Presentación: B. Areskurrinaga HC

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Transcripción de la presentación:

Presentación: B. Areskurrinaga HC 8 de diciembre de 2012 Texto: D. Amundarain Presentación: B. Areskurrinaga HC Músicaa: Ave María - Guarini

«Vio entonces Dios todo lo que había hecho, Esta fiesta simboliza la naturaleza pura y buena que hemos recibido de Dios los hombres y mujeres de aquel «Comienzo» y todos los posteriores en nuestro nacimiento. Dios bendijo y dio por buenos al hombre y a la mujer: «Vio entonces Dios todo lo que había hecho, y todo era muy bueno» (Génesis 1,31).

La Virgen María, desde su nacimiento y a través de toda su vida, ha vivido una gran amistad con Dios y con todos los demás humanos: ha guardado pura y fiel la amistad que Dios ha concedido a todos los hombres y mujeres. Como Jesús, en su medida.

Todo eso la fascinó, y se propuso llevar mucho más allá La Virgen María ha tratado de hacer cada vez más profunda y suya esa amistad recibida en su nacimiento: en su mente, en su voluntad, en su entendimiento, en su corazón. Ya desde pequeña había escuchado por boca de sus padres, parientes, vecinos… el relato de Adán y Eva, los relatos sobre los patriarcas; particularmente, sobre la fe de Abrahán. Todo eso la fascinó, y se propuso llevar mucho más allá esa fe-vida.

También escuchó sobre los esfuerzos realizados por los profetas, tratando que en el pueblo todos fueran obedientes a Dios y amigos entre sí. ¡Qué emoción no le causaría la lucha de un Elías, tratando de apartar al pueblo de los ídolos y para que fuera fiel a Yahvé!

¡Qué pena no sentiría al escuchar a un Isaías, a un Jeremías, a un Ezequiel describiendo las injusticias del pueblo! Por el contrario, ¡qué alegría mostraría ella al oír y conocer por boca de los mismos profetas que, a pesar de la infidelidad del pueblo, Dios seguía llamándole y llamándole hacía sí!

Quiero ser yo misma, tal como Dios me quiere y desea. Muy pronto, muy joven María hizo su elección: no me basta con guardar la pureza y la fidelidad de mi nacimiento; las realizaré dándome enteramente al servicio de Dios y de la humanidad. Haré consistir mi pureza en llevar a su plenitud el yo que Dios me ha hecho, en ser yo. Trataré de llevar a su plenitud el yo que Dios se ha representado desde toda la eternidad. Quiero ser yo misma, tal como Dios me quiere y desea. Ser y misión.

Sí. La Virgen María se ha esforzado con todo su corazón en ser fiel a Dios, al prójimo, a sí misma. Desde niña. Pero de pequeña poco se imaginó a qué tendría que enfrentarse en su vida. Con todo, tenía puesta su confianza en el Espíritu que animó a los profetas del Antiguo Testamento.

«¿Estás dispuesta a ser madre del Mesías?» Afortunadamente. Fue ese Espíritu quien le dio la luz y la fuerza para cumplir con la misión que Dios le encomendó. Siendo todavía muy joven, percibió en su interior una voz que le decía: «¿Estás dispuesta a ser madre del Mesías?» ¡Qué angustia! No le dio el sí a lo loco. Se puso a preguntar e indagar. Hasta que la misma voz interior le aseguró: «Tendrás en ti y contigo al Espíritu Santo».

De antes tenía confianza en el Espíritu. Fue suficiente. De antes tenía confianza en el Espíritu. Pero la presente promesa era de un carácter particular. Le daba plena seguridad. «Sí», fue la respuesta. «Hágase en mí tu voluntad». Desde entonces, realmente, no le bastó con la fidelidad del nacimiento. Su interior le requería una amistad de otro nivel, para con Dios, para con los humanos.

Sobre cómo ser mayor colaboradora de Dios. No cabiendo en sí misma, se puso en camino para comunicarse con su prima Isabel. «Dichosa tú, por tu preñez. Dichosa también yo, por mi preñez». Dichosa yo por haberse acordado Dios de está pequeñez mía. El Espíritu le imprimió amor-fuego. Amor-fuego, sobre cómo glorificar a Dios. Sobre cómo ser mayor colaboradora de Dios.

Fue a ayudar a Isabel precisada de ayuda. A su esposo ¡qué zalamerías no le haría, loca de alegría! ¡Cómo le acariciaría a su hijo todavía en el vientre! ¡El Espíritu! Quedó llena del Espíritu. No había en ella nada que fuera contra el Espíritu.

Y al nacer, cuántos parabienes y cuántos anuncios sobre el Y hasta que nació el hijo, cuántas vueltas a la cabeza, sobre qué sería aquel hijo, al parecer diferente de los demás hijos. Y al nacer, cuántos parabienes y cuántos anuncios sobre el destino del niño. Y María todo lo guardaba en su corazón, para rumiarlo en silencio.

Y María, en su corazón, toda fija en el Espíritu. Y una vez más: El santo Simeón no le anunció ningún porvenir feliz: «una espada atravesará tu corazón». Y María, en su corazón, toda fija en el Espíritu. Y una vez más: «Hágase en mí la voluntad de Dios».

En cierta ocasión, como quien no dice nada, le indicó al hijo: Y olvidándose de las penas personales, tiene presente siempre al prójimo. Se olvidó que su amado Jesús se le escapó de casa, que emprendió un camino peligroso. No le regañó. ¿Cómo lo iba a hacer? En cierta ocasión, como quien no dice nada, le indicó al hijo: «No tienen vino». Siempre pendiente de cómo realizar la voluntad de Dios en los problemas humanos.

Al final, tuvo que presenciar a su hijo en la cruz. Se decía María para sí: «Si existe en el mundo una persona buena, ésta es la auténticamente buena». «Pero que suceda también esto, para la liberación de la humanidad. Amén». ¡Qué profundo sería aquel Amén, dicho por aquella mujer todo lágrimas! Siempre servidora del Espíritu.

«Id al mundo entero, para dar noticia de mí». Y para poder cumplir el encargo, todos se dieron a orar, pidiendo el Espíritu Santo, y ella entre ellos. Con todo, al poco tiempo, aquella mujer, la mayor discípula entre todos los discípulos, se dirigió a Galilea, como el Señor les había indicado. Allí recibió, junto a los demás discípulos el encargo del Resucitado:

La Virgen María, obediente desde el nacimiento: he ahí su pureza. Guardó puro, en su pura realidad, aquel ser fiel recibido de Dios, en aquel «Principio»; además, dio acogida plena a la gracia especial del Espíritu, a la gracia que a todos se nos ha ofrecido. Es esta acogida entrañable por parte de María, la que hoy celebramos.

María Madre, Madre de Dios, Madre de la Iglesia, honor y gloria a ti. Ruega a Cristo Resucitado, para que el mundo sea más fiel. Amén. Que en este peregrinar sea ella nuestra ayuda y compañera.

INMCULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA   1.-Esta fiesta simboliza la naturaleza pura y buena que hemos recibido de Dios los hombres y mujeres de aquel «Comienzo» y todos los posteriores en nuestro nacimiento. Dios bendijo y dio por buenos al hombre y a la mujer: «Vio entonces Dios todo lo que había hecho, y todo era muy bueno» (Génesis 1,31). 2.-La Virgen María, desde su nacimiento y a través de toda su vida, ha vivido una gran amistad con Dios y con todos los demás humanos: ha guardado pura y fiel la amistad que Dios ha concedido a todos los hombres y mujeres. Como Jesús, en su medida. 3.-La Virgen María ha tratado de hacer cada vez más profunda y suya esa amistad recibida en su nacimiento: en su mente, en su voluntad, en su entendimiento, en su corazón. Ya desde pequeña había escuchado por boca de sus padres, parientes, vecinos… el relato de Adán y Eva, los relatos sobre los patriarcas; particularmente, sobre la fe de Abrahán. Todo eso la fascinó, y se propuso llevar mucho más allá esa fe-vida. 4.-También escuchó sobre los esfuerzos realizados por los profetas, tratando que en el pueblo todos fueran obedientes a Dios y amigos entre sí. ¡Qué emoción no le causaría la lucha de un Elías, tratando de apartar al pueblo de los ídolos y para que fuera fiel a Yahvé! 5.- ¡Qué pena no sentiría al escuchar a un Isaías, a un Jeremías, a un Ezequiel describiendo las injusticias del pueblo! Por el contrario, ¡qué alegría mostraría ella al oír y conocer por boca de los mismos profetas que, a pesar de la infidelidad del pueblo, Dios seguía llamándole y llamándole hacía sí! 6.-Muy pronto, muy joven María hizo su elección: no me basta con guardar la pureza y la fidelidad de mi nacimiento; las realizaré dándome enteramente al servicio de Dios y de la humanidad. Haré consistir mi pureza en llevar a su plenitud el yo que Dios me ha hecho, en ser yo. Trataré de llevar a su plenitud el yo que Dios se ha representado desde toda la eternidad. Quiero ser yo misma, tal como Dios me quiere y desea. Ser y misión. 7. Sí. La Virgen María se ha esforzado con todo su corazón en ser fiel a Dios, al prójimo, a sí misma. Desde niña. Pero de pequeña poco se imaginó a qué tendría que enfrentarse en su vida. Con todo, tenía puesta su confianza en el Espíritu que animó a los profetas del Antiguo Testamento. 8.-Afortunadamente. Fue ese Espíritu quien le dio la luz y la fuerza para cumplir con la misión que Dios le encomendó. Siendo todavía muy joven, percibió en su interior una voz que le decía: «¿Estás dispuesta a ser madre del Mesías?» ¡Qué angustia! No le dio el sí a lo loco. Se puso a preguntar e indagar. Hasta que la misma voz interior le aseguró: «Tendrás en ti y contigo al Espíritu Santo».

9. -Fue suficiente. De antes tenía confianza en el Espíritu 9.-Fue suficiente. De antes tenía confianza en el Espíritu. Pero la presente promesa era de un carácter particular. Le daba plena seguridad. «Sí», fue la respuesta. «Hágase en mí tu voluntad». Desde entonces, realmente, no le bastó con la fidelidad del nacimiento. Su interior le requería una amistad de otro nivel, para con Dios, para con los humanos. 10.-El Espíritu le imprimió amor-fuego. Amor-fuego, sobre cómo glorificar a Dios. Sobre cómo ser mayor colaboradora de Dios. No cabiendo en sí misma, se puso en camino para comunicarse con su prima Isabel. «Dichosa tú, por tu preñez. Dichosa también yo, por mi preñez». Dichosa yo por haberse acordado Dios de está pequeñez mía. 11.-Fue a ayudar a Isabel precisada de ayuda. A su esposo ¡qué zalamerías no le haría, loca de alegría! ¡Cómo le acariciaría a su hijo todavía en el vientre! ¡El Espíritu! Quedó llena del Espíritu. No había en ella nada que fuera contra el Espíritu. 12.-Y hasta que nació el hijo, cuántas vueltas a la cabeza, sobre qué sería aquel hijo, al parecer diferente de los demás hijos. Y al nacer, cuántos parabienes y cuántos anuncios sobre el destino del niño. Y María todo lo guardaba en su corazón, para rumiarlo en silencio. 13.-El santo Simeón no le anunció ningún porvenir feliz: «una espada atravesará tu corazón». Y María, en su corazón, toda fija en el Espíritu. Y una vez más: «Hágase en mí la voluntad de Dios». 14.-Y olvidándose de las penas personales, tiene presente siempre al prójimo. Se olvidó que su amado Jesús se le escapó de casa, que emprendió un camino peligroso. No le regañó. ¿Cómo lo iba a hacer? En cierta ocasión, como quien no dice nada, le indicó al hijo: «No tienen vino». Siempre pendiente de cómo realizar la voluntad de Dios en los problemas humanos. 15.-Al final, tuvo que presenciar a su hijo en la cruz. Se decía María para sí: «Si existe en el mundo una persona buena, ésta es la auténticamente buena». «Pero que suceda también esto, para la liberación de la humanidad. Amén». ¡Qué profundo sería aquel Amén, dicho por aquella mujer todo lágrimas! Siempre servidora del Espíritu. 16.-Con todo, al poco tiempo, aquella mujer, la mayor discípula entre todos los discípulos, se dirigió a Galilea, como el Señor les había indicado. Allí recibió, junto a los demás discípulos el encargo del Resucitado: «Id al mundo entero, para dar noticia de mí». Y para poder cumplir el encargo, todos se dieron a orar, pidiendo el Espíritu Santo, y ella entre ellos. 17.-La Virgen María, obediente desde el nacimiento: he ahí su pureza. Guardó puro, en su pura realidad, aquel ser fiel recibido de Dios, en aquel «Principio»; además, dio acogida plena a la gracia especial del Espíritu, a la gracia que a todos se nos ha ofrecido. Es esta acogida entrañable por parte de María, la que hoy celebramos. 18.-María Madre, Madre de Dios, Madre de la Iglesia, honor y gloria a ti. Ruega a Cristo Resucitado, para que el mundo sea más fiel. Amén.