Cuenta la leyenda que, hace muchísimos años, el todopoderoso dios del Olimpo, Zeus,
viajó a las playas de Tiro,
y de allí, tomando la forma de un hermosísimo y manso toro blanco, se llevó sobre su lomo a la princesa Europa.
Los reyes del lugar, desesperados por la ausencia de su hija, enviaron a los hermanos de esta en su busca. Los jóvenes, que se llamaban Cílix, Fénix y Cadmo, parten atravesando el mar.
Cílix se estableció en Asia Menor y gobernó y dio nombre a la región de Cilicia; Fénix desembarcó en el norte de África y allí dio también nombre a sus súbditos púnicos, y Cadmo consiguió llegar al continente europeo y fundó allí la famosísima Tebas griega.
Ninguno de los tres recupera a Europa y ninguno regresa a su patria, pero consigo llevan desde Asia el alfabeto, las «letras fenicias», que, sustituyendo al silabario griego, pronto adoptarán todos los pueblos mediterráneos.
El mito demuestra cómo los griegos eran conscientes de las colonizaciones fenicias y de que su sistema fonológico de escritura era heredero directo de los incansables marinos y comerciantes fenicios.