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El barro también florece

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Presentación del tema: "El barro también florece"— Transcripción de la presentación:

1 El barro también florece

2 ¿Por qué la luz me deslumbra cuando mi palabra riela
como la estela de un barco en el azul de la mar, o mi silencio escribe en el agua palabras transparentes de un amor ilusionado que por prudencia es mejor no pronunciar?

3 Náufrago seré en mi propia historia,
si vivo un presente incierto cuando agoreros y abundantes profetas falsos me dicen que eso de la felicidad sólo es allá, arriba en la eternidad, como si la vida presente no estuviera ya grávida de radiante eternidad.

4 No es Dios el gran ausente,
en asunto de felicidad, es el hombre quien se ausenta del Dios Padre que es amor, el que del barro, aún caliente, hizo del hombre artífice eficiente del tiempo y su eternidad.

5 Conviene, pues, estar vigilante,
cuando el día va cayendo, suavemente, y llega en silencio la noche, para guardar la lámpara y el aceite de nuestra pequeña historia, sabiendo que al día siguiente volverá a alumbrar radiante con su luz el sol resplandeciente.

6 Yo creo en el Dios que aparentemente ausente, es Amor, y está presente en el hombre y sus cuitas cada día, y creo en la eternidad y el hombre que se estrena aquí y ahora en el afán de cada día.

7 No es Dios quien niega al hombre,
aunque el hombre no recuerde que el barro también florece en destellos fehacientes de tiempo y eternidad. De ahí que caber no pueda la soledad abisal el hombre, pues su barro primordial, guarda fragancia de luz inmortal.

8 El barro también florece
¿Por qué la luz me deslumbra cuando mi palabra riela como la estela de un barco en el azul de la mar, o mi silencio escribe en el agua palabras transparentes de un amor ilusionado que por prudencia es mejor no pronunciar? Náufrago seré en mi propia historia, si vivo un presente incierto cuando agoreros y abundantes profetas falsos me dicen que eso de la felicidad sólo es allá, arriba en la eternidad, como si la vida presente no estuviera ya grávida de radiante eternidad. No es Dios el gran ausente, en asunto de felicidad, es el hombre quien se ausenta del Dios Padre que es amor, el que del barro, aún caliente, hizo del hombre artífice eficiente del tiempo y su eternidad. Conviene, pues, estar vigilante, cuando el día va cayendo, suavemente, y llega en silencio la noche, para guardar la lámpara y el aceite de nuestra pequeña historia, sabiendo que al día siguiente volverá a alumbrar radiante con su luz el sol resplandeciente. Yo creo en el Dios que aparentemente ausente, es Amor, y está presente en el hombre y sus cuitas cada día, y creo en la eternidad y el hombre que se estrena aquí y ahora en el afán de cada día. No es Dios quien niega al hombre, aunque el hombre no recuerde que el barro también florece en destellos fehacientes de tiempo y eternidad. De ahí que caber no pueda la soledad abisal el hombre, pues su barro primordial, guarda fragancia de luz inmortal. Juan Manuel del Río


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