosofía desde la física jónica, las matemáticas de los pitagóricos y la lógica de los eleáticos, a la moral, que estudia la relación de las cosas con el bien.

Para Sócrates, la ciencia del bien es la única digna de llamarse ciencia por excelencia. Sócrates le atribuye un valor y un poder tales, que, si los hombres la poseyesen, no podrían hacer el mal. Todas nuestras faltas y todas nuestras desgracias, repetía sin cesar, provienen de nuestra ignorancia. La salvación de los Estados, como la de los individuos, es la ciencia. “Instruid a los hombres y les haréis mejores.”

II. MÉTODO DE SÓCRATES O DIALÉCTICA DE LOS PENSAMIENTOS El sentimiento profundo de la ciencia, al tener por objeto el bien y al confundirse con la práctica del mismo bien, explica las dos partes principales del método socrático: refutación del error o ironía; descubrimiento de la verdad o mayéutica. LA IRONÍA LA MAYEÚTICA

LA IRONÍA: Dirigida contra la presunción y el sofisma, es resultante del contraste establecido por Sócrates entre ideal de la ciencia y la orgullosa ignorancia de sus adversarios. Entabla con los sofistas discusiones en las que éstos deben salir mal parados, y expone de este modo la vanidad de su sabiduría engañadora. «No sé más que una cosa, dice, y es que no sé nada; los sofistas no saben nada y creen saberlo todo.» reduce a la nada toda la ciencia humana ante la verdadera ciencia.

LA MAYEÚTICA: Sócrates repite sin cesar que no es maestro que posea la ciencia y sea capaz de transfucionarla, en el espíritu de sus discípulos. Cada cual, dice, es su propio maestro, y únicamente requiere que se le ayude o provoque por medio de alguna circunstancia exterior, principalmente por medio de las interrogaciones. Aprender es adquirir conocimiento de nosotros mismos o de lo que existe en nosotros mismos; conocer es conocerse a sí mismo; es dar a luz lo verdadero. Enseñar a los demás es partearlos.

En la plaza pública se dirige Sócrates a cuantos llegan, tanto al humilde artesano como a los más ilustres ciudadanos, tanto al esclavo de Menón como al joven Alcibiades. Poco le importa el tiempo, el lugar o los personajes. Para él siempre hay ocasión para entablar conversación e investigar; todo espíritu es capaz de dar a luz algunas ideas por lo menos, o de provocar en los demás un efecto análogo.

De la misma manera que nuestros experimentadores modernos se esfuerzan por variar y multiplicar sus observaciones y sus ensayos, modificando sin descanso los objetos y las circunstancia, tanteando de prueba en prueba y haciendo mil preguntas a la Naturaleza, así Sócrates tomando por objeto de observación o experimentación el alma humana en lugar de la Naturaleza, somete a las más variadas pruebas a todo aquello con quienes se encuentra, sin desdeñar a nadie y sin despreciar tampoco ningún asunto de conversación; sabe que la verdad puede surgir de todas las almas y de todas las cosas.

“Hay dos cosas, decía Aristóteles que se pueden atribuir a Sócrates; los discursos inductivos y la definición general”. Por consiguiente, Sócrates ascendía siempre por inducción de la especie al género, de la conclusión particular al principio universal. Esta clasificación racional de las cosas no solo constituía para él la ciencia teórica, sino también la virtud práctica.

MORAL DE SÓCRATES O DIALÉCTICA DE LAS ACCIONES TEORÍA DE LA VOLUNTAD Para Sócrates, la dialéctica de acción, es decir, la moral, se identifica con la dialéctica del pensamiento, es decir, con la filosofía. La sabiduría teórica y práctica a la vez, consiste, según dice Jenofonte, “en examinar lo mejor que existe y en observar la dialéctica por géneros, tanto en nuestras acciones como en nuestros discursos, prefiriendo los bienes y absteniéndonos de los males”.

“Así, nos hacemos a la vez hombres buenos y expertos dialécticos”, pues ordenamos las cosas en nuestros actos de la misma manera que en nuestros pensamientos, no se puede ser verdadero dialéctico en palabras, sin serlo también en actos. En el fondo hay solamente una virtud: la sabiduría, que, considerada en su relación con la voluntad, se hace valentía; en su relación con sensibilidad, templanza; en su relación con los demás hombres, justicia; en su relación con Dios, piedad. Tales son las cinco virtudes socráticas.

La justicia es el conocimiento y, por consiguiente, la observación de las verdaderas leyes que rigen las relaciones de los hombres entre sí. Pero, ¿en qué consisten esas verdaderas leyes? ¿Son las leyes escritas por los hombres? De ninguna manera; son las leyes no escritas, que son a la vez naturales y divinas. Son naturales por ser la misma razón y por ser la razón el fondo de la naturaleza. Son divinas, por ser Dios quien las ha establecido. “¿Quién creéis que ha traído estas leyes? Son los dioses quienes las han dictado a los hombres.”

Vemos muchísimos hombres que violan impunemente las leyes humanas; “pero los hombres que violan las leyes divinas sufren un justo castigo”. ¿Por qué? Porque las cosas están organizadas de manera tal, que hacen surgir el castigo de la falta misma. La ley es el bien; la violación de la ley es el mal; pronto o tarde, el mal producirá el mal, por la fuerza de las cosas, o mejor dicho, por la fuerza de Dios. “¿No se ve la mano de un legislador superior al hombre en el hecho de que cada ley lleve consigo el castigo para su infractor?”

Sócrates adoptó primeramente la antigua máxima que dice que hay que hacer el bien a los amigos y mal a los enemigos, pero acabó por reconocer que no hay que hacer mal a nadie. Sócrates creyó que hay que hacer bien a todos y era, según nos dice Jenofonte, filántropo. De aquí se desprenden sus hermosas doctrinas respecto a la mujer, a la que considera igual al hombre, así como sobre los esclavos y sobre la dignidad del trabajo.

La política, según Sócrates, es una ciencia, y, como tal, es función de los más sabios, aunque están en minoría: he ahí el principio de que parte Sócrates. . Pero, ¿cómo puede la ciencia gobernar y ejercer su acción? ¿Es por la fuerza? Esto constituiría una extraña contradicción. La ciencia reside en la inteligencia, y se dirige a las inteligencias; no es una fuerza brutal y material que ejerza sobre el cuerpo. La ciencia debe gobernar, pues, por medio de la persuasión. De aquí resulta que el gobierno debe poder por completo el asentamiento de los gobernados: debe obrar con la aprobación de sus inteligencias, y, por consiguiente, de sus voluntades.

DOCTRINAS RELIGIOSAS DE SÓCRATES Sócrates comenzaba la instrucción de sus discípulos, dice Jenofonte por las pruebas de la existencia y la providencia de Dios. Estas pruebas eras dos: una de ellas se fundaba en la causa eficiente; la otra, en la causa final. Poseemos en nosotros mismos una inteligencia; pero lo que está en nosotros debe encontrarse también en la causa que ha producido el mundo; existe, pues, una inteligencia presente en el universo de la que se deriva la nuestra. Tal es la prueba por la causa eficiente.

Además, todo está dispuesto para lo mejor en el universo; todo tiene en él objeto. Los órganos de nuestro cuerpo están admirablemente dispuestos para sus funciones. En esta utilidad universal de las cosas y sobre todo, en su utilidad para el hombre, reconoce Sócrates una obra de “providencia”. Tal es la prueba por las causas finales, que Sócrates consideraba como complemento necesario de la doctrina de Anaxágoras; mostrar que todo es obra de una inteligencia.

El Dios de Sócrates es uno El Dios de Sócrates es uno. Así como no hay más un mundo, que forma un todo único, hay también un solo Dios, presente en este mundo, de la misma manera que el alma está presente en el cuerpo. Sócrates habla casi siempre de Dios en singular: El que ha hecho al hombre, los animales, los astros, el mundo. Aquel que ordena y contiene el mundo entero, en el que están todas las cosas bellas y buenas, y que gobierna el mundo más rápidamente que el pensamiento, aquél hace ante nuestros ojos las cosas más grande, pero las gobierna sin dejarse ver. Considera que el sol, cuya asistencia es tan clara para todos, no permite que los hombres le contemplen; si fijamos en él nuestra mira irrespetuosa, nos ciega.

El alma del hombre, que participa de lo divino más que todas las otras cosas humanas, reina evidentemente en nosotros, pero es invisible. Reflexiona sobre estas cosas, y no desprecies los seres invisibles; honra a la divinidad. El Dios de Sócrates es eterno e inmenso: lo ve todo, lo oye todo, está presente en todos sitios, y lo observa todo a la vez. Sócrates creía tanto en la divina providencia, que llegaba incluso a admitir una comunicación más o menos directa de ciertos hombres con la divinidad.