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Publicada porRemedios Alcantar Modificado hace 9 años
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Las virtudes La virtud es una disposición habitual y
firme para hacer el bien. Hay virtudes humanas y virtudes teologales.
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Las virtudes humanas son perfecciones ha – bituales y estables del entendimiento y de la voluntad. Regulan nuestros ac- tos, ordenan nuestras pasiones y guian nuestra conducta de con – formidad con la razón y la fe. Son elevadas y purificadas por la gracia.
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Las principales virtu-
des humanas son las llamadas cardinales. Constituyen las bases de la vida virtuosa. Son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.
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La prudencia dispo- ne la razón a discer- nir, en cada circuns- tancia, nuestro ver- dadero bien y a ele- gir los medios ade – cuados para reali – zarlo. Es guía de las demás virtudes, indicándoles su regla y medida.
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La justicia consiste en
la constante y firme vo- luntad de dar a los de- más lo que les es debido. La justicia para con Dios se llama “virtud de la religión”.
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La fortaleza asegura la
firmeza en las dificul- tades. La constancia en la bús- queda del bien. Llega incluso a la capacidad de de aceptar el eventual sacrificio de la propia vida por una causa justa.
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La templanza mo- dera la atracción de los placeres. Asegura el dominio de la voluntad so- bre los instintos. Procura el equilibrio en el uso de los bienes creados.
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Las virtudes teologales son
las que tienen como origen, motivo y objeto inmediato a Dios mismo. Infusas en el hombre con la gracia santificante. Nos hacen capaces de vivir en relación con la Santísima Trinidad. Son la garantía de la presencia y de la acción del Espíritu Santo en las facul- tades del ser humano.
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Las virtudes teolo- gales son: La Fe La Esperanza y La Caridad.
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La Fe es la virtud teologal por la que cree-
mos en Dios. En todo lo que Él nos ha revelado. En lo que la Iglesia nos propone. Por la fe el hombre se aban- dona libremente a Dios. Trata de conocer y hacer la voluntad de Dios.
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La Esperanza es la virtud teologal por la
que deseamos y esperamos de Dios la vida eterna como nuestra felicidad. Confiamos en las promesas de Cristo. Nos apoyamos en la ayuda del Espíritu Santo para merecerla y perseverar has- ta el fin de nuestra vida.
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La Caridad es la virtud teologal por la cual a- mamos a Dios sobre to- das las cosas y a nues- tro prójimo como a no- sotros mismos por a – mor a Dios. Jesús hace de ella el mandamiento nuevo, la plenitud de la Ley.
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Los dones del Espíritu Santo son disposiciones permanentes que ha- cen al hombre dócil para seguir las inspi- raciones divinas. Son siete: sabiduría, entendimiento, conse- jo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.
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El don de sabiduría nos da un co-
nocimiento amoroso de Dios y de las personas y las cosas creadas en cuanto hacen referencia de Él. Está íntimamente unido a la virtud de la caridad. Mediante este don participamos de los mismos sentimientos de Jesucristo. Nos enseña a ver los acontecimientos den- tro del plan providencial de Dios.
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Mediante el don de entendimiento
llegamos a tener un conocimiento más profundo de los misterios de la fe. Es necesario para la plenitud de la vida cristiana. El Espíritu Santo ilumina la inteli- gencia con una luz poderosísima y le da a conocer con una claridad desconocida hasta entonces el sen- tido profundo de los misterios de
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El Espíritu Santo mediante el
don de consejo perfecciona los actos de la virtud de la pruden- cia, que se refiere a los medios que se deben emplear en cada situación. Con mucha frecuencia debemos tomar decisiones. En todas ellas tenemos comprometida nues- tra santidad. Dios concede el don de consejo para decidir con rectitud y rapidez.
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El Espíritu Santo proporciona
al alma la fortaleza necesaria para vencer los obstáculos y practicar las virtudes. Nada parece entonces demasia- do difícil, no ponemos la con – fianza de modo absoluto en los medios humanos a utilizar sino en la gracia del Señor. El don de fortaleza crece en las dificultades.
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El don de ciencia nos hace com-
prender lo que son las cosas creadas, según el designio de Dios sobre la creación y la ele- vación al orden sobrenatural. Facilita al hombre compren – der las cosas creadas como se- ñales que llevan a Dios. Nos hace percibir que todo vie- ne de Dios y a Dios se ordena.
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El don de piedad tiene como efec-
to propio el sentido de la filiación divina. Nos mueve a tratar a Dios con la ternura y el afecto de un buen hijo hacia su Padre y a los demás hombres como a hermanos que pertenecen a la misma familia.
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Es el temor del hijo que ama
al Padre con todo su ser y que no quiere separarse de Él por nada en el mundo. Como lo único que lo puede separar del Padre es el peca- do tiene gran horror de éste y si lo comete, una vivísima contrición.
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Los frutos del Espíritu Santo son perfec-
ciones plasmadas en nosotros como primicias de la vida eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: Caridad, gozo, paz, paciencia, bondad, longanimidad, benignidad, mansedum- bre, fidelidad, modestia, continencia y castidad.
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El pecado Acoger la misericordia de Dios supone reconocer
nuestros pecados. Arrepentirnos de ellos. Con su Palabra y su Espíri- tu, Dios mismo descubre Sitúa nuestra conciencia en la verdad y nos concede la esperanza del perdón.
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El pecado es un acto o un de-
seo contrarios a la Ley eter- na. Es una ofensa a Dios. A quien desobedecemos en vez de responder a su Amor. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Cristo revela la gravedad del pecado.
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La variedad de pecados es
grande. Pueden distinguirse según su objeto o según las virtu- des o mandamientos a que se oponen. Pueden referirse a Dios, al prójimo o a nosotros mis – mos. Pueden ser de pensamiento, obra u omisión.
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En cuanto a la gravedad, el pecado se dis- tingue en: Pecado mortal. Pecado venial.
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Se comete un pecado mor-
tal cuando se dan, al mis- mo tiempo, materia grave, plena advertencia y delibe- rado consentimiento. Destruye en nosotros la ca- ridad y nos priva de la gracia. A menos que nos arrepintamos, nos lleva a la muerte eterna del infierno. Se perdona por el Bautismo y la Reconcilia- ción.
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El pecado venial se comete
cuando la materia es leve. O no se da plena advertencia o perfecto consentimiento. No rompe la alianza con Dios. Debilita la caridad, impide el progreso del alma en el ejercicio de las virtudes y prác- tica del bien moral. Merece penas temporales de purificación.
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El pecado prolifera en noso-
tros pues uno lleva a otro. Su repetición genera el vicio.
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Los vicios son hábitos perversos que obscure- cen la conciencia e in- clinan al mal. Los vicios pueden ser referidos a los siete pecados llamados capitales: Soberbia Avaricia Lujuria Ira Gula Envidia y Pereza.
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Tenemos respon- sabilidad en los pecados de los otros cuando cooperamos culpablemente a que se cometan.
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Las estructuras de pecado son situaciones
o instituciones contrarias a la ley divina, expresión y efecto de los pecados persona- les.
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Presentación en POWER-POINT
realizada por Violeta Vázquez para
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