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Mi nombre es María Emilia. Nací en Caracas, la ciudad de los techos rojos, el 7 de diciembre de 1858. Soy la novena de 11 hermanos. Mis padres: Trinidad.

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4 Mi nombre es María Emilia. Nací en Caracas, la ciudad de los techos rojos, el 7 de diciembre de 1858. Soy la novena de 11 hermanos. Mis padres: Trinidad Istúriz y Ramón Chapellín Dios fue la persona más importante en mi familia. Él me acogió en la Iglesia, como hija amada suya, el 12 de enero de 1859, a través del Bautismo que recibí en la Iglesia Catedral.

5 En mi familia aprendí a cultivar la fe y el amor a Dios y a mis hermanos más necesitados. Mis padres socorrían a los pobres, quienes eran acogidos en nuestra casa como miembros más de la familia. Así fue transcurriendo mi infancia: entre testimonios de caridad y muestras de afecto y cariño. Estudié en el Colegio Monserrate, dirigido por piadosas señoritas caraqueñas. Me preparé con mucha ilusión para mi Primera Comunión. Jesús fijó en mí sus ojos llenos de cariño, y no los apartó jamás.

6 M e sentía muy dichosa cuando podía ayudar a los pobres. Mientras más pobre, necesitada y afligida era una persona, más me acercaba a ella, descubriendo el rostro de Jesús en cada una. ¿Sabes? Es que yo experimentaba el amor del Padre Bueno y Amoroso que nos hace hermanos. Me sentía llamada a ser SIGNO DE LA TERNURA DE DIOS hacia ellos. Una noche, cuando todos dormían, sentí el llanto desesperado de un niño que vivía en una choza cerca de mi casa. Llamé a mi hermana Mercedes y, sin hacer ruido, fuimos a atender al niño: lo alimentamos y lo abrigamos. Cuando se durmió, regresamos gozosas a casa. Tenía muy clara la palabra de Jesús: “Lo que hicisteis con un hermano mío de esos más humildes, lo hicisteis conmigo” (Mt 25,40)

7 En la oración encontraba paz, gozo, alegría. Me sentía amada profundamente por el Señor y lo amaba tiernamente. A mis hermanos enseñaba a ser solidarios y fraternos. Compartía con ellos mi experiencia. Solía poner un plato vacío en el centro de la mesa familiar donde los invitaba a poner la parte de su comida que eran capaces de compartir con los pobres. Así, poco a poco, con sencillez, aprendíamos lo que significa ser hijos de Dios y hermanos. Después, llena de gozo, iba con alguno de ellos a repartir el pan, milagro de la solidaridad.

8 Llegó el momento de la prueba para nuestra familia. Mi madre enfermó gravemente. La atendimos con ternura y delicadeza. Por primera vez oigo que me llama: “Hermana de la Caridad”… Qué dulce sonó a mis oídos!! Le abrí mi corazón al Amado de mi alma: “Jesús, si mi madre recobra la salud, me ofrezco toda a Dios en la vida religiosa”. Me abandoné en Sus manos amorosas … El 7 de junio de 1885, mi madre se durmió en la paz del Señor. Llena de dolor, me incliné sobre el cadáver de mi madre, y dije al Señor en oración: “Dios mío, te ofrecí todo mi ser en holocausto por mi madre … Que se cumpla tu voluntad. Lejos, Señor, de retractarme de mi resolución, la ratifico. Desde este instante quiero ser para siempre toda tuya en la vida religiosa”. Ya no pensé otra cosa en mi corazón, sino en entregarme a Dios en los más pobres.

9 ¿Dónde ser religiosa? En nuestra patria, imposible. El gobierno había extinguido todo vestigio de vida religiosa. En el año 1887, con permiso de mi confesor y de mi padre, ingresé en las Hermanas Terciarias Franciscanas, en Curazao. Siempre fui muy débil de salud. A los 7 meses tuve que regresar. La superiora me dijo, al despedirme: “A usted la quiere Dios en un rinconcito de su patria” Reinicié mi misión de servidora de los pobres y enfermos. Pasaba horas enteras delante del Sagrario pidiendo a mi amado Jesús la realización de mi único sueño: vivir sólo para Él, consagrada al servicio de los que sufren.

10 La mejoría que sentí al regresar, duró poco. Con mi familia me fui a Maiquetía, en busca de aires marinos. Mi alma necesitaba un guía espiritual. Ahí me encontré con un alma grande: el Pbro. Santiago Machado, sacerdote ejemplar que estaba dando respuesta a las necesidades de los enfermos, pobres y heridos de la vida. Me puse en sus manos, dichosa de poder servir. Atendía a los enfermos más graves, pedía limosna de puerta en puerta, dirigía la Asociación San José, colaboraba en la remodelación de las ruinas de una cárcel, para convertirla en el primer Hospital. El P. Machado encerraba en su pecho un incendio de amor de Dios y del prójimo; yo ardía en la misma caridad y me sentía cada día más inclinada a servir a los pobres de Jesucristo.

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12 El 25 de septiembre de 1889 me trasladé definitivamente al Hospital San José con otras jóvenes y ese día fundamos la Congregación de las “HERMANITAS DE LOS POBRES DE MAIQUETÍA”. El 22 de abril de 1888 fue la inauguración del Hospital San José. ¡Qué dicha sentí al saber que los pobres tenían dónde albergarse! En el patio del Hospital, el P. Machado colocó una imagen de San José y me dijo: Mire al Dueño de la Casa. El 25 de octubre del mismo año vestí un sencillo y atractivo hábito. Comenzaron a llamarme: Hermana Emilia de San José.

13 Me sentía feliz en medio de tanta pobreza, siendo cariñosa con los enfermos e intentando complacerlos para hacerles más agradable la vida. La tuberculosis continuó minando mi salud, y enfermé de gravedad. Mi buen P. Machado, intentando recuperarme, me envió a Los Teques. Ahí me enteré que había unos enfermos mentales en condiciones deplorables. Sentí mucha compasión por ellos, los visité, los aseé, les corté las uñas, limpié el local. Esto terminó de agotarme. Le avisé al P. Machado, vino rápidamente, y me encontró en plena faena. Al verme trabajando tanto, me llamó la atención, y sus lágrimas mostraban la comunión de sentimientos. Me envió a Macuto, con esperanzas de que me recobrase un poco. Con paz y alegría iba asumiendo los dolores de mi enfermedad.

14 Yo, Padre Machado, quiero compartir lo que oí de sus labios los últimos días de su vida terrena: “Yo deseo morir Esclava del Rosario, si es posible” “Yo las bendigo con toda mi alma, pues las quiero como a mis hijas” “A mí me parece que he hecho todo lo posible para cumplir con mi deber; si en algo he faltado ha sido por ignorancia, pues Nuestro Señor me tomó de la mano y me colocó en esta Casa sin yo saber nada” “¡Nunca me imaginé siquiera que se pudiera sentir tanta satisfacción de morir religiosa! ¡Estoy tan contenta!” “Siento tanto amor a Jesús y se me ha despertado ahora un deseo tan grande de verlo, que me encuentro imposibilitada de ocuparme en otra cosa. Mi espíritu está lleno de su presencia ”

15 “Estoy tan tranquila, tan contenta, tan sin temor, como si me hallara en los brazos de Jesús” “Todas las tentaciones las he vencido con el amor de Dios” “Nuestro Señor es muy celoso y quiere habitar solo en nuestro corazón” “Tú sabes, Jesús mío, que yo te amo, y si me volvieras la vida te la volvería a consagrar y sacrificar en tu servicio” “A mí no me imiten sino a Jesús, que es como un espejo clarísimo donde se reflejan todas las virtudes ”

16 “Les recomiendo mucho la caridad fraterna. Si ustedes no se aman mucho, mutuamente, ¿cómo podrán amar a los enfermos, ancianos y niños? “Lo que yo les he enseñado procuren llevarlo a la práctica, sin olvidarlo jamás. Así agradarán mucho a Dios”. “Tengan mucho cuidado con el orgullo … Ténganse en nada, atribuyendo siempre a Dios todo lo bueno que hagan”. “Rogaré por todas sin preferencias, pero sí pediré por las necesidades de cada una en particular, como quien las conoce”.

17 La noche del 17 de enero de 1893 la pasé muy mal, sufriendo continuas asfixias. A las 5:30 a.m. me dijo el P. Machado que iba a decir la Santa Misa para darme la Comunión. Le pedí se apresurase. Cuando estaba en el Sanctus, yo no podía más. En el Padrenuestro le dije: “¡Padre …, ande…, ya …, ya …! Las amadas Hermanas me rodeaban. Me deslicé hacia los pies de la cama, ellas me sostuvieron y ayudaron. Me puse de rodillas con los brazos en cruz, esperando así recibir por última vez al Dios y Señor de mi vida.

18 Comulgué … Jesús estaba en mi corazón … Unos instantes después cerré mis ojos a este mundo y los abrí a la eternidad, donde me encontré en los brazos de Dios. Tenía 34 años de edad y poco más de 3 años de fundada la Congregación

19 FE profunda C A R I D A D s i n l í m i t e s ESPERANZA CONFIANZA absoluta en la Providencia HUMILDÍSIMA T I E R N A y C O M P A S I V A AMOR a DIOS y al PRÓJIMO Alma de ORACIÓN AMOR a la EUCARISTÍA POBREZA Castidad OBEDIENCIA FORTALEZA JUSTICIA Prudencia T E M P L A N Z A ABNEGACIÓN AMOR a la VIRGEN y a SAN JOSÉ A L E G R Í A SERVICIO AMOR entrañable a los enfermos

20 Sus restos reposan en el Hospital San José en Maiquetía. Habiéndose comprobado que vivió heroicamente todas las virtudes, Su Santidad Juan Pablo II la declaró Venerable el 23 de diciembre de 1993. Elevemos oraciones a la Santísima Trinidad para que, por su intercesión, conceda el milagro para obtener su Beatificación a mayor gloria de Dios y bendiciones para la Iglesia. Oremos al Dueño de la mies para que suscite jóvenes generosas que quieran seguir a Jesús, sirviéndole en los pobres y en los que sufren.

21 En su vida cristiana viven nuestra espiritualidad siguiendo a Jesucristo, a ejemplo de M. Emilia y P. Machado. Animación cristiana a niños, adolescentes y jóvenes, que deseen hacer un proceso de crecimiento humano- cristiano.

22 ESCLAVA DEL ROSARIO (Música de Garza Blanca) 1. Yo le canto a Madre Emilia, fiel esclava del Rosario, consagrada a nuestro Dios, en tierras de Venezuela para servir a los pobres con cariño y con amor (bis). MÁRTIR DE LA CARIDAD QUE MURIÓ ALLÁ EN MACUTO EN OLOR DE SANTIDAD, DEJANDO AL PADRE MACHADO SUMERGIDO EN GRAN TRISTEZA, PERO CON FIRME CERTEZA QUE DEL CIELO AYUDARÁ (bis). 2. En Clínicas y Hospitales, en Hogares para ancianos vemos el rostro de Dios: acogemos al enfermo, al pobre y desamparado como ella nos lo enseñó (bis). 3. En escuelas y colegios, misiones y catequesis cumplimos nuestra labor, ese fue el sueño dorado de nuestro Padre Machado, mi querido Fundador (bis).

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