Dalí y los sueños Alejandra López
Érase una vez un niño llamado Salvador Dalí, que nació en 1904 en Figueres, un pueblecito de Girona. Los veranos los pasaba en Cadaqués, junto al mar, donde contemplaba sus hermosos atardeceres.
Le gustaba mucho explorar y vivir nuevas experiencias junto a su primo y su hermana Anna Maria, pero también jugar al fútbol, como a cualquier niño de su edad.
Su madre, vio que dibujaba muy bien y le animó a que siguiera haciéndolo; su padre, que era notario, prefería otra profesión para Salvador.
Pero el joven Salvador creció entre pinceles y sueños Pero el joven Salvador creció entre pinceles y sueños. Al principio, pintó a su hermana Anna Maria mirando el mar por la ventana, o tranquilamente sentada, con el mar al fondo y las barquitas sobre la arena.
El joven Dalí empezó a tener éxito El joven Dalí empezó a tener éxito. Viajó a Madrid y a París con una maleta vacía y conoció a un grupo de pintores llamados surrealistas, para quienes los sueños eran más importantes que la realidad.
A su vuelta de París, su maleta estaba repleta de sueños; elefantes, hormigas, tigres, cisnes, cuernos de rinoceronte…, objetos que poblarían sus cuadros en una explosión de color.
Dalí se instaló en su casa de Port Lligat, junto al mar, para componer sus mejores obras. Y allí, en 1929, conoció a Gala, de la que se enamoró y a quien convirtió en musa de sus cuadros.
El tiempo pasó y se deformó, como sus famosos relojes blandos y Dalí construyó un gran castillo rojo para que persistiera su memoria y pudiera descansar con Gala a través de sus sueños.
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