Modernismo y Generación del 98.

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MODERNISMO Y GENERACIÓN DEL 98
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Transcripción de la presentación:

Modernismo y Generación del 98

Entramos en la Edad de Plata de la literatura española Entramos en la Edad de Plata de la literatura española. La riqueza y abundancia de la producción literaria se vio propiciada por el incremento considerable del público lector, gracias a colecciones muy asequibles y al papel divulgador de la prensa. En España e Hispanoamérica, se llamó modernistas a todos los escritores que tenían impulsos innovadores, ya fueran éticos o estéticos, derivados de una profunda insatisfacción ante el mundo que les había tocado vivir. El término Generación del 98 fue acuñado más tarde en España por Azorín para referirse a sus coetáneos, que adoptaron una postura crítica ante los problemas políticos y sociales, puestos de manifiesto con el Desastre de 1898. Ambas denominaciones fueron utilizadas por diversos críticos para oponerlas, aunque hoy se duda de tal oposición; más bien se trata de manifestaciones diferentes de un mismo afán crítico y renovador con respecto a la etapa realista precedente, que vuelven a unirse bajo el epígrafe común de Crisis de Fin de Siglo. Desde el punto de vista temático, podría servirnos la separación (que no oposición) siempre que se entienda que nunca es tajante. Los temas modernistas tienen una fuerte influencia romántica, así como del Parnasianismo y Simbolismo franceses. Es un mundo plagado de sensaciones, de matices, donde se funden todas las artes (“El arte es azul”).

El rechazo del mundo real, por chabacano y vulgar, les lleva a evadirse en el tiempo y el espacio, con recreación de ambientes orientales, exquisitos y extraños. Son frecuentes princesas, salones y jardines versallescos con sus estanques, sus cisnes; la mitología grecolatina, germánica, precolombina,... Los Siglos de Oro serán fuente de inspiración constante. París la ciudad por excelencia. El mundo interior, como en el Romanticismo, pasa de un tono vitalista y sensual, a otro marcado por la tristeza, el hastío, la melancolía y la nostalgia. Los temas noventayochistas se centran más en el paisaje de las tierras y las gentes de España, especialmente Castilla (“mística y guerrera”). Ejercen su crítica sobre la historia y la literatura. Sus preocupaciones existenciales les llevan a interrogarse sobre el sentido de la existencia humana, el paso del tiempo, la muerte… En cuanto al estilo, rechazan  el retoricismo anterior. Mantienen en común un afán renovador de la lengua que se manifiesta de múltiples formas. En métrica, se siguen usando el endecasílabo, el octosílabo, con revalorización del romance, y versos medievales como el alejandrino; pero se recuperan el dodecasílabo y el eneasílabo,  así como metros grecolatinos. Los recursos fónicos son frecuentes. Se enriquece el vocabulario con palabras aristocráticas y exquisitas por un lado, y con un tono popular y terruñero por otro.

El poeta de mayor influencia fue, sin lugar a dudas, Rubén Darío El poeta de mayor influencia fue, sin lugar a dudas, Rubén Darío. Prosas profanas (1896) es la culminación del Modernismo más exuberante y rotundo, el cantor de cisnes, princesas y fiestas galantes, con múltiples efectos musicales y sensoriales. Con Cantos de vida y esperanza (1905) irrumpen la preocupaciones existenciales ("Lo fatal"), a la vez que las políticas, con la defensa de lo hispánico frente a lo anglosajón. En España, el modernismo ya tuvo sus precursores en Manuel Reina y Salvador Rueda. En opinión de Unamuno, quizá el mejor representante del modernismo fuera Manuel Machado, (Alma, El mal poema). El mismo Unamuno se dedicó también a la lírica como forma de expresión de sus preocupaciones existenciales, cayendo por tanto hacia el lado noventayochista.  Antonio Machado evoluciona desde el modernismo de los primeros libros hacia una depuración formal y temática noventayochistas. Los poemas de Machado comunican emociones y sentimientos, ya sea de su interioridad o de su mirada sobre el mundo que le rodea (“lo que pone el alma, si es que algo pone”). Su obra se suele dividir en dos etapas. La etapa modernista, con Soledades, galerías y otros poemas, tiene presenta un carácter intimista, con claras influencias románticas (Bécquer y Rosalía) y simbolistas: la tarde, el camino, el río, la fuente, las galerías son símbolos de realidades profundas. La etapa noventayochista, con Campos de Castilla, es una reflexión sobre la realidad de España, sus tierras y sus gentes. Nuevas canciones  nos muestra un cierto agotamiento poético en favor de reflexiones existenciales, sociales y políticas tan características de la Generación del 98.

El poeta de más influencia posterior  fue Juan Ramón Jiménez, Premio Nobel en 1956. La poesía del “andaluz universal” es una “obra en marcha”. Tenía la necesidad constante de revisar su “Obra” —en mayúsculas— lo que le llevó a realizar varias “Antolojías”( Recuérdese la especial ortografía del fonema /χ/  de Juan Ramón). Establecía en sus últimos años tres etapas en su producción: La etapa sensitiva o modernista (1898-1915) está marcada por la influencia de Bécquer, el Simbolismo y el Modernismo. Se trasluce la sensibilidad del poeta a través de una estructura formal perfecta. Pertenecen a esta etapa Rimas, Jardines lejanos, Elejías, La soledad sonora y Estío, entre otros. En esta etapa escribe Platero y yo, el mejor ejemplo de prosa poética de la literatura del siglo XX.  Las etapas posteriores (intelectual y suficiente) suponen una superación del Modernismo, que en España se conoce como Novecentismo y en Hispanoamérica como Posmodernismo.  Trata de expresar  la experiencia poética sin ropajes retóricos: poesía desnuda, pura, cada vez más hermética y alejada de los gustos del público. Se inicia con la publicación en 1916 de Diario de un poeta recién casado, que abre la poesía española a las innovaciones vanguardistas.

En el terreno de la novela, la renovación se inicia en 1902, con obras de Azorín, Unamuno, Baroja y Valle-Inclán, aunque el realismo-naturalismo seguirá perviviendo, con gran éxito de público, en autores como Vicente Blasco Ibáñez o Felipe Trigo. Estas novelas no persiguen, como en el Realismo, la reproducción objetiva de la realidad exterior, sino la expresión de la realidad interior en un mundo inestable. Son subjetivas y antirrealistas. Además, conciben la novela como un género totalizador, multiforme, en el que tienen cabida también la reflexión filosófica, el ensayo, el lirismo, etc. Esta conciencia de renovación llevó a Unamuno a denominarlas nivolas, de las que se sirvió para expresar su personalidad contradictoria y sus ideas sobre la religión, la vida, la muerte y la propia conciencia. Para ello interviene en el relato, dialoga con sus personajes, los convierte en símbolos, interpela al lector... En 1914 publicó Niebla, cuyo protagonista, Augusto Pérez, se enfrenta con su creador. En 1930 apareció, en una colección de novelitas de bajo precio, San Manuel Bueno, mártir, donde nos cuenta la historia de un cura de pueblo que ha perdido la fe, pero que aparenta tenerla para que sus feligreses mantengan intactas sus creencias religiosas y así puedan ser felices. Pío Baroja organizó la mayor parte de sus novelas en trilogías que siguen un tema común. La busca (de la trilogía La Lucha por la vida) nos cuenta las peripecias por los barrios marginales de Madrid de Manuel Alcázar, aunque pululan infinidad de personajes que le sirven para criticar a los bajos fondos madrileños. Esta crítica se extiende a España en El árbol de la ciencia (de La raza), novela de carácter casi autobiográfico. Ambas tienen un personaje central (activo o sin voluntad) con diálogos abundantes y magníficas descripciones impresionistas, y dan cabida también a reflexiones filosóficas. Además Baroja contó las aventuras de un antepasado suyo, Eugenio de Avinareta, en las 22 novelas que componen las Memorias de un hombre de acción.

En las primeras novelas de Azorín (José Martínez Ruiz) la narración se fragmenta en instantáneas que congelan el tiempo y captan “los primores de lo vulgar”. Destacan La voluntad, Antonio Azorín (de quien tomó el seudónimo) y Confesiones de un pequeño filósofo.  La prosa de Valle-Inclán está marcada en sus inicios por el modernismo, especialmente las Sonatas (de otoño, estío, primavera, invierno), subtituladas “Memorias del Marqués de Bradomín”, “un donjuán, feo, católico y sentimental". Predominan los efectos musicales y sensoriales. De esta época también es la trilogía de La guerra carlista, que narra episodios de la última guerra carlista. Con Tirano Banderas podemos hablar ya de una estética esperpéntica (aunque sus mejores manifestaciones se produzcan en el teatro) que se convertirá en antecedente del realismo mágico hispanoamericano. Por último las tres novelas de El Ruedo ibérico reflejan la visión esperpéntica sobre la historia de la segunda mitad del siglo XIX.