Un anciano gravemente enfermo acude al Señor para que no lo abandone en los penosos días de su vejez (vs. 9, 18). En lugar de describir minuciosamente.

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Transcripción de la presentación:

Un anciano gravemente enfermo acude al Señor para que no lo abandone en los penosos días de su vejez (vs. 9, 18). En lugar de describir minuciosamente los dolores que lo afligen, el salmista reitera sus expresiones de fidelidad y confianza en Dios (vs. 3, 5-8, 19), y su promesa de proclamar los beneficios recibidos, para ejemplo de los más jóvenes (v. 18).

1. CON ISRAEL 2. CON JESÚS 3. CON NUESTRO TIEMPO El pueblo de Israel está representado aquí en un anciano, escogido desde antes de su nacimiento (el amor de Dios es el primero), y que se ha esforzado por ser fiel hasta sus "cabellos blancos"... Un anciano sin fuerzas y rodeado de enemigos que quieren su perdición... Y que se atreve a pedir a Dios no simplemente la prolongación de una pobre vida maltrecha sino una "nueva vitalidad", una nueva juventud, una verdadera resurrección: ¡entonces, Israel, sin fin "cantará" la alabanza y la alegría! 2. CON JESÚS Desde su infancia, Jesús estuvo "en las cosas de su Padre"... Más que nadie podía decir: "Tú me escogiste desde el vientre de mi madre... He sido motivo de asombro para muchos"... "Todo el día están llenos mis labios de alabanzas a tu gloria"... Jesús pide en su Pasión, ser librado de sus enemigos 3. CON NUESTRO TIEMPO El deseo de vivir. Todo este salmo protesta contra la pérdida de vitalidad, aun en nombre mismo de la eternidad del amor: ya que Dios nos creó porque El nos ama (¡Desde el vientre de nuestra madre!), ¿cómo podría El abandonarnos?

A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre; tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, inclina a mí tu oído, y sálvame.

Se tú mi roca de refugio, el alcázar donde me salve, porque mi peña y mi alcázar eres tú.

Dios mío, líbrame de la mano perversa, del puño criminal y violento; porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud.

En el vientre materno ya me apoyaba en ti, en el seno tú me sostenías, siempre he confiado en ti.

Muchos me miraban como a un milagro, porque tú eres mi fuerte refugio. Llena estaba mi boca de tu alabanza y de tu gloria, todo el día. No me rechaces ahora en la vejez, me van faltando las fuerzas, no me abandones; porque mis enemigos hablan de mí, los que acechan mi vida celebran consejo; dicen: "Dios lo ha abandonado; perseguidlo, agarradlo, que nadie lo defiende".

Dios mío, no te quedes a distancia; Dios mío, ven aprisa a socorrerme. Que fracasen y se pierdan los que atentan contra mi vida, queden cubiertos de oprobio y vergüenza los que buscan mi daño.

Yo, en cambio, seguiré esperando, redoblaré tus alabanzas; mi boca contará tu auxilio, y todo el día tu salvación. Contaré tus proezas, Señor mío, narraré tu victoria, tuya entera.

Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas, ahora, en la vejez y las canas, no me abandones, Dios mío, hasta que describa tu brazo a la nueva generación, tus proezas y tus victorias excelsas, las hazañas que realizaste: Dios mío, ¿quién como tú?

Me hiciste pasar por peligros, muchos y graves: de nuevo me darás la vida, me harás subir de lo hondo de la tierra;

acrecerás mi dignidad, de nuevo me consolarás; y yo te daré gracias, Dios mío, con el arpa, por tu lealtad;

tocaré para tí la cítara, Santo de Israel; te aclamarán mis labios, Señor, mi alma, que tú redimiste; y mi lengua todo el día recitará tu auxilio, porque quedaron derrotados y afrentados los que buscaban mi daño.

«Tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba en ti; en el seno, tú me sostenías; siempre he confiado en ti. No me rechaces ahora en la vejez; me van faltando las fuerzas; no me abandones». Tú eres parte de mi vida, Señor, desde que tengo memoria de mi existencia. Me alegro y me enorgullezco de ello. Mi niñez, mi adolescencia y mi juventud han discurrido bajo la sombra de tus manos. Aprendí tu nombre de labios de mi madre, te llamé amigo antes de tener ningún otro amigo, te abrí mi alma como no se la he abierto nunca a nadie. Al repasar mi vida, veo que está llena de ti, Señor, en mi pensar y en mi actuar, en mis alegrías y en mis penas. He caminado siempre de tu mano por senderos de sombra y de luz, y ésa es, en la pequeñez de mi existencia, la grandeza de mi ser. Gracias, Señor, por tu compañía constante a lo largo de toda mi vida. Dame fuerzas, dame aliento, dame la gracia de envejecer con garbo, de amar la vida hasta el final, de sonreír hasta el último momento, de hacer sentir con mi ejemplo a los jóvenes que la vida es amiga y la edad benévola, que no hay nada que temer y sí todo a esperar cuando Tú estás al lado y la vida del hombre descansa en tus manos. ¡Dios de mi juventud, sé también el Dios de mi ancianidad!

Señor, desde el vientre materno, tú eres quien nos sostiene y, en la juventud, has sido nuestro apoyo; no nos abandones en la vejez y danos fuerza para confiar en ti, hasta que lleguemos a la morada de tu gloria.