La gran depresión. El desplome de la bolsa de Wall Street, iniciado el 23 de octubre de 1929 y que continuó en los días y las semanas siguientes, se considera.

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Transcripción de la presentación:

La gran depresión

El desplome de la bolsa de Wall Street, iniciado el 23 de octubre de 1929 y que continuó en los días y las semanas siguientes, se considera generalmente como la señal del principio de la gran depresión que, con tiempos distintos y distinta intensidad, afectó a todos los países de planeta, en el centro así como en la periferia.

Entre los grandes países industrializados los más dañados fueron Estados Unidos y Alemania, donde tanto la producción como las inversiones resultaron en 1932 reducidos casi a la mitad respecto a 1929.

Podemos decir que, en los orígenes de la gran depresión estuvo el fracaso en la realización, por mucho que se intentara, de una auténtica cooperación internacional, tanto en lo económica- financiero como en lo político.

Si con el término “sistema” no nos limitamos a tomar nota de la existencia de una interdependencia, por los demás descontada, sino que designamos una cooperación económica y política que, como tal, supone la presencia y el despliegue de un liderazgo, entonces tal “sistema” ni siquiera existió y los intentos para construirlo no tuvieron éxito.

Semejante cooperación y semejante liderazgo no se realizaron en los años que precedieron a la crisis, ni, como veremos, se realizaron en el transcurso de ella. La búsqueda de un nuevo orden internacional avanzaba, si avanzaba, a ciegas. La crisis del 29 fue el punto de llegada de esta navegación a tientas. Esto significa que no se trató sólo de una crisis económica, sino también política.

Como ha observado Charles P. Kindleberger “parte de las causas de la duración, y el grueso de la explicación de la profundidad de la depresión mundial, radicó en la incapacidad de los británicos para continuar en su papel asegurador del sistema y en la mala disposición de Estados Unidos para desempeñar el mismo hasta 1936”.

La caída de 1929 fue tan imprevista como drástica. Al cado de pocas semanas las acciones perdieron la mitad de su valor. Muchos creían que la crisis de una bolsa notoriamente recargada por la especulación no podría repercutir en el sector de la producción, pero no fue así.

Las pérdidas sufridas por millones de ahorradores no podían por menos de influir negativamente en el nivel de consumo y de los contractos de venta a plazos y ello, a su vez, repercutía en las empresas que, al necesitar liquidez, se vieron obligadas a reducir sus gastos y la propia producción.

La respuesta de la administración de Hoover fue de incentivar las empresas para que mantuviesen e incrementasen sus niveles de producción mediante desgravaciones fiscales y con la condición de que se comprometieran a no efectuar despidos o recortes de los salarios. De hecho, en 1930 sólo el 7% de ellas recurrió a recortes salariales.

En 1932, una conferencia de los países de la Commonwealt, con la participación de la India, estableció un sistema de “preferencias” con el que, mientras que Inglaterra se comprometía a no imponer derechos sobre los productos agrícolas de los dominions, éstos aumentaban sus tarifas para los productos industriales procedentes de países terceros, favoreciendo así las importaciones de manufacturados ingleses.

Esta combinación de medidas distintas, desde la keynesiana a la proteccionista, realizada en el signo de lo empírico, permitió a Inglaterra situarse en el camino de la superación de la crisis e imprimir un mayor dinamismo su economía. Pero significaba también que ella había sido el primer país en abandonar la búsqueda de una solución concertada de la crisis y que, al actuar de esta forma, introducía nuevos elementos de inestabilidad y de división en el escenario internacional.

La tensiones monetarias ya existentes resultaron aumentadas y se registró una nueva contracción de los intercambios comerciales internacionales, cuyos efectos negativos se notaron, naturalmente, más en los países que no habían devaluado sus monedas, vale decir, los del bloque del oro y en particular Estados Unidos.

La crisis, que había nacido en Norteamérica y había pasado a Europa, volvía así a su lugar de origen. El año de 1932 fue uno de los más oscuros de la historia norteamericana. Entre marzo de 1931 y junio de 1932, la producción industrial bajó de un índice 87 (1929: 100) a un índice 59, los contratos de un índice 77 a uno 27 y las importaciones, de 205 millones de dólares a 112.

Los bancos locales, que constituían la base del complejo sistema de créditos norteamericano, seguían quebrando a centenares. Las consecuencias de este recrudecimiento de la depresión en el plano social y hunazo fueron terribles. A diferencia de los mayores países europeos, Estados Unidos no disponía de un sistema nacional de ayudas a los parados.

El importe total de las hipotecas sobre las propiedades campesinas había alcanzado cifras astronómicas y en algunos estados el 85% de las factorías estaban hipotecadas. La desconfianza generaba más desconfianza y la depresión se alimentaba a sí misma.

También en Alemania el de 1932 fue un año terrible. En febrero el número de parados superó el techo de y se contaron nada menos que 260 suicidios por cada millón de habitantes.

Durante un largo período, Francia había representado una isla de prosperidad en un mundo en crisis. El Banco de Francia había acumulado ingentes reservas de oro y los parados que recibían el subsidio estatal eran, todavía en 1930, unos pocos millares.

Fue la devaluación de la libra la que asestó el primer golpe severo a la economía francesa: sus exportaciones cesaron, en efecto, de ser competitivas, con la consecuencia de que los índices de la producción comenzaron a bajar y los del desempleo a subir. Mientras que otros países ya vislumbraban el final del túnel de la depresión, Francia entraba en él.

En Italia la producción manufacture ra sufrió una reducción de cerca del 20% entre 1930 y 1933 y el desempleo pasó de en 1929 a en 1933.

El Estado se hizo cargo de muchas de las funciones que hasta entonces habían desempeñado algunos grandes bancos, como el Credito Italiano y la Banca commericiale. A través de la constitución del IRI (Instituto para la Reconstrucción Industrial), en enero de 1933, el estado se hizo cargo de los gravámenes de las empresas en crisis, empeñándose en una vasta obra de racionalización y saneamiento.

Se constituía así un organismo que controlaba enteros sectores productivos. Después de la URSS, Italia se convertía así en el país europeo con el más alto porcentaje de actividades productivas controladas por el estado.

Algunos quisieron ver en esto una nueva y original solución de los problemas planteados por la crisis, una suerte de “tercera vía” entre capitalismo liberal y planificación de tipo soviético y este sentido algunos intelectuales relanzaron la idea del corporativismo contenida en la “Carta del lavoro” de 1927, encontrando cierta audiencia en algunos representantes del Partido Fascista.

En particular, se avanzó la idea de una corporación de los propietarios, como instrumento para realizar una gradual fusión entre capital y trabajo y un autogobierno de los productores. Sin embargo, tales expectativas no resultaron satisfechas por la ley que en febrero de 1934 instituyó las corporaciones, y en la que se asignaban a las corporaciones sólo tareas limitas y un papel predominantemente consultivo.

Las elecciones presidenciales de noviembre de 1932 coincidieron con la fase más aguda de la gran depresión. Raras veces una administración se había presentado ante los electores con un balance como lo hizo la administración Hoover.

En el programa que Roosevelt había presentado a los electores durante la campaña electoral no se mencionaban las iniciativas y las innovaciones que iba a realizar y, según la práctica habitual, sólo se hablaba de reducción del gasto y de paridad de balance.

La expresión New Deal con la que ha pasado a la historia la experiencia de la administración de Roosevelt, había sido utilizada sin especial énfasis en uno de sus discursos electorales, pero se hizo popular cuando la prensa se adueño de ella y la convirtió en eslogan.

En pocos días siguió la decisión de abolir el régimen prohibicionista. De un solo golpe se eliminaba así una diatriba ya inútil y que había sido uno de los temas dominantes de las anteriores campañas electorales.

La decisión más importante fue la de abandonar la paridad oro en abril de Como sabemos, EU no hacía más que seguir el ejemplo que había dado dos años antes Inglaterra.

Sin liberar a EU de las obligaciones y el peso que conllevaba la paridad oro del dólar, hubiera sido más difícil, cuando no imposible, disponer de los ingentes recursos que se destinaron a la solución de los problemas internos y a la recuperación del bienestar.

En primer lugar, se actuó a favor de la agricultura, que era el sector más dañado. Se tomaron medidas a favor del crédito agrícola de cuya aplicación se encargó una agencia especial y la constitución de una especie de ejército forestal que empleó a jóvenes.

No fue, desde luego, empresa fácil la de persuadir a los agricultores para que eliminaran, durante el verano de 1933, de hectáreas de cultivos de algodón y mataran a millones de cochinillos de leche, pero se consiguió. Los precios volvieron a subir y la tensión de los campesinos, se había alcanzado niveles de excitación, hasta amenazar la huelga general, se suavizó, aunque siguió alta.

Entre las dos hipótesis de una vuelta a la legislación antitrust, preferida por la tradición demócrata, y la de una concertación entre el estado, la gran industria y los sindicados, los colaboradores de Roosevelt se inclinaron por la segunda, que por otra parte había sido experimentada con éxito en el transcurso de la II GM.

Entre las empresas de cada sector productivo, firman códigos en los que se establecían las cuotas de producción y el nivel mínimo de los precios, con el compromiso a reconocer la institución de la contratación colectiva y a respetar los mínimos salariales y los horarios de trabajo acordados con los sindicatos. Por su parte, el estado asignada un fondo de 3000 millones de dólares para financiar un vasto programa de obras publicas. Entre las empresas de cada sector productivo, firman códigos en los que se establecían las cuotas de producción y el nivel mínimo de los precios, con el compromiso a reconocer la institución de la contratación colectiva y a respetar los mínimos salariales y los horarios de trabajo acordados con los sindicatos. Por su parte, el estado asignada un fondo de 3000 millones de dólares para financiar un vasto programa de obras publicas.

Durante el verano de 1933, todos los principales códigos fueron suscritos y sólo algunas empresas se negaron a adherirse; entre ellas, la de Henry Ford.

Gracias a los códigos y a la reducción de los horarios de trabajo que éste hizo posible se crearon de puestos de trabajo y el índice semanal de los negocios dio señales de mejora.

Un impulso decisivo para el cambio fue el resultado de las elecciones de medio término de noviembre de 1934, que, contrariamente a la tradición que hacía perdedor al partido que había ganado las presidenciales, dieron una importante mayoría a los democratas, tanto en la Cámara como en el Senado.

En 1936 la fase más aguda de la depresión ya estaba superada y el PIB de 1937 superó un 10% el de 1929, mientras que los salarios, gracias a la recuperación sindical habían superado el nivel antes de la crisis.