María Romero nace en Nicaragua, la tierra de los volcanes y de los lagos. De allí heredó su carácter ardiente para las continuas iniciativas y al mismo tiempo la calma, como las aguas lacustres, la paz que lograba siempre transmitir.

Nace el 13 de enero de 1902, en una familia pudiente de Granada, Nicaragua. Estudió con gusto el piano y el violín. Fue de las primeras alumnas en el recién fundado Colegio de las Hijas de María Auxiladora.

Temperamento de artista, gustaba pintar y era brillante, sea en la escuela como en las relaciones interpersonales: característica fundamental para ser salesiana.

A los 13 años es admitida entre las Hijas de María y “goza de una de aquellas alegrías que no tienen nombre” al consagrarse a la materna guía de la Virgen. Su adolescencia serena y vivaz se proyecta en el futuro. Vive una creciente intimidad con Jesús, a quien llama “mi Rey”. Y se dirige a la Virgen como “mi Reina”.

A los 18 años María inicia su camino para hacerse Hija de María Auxiliadora en El Salvador. Comienza para ella una intensa actividad apostólica como maestra, catequista y asistente entre las jóvenes estudiantes.

Transferida a San José de Costa Rica, que será su segunda patria, focaliza el campo de su misión especialmente entre lo más pobres: niños y niñas de la calle.

Sor María forma entre sus alumnas un grupo de voluntarias, y las envía a explorar suburbios, a intentar algunas lecciones de catecismo.

Regresaban un poco desanimadas: “¡Son solo tugurios! Una mamá nos ha dicho: «Jesús está bien. ¿Pero la leche para mis niños quién me la da?»”.

Sor María conversa con sus jóvenes, reúne víveres y vestidos. En la Navidad de 1939 inicia con ellas la “pequeña misión”: “Iremos a las casas. Daremos una mano para limpiar, ordenar. Llevaremos vestidos y comida. Pero recordémonos que si llevamos leche y tela, pero no llevamos a Jesús, dejaremos a estos hermanos más pobres que antes”.

La “pequeña misión” inicia casi de la nada, y toma un desarrollo enorme, incalculable, como aquel de la semilla de mostaza del cual habla Jesús en el Evangelio.

Sor María estaba presa, como decían sus amigas, de la manía de los pobres. Inventó así las misioneritas, jóvenes del colegio que iban de dos en dos, como los discípulos, a los suburbios a ayudar y a dar catecismo.

Nacerán decenas de decenas de oratorios festivos donde llegaban miles de muchachitos para rezar, jugar, recibir vestido y comida.

Sor María no solo elegió a los pobres, sino que se consagró a ellos, y logró convencer a los más ricos de ser solidarios con quienes no tenían nada.

Sr. Alba Vernazza fma