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Amarte quiero, mi Dios, al vaivén circular, o pendular, de las horas que marcan el límite al tiempo que aún puede quedarle a mi ser.

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3 Amarte quiero, mi Dios, al vaivén circular, o pendular, de las horas que marcan el límite al tiempo que aún puede quedarle a mi ser.

4 Sobre el rastrojo donde crecieron juntos las amapolas rojas y el trigo, esperar quiero arrodillado el momento cuando el reloj se detendrá en el silencio, como avisando de que la hora ha llegado.

5 Será justo el momento de enfilar mis pasos más allá de las estrellas e ir a tu morada donde los ángeles y arcángeles cantores rasgan laúdes de luz inmarcesible entonando el Santo, Santo, Santo, por eternidad de eternidades.

6 Amarte quiero, a pesar de los avatares conocidos o ignotos de mi vida, huérfana tantas veces del amor que te es debido,

7 y en caudal de lágrimas cautivas lavar deseo el remordimiento y las penas por haberte tantas veces ofendido, y tantas, robado la luz al día, para tirarla al cauce seco de la envidia.

8 Y desde la aurora al ocaso, en la noche y en el día, volar quiero cual los pájaros juglares al refugio de las ramas del árbol perenne de la Vida para seguir ensayando a ritmo de tus ángeles y arcángeles el Santo, Santo, Santo, en pentagramas celestiales.

9 Con alegría o con llanto, y desde la mortal desnudez de mi existir y mi ser, enhebraré mi danza a ritmo de resignación esperanzada, para que a pesar de tanto desacato, mis ojos puedan contemplarte en compañía de tus santos.

10 Ahora y siempre, recrear en mi ser deseo la inocencia que en los ángeles pusiste para alegría de las almas amasadas a la luz de los luceros del alba en el candor inicial de la vida.

11 Y así, por fin, poder cantar espero con tus ángeles y querubines, el Santo, Santo, Santo, por eternidad de eternidades.

12 Amarte quiero, mi Dios, al vaivén circular, o pendular, de las horas que marcan el límite al tiempo que aún puede quedarle a mi ser. Sobre el rastrojo donde crecieron juntos las amapolas rojas y el trigo, esperar quiero arrodillado el momento cuando el reloj se detendrá en el silencio, como avisando de que la hora ha llegado. Será justo el momento de enfilar mis pasos más allá de las estrellas e ir a tu morada donde los ángeles y arcángeles cantores rasgan laúdes de luz inmarcesible entonando el Santo, Santo, Santo, por eternidad de eternidades. Amarte quiero, a pesar de los avatares conocidos o ignotos de mi vida, huérfana tantas veces del amor que te es debido, y en caudal de lágrimas cautivas lavar deseo el remordimiento y las penas por haberte tantas veces ofendido, y tantas, robado la luz al día, para tirarla al cauce seco de la envidia. Y desde la aurora al ocaso, en la noche y en el día, volar quiero cual los pájaros juglares al refugio de las ramas del árbol perenne de la Vida para seguir ensayando a ritmo de tus ángeles y arcángeles el Santo, Santo, Santo, en pentagramas celestiales. Con alegría o con llanto, y desde la mortal desnudez de mi existir y mi ser, enhebraré mi danza a ritmo de resignación esperanzada, para que a pesar de tanto desacato, mis ojos puedan contemplarte en compañía de tus santos. Ahora y siempre, recrearen mi ser deseo recrear en mi ser deseo la inocencia que en los ángeles pusiste para alegría de las almas amasadas a la luz de los luceros del alba en el candor inicial de la vida. Y así, por fin, poder cantar espero con tus ángeles y querubines, el Santo, Santo, Santo, por eternidad de eternidades. Juan Manuel del Río J U A N M A N U E L D E L R I O


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