Elige la velocidad de lectura A tocar la nariz del Rey Elige la velocidad de lectura 120 palabras por minuto 150 palabras por minuto 180 palabras por minuto 210 palabras por minuto 250 palabras por minuto
Curso: 5º Lectura 3: A tocar la nariz del Rey Velocidad: 120 ppm INICIO Una vez, Juanito Perdedía decidió ir a Roma para tocarle la nariz al rey. Sus amigos se lo desaconsejaban pero Juanito era tozudo. Al llegar a la ciudad preguntó dónde vivía el gobernador, el presidente y el juez y fue tocarles la nariz. Todos ellos se quedaron asombrados porque Juanito parecía una persona educada y sabía hablar de casi todos los temas. Juanito tenía un bloc donde anotaba el número de narices que lograba tocar. Todas eran narices importantes. Al llegar a Roma la cuenta de narices aumentó tan rápidamente que Juanito tuvo que comprar una libreta más grande. Bastaba con caminar un poquito y se tenía la seguridad de encontrarse con un par de excelencias, algún viceministro y una decena de grandes secretarios. Todas aquellas narices de lujo estaban al alcance de la mano. Además, sus propietarios consideraban el toquecito de Juanito como un homenaje a su autoridad, y alguno llegó incluso a sugerir a sus subordinados que hicieran con él otro tanto, diciendo: -Desde hoy en adelante, en lugar de hacer una reverencia, es mejor que toquen la nariz. Es una costumbre muchísimo más moderna y refinada. Al principio, los subordinados no osaban alargar la mano hasta la nariz de sus superiores, y estos los animaban a hacerlo: las eminentes narices se volvían brillantes y rojas de satisfacción. Pero Juanito no había olvidado el objetivo de su viaje. Un día cuando la carroza real estuvo lo bastante cerca, Juanito dio un salto, se subió a ella, alargó el brazo y frotó la punta de su dedo índice con la punta de la nariz de Su Majestad. El rey se quedó estupefacto y Juanito dio un salto hacia atrás y desapareció. Estalló un gran aplauso e inmediatamente otros ciudadanos se apresuraron entusiasmados a seguir el ejemplo de Juanito: subían a la carroza, agarraban al rey por la nariz y le daban una buena sacudidita. La nariz empezó a dolerle y a gotearle porque ni siquiera tenía tiempo par sonarse. Sus fieles no le daban tregua y seguían agarrándole alegremente por la nariz. Y ese mismo día, Juanito dejo Roma y regresó a su pueblo muy satisfecho.
Curso: 5º Lectura 3: A tocar la nariz del Rey Velocidad: 150 ppm INICIO Una vez, Juanito Perdedía decidió ir a Roma para tocarle la nariz al rey. Sus amigos se lo desaconsejaban pero Juanito era tozudo. Al llegar a la ciudad preguntó dónde vivía el gobernador, el presidente y el juez y fue tocarles la nariz. Todos ellos se quedaron asombrados porque Juanito parecía una persona educada y sabía hablar de casi todos los temas. Juanito tenía un bloc donde anotaba el número de narices que lograba tocar. Todas eran narices importantes. Al llegar a Roma la cuenta de narices aumentó tan rápidamente que Juanito tuvo que comprar una libreta más grande. Bastaba con caminar un poquito y se tenía la seguridad de encontrarse con un par de excelencias, algún viceministro y una decena de grandes secretarios. Todas aquellas narices de lujo estaban al alcance de la mano. Además, sus propietarios consideraban el toquecito de Juanito como un homenaje a su autoridad, y alguno llegó incluso a sugerir a sus subordinados que hicieran con él otro tanto, diciendo: -Desde hoy en adelante, en lugar de hacer una reverencia, es mejor que toquen la nariz. Es una costumbre muchísimo más moderna y refinada. Al principio, los subordinados no osaban alargar la mano hasta la nariz de sus superiores, y estos los animaban a hacerlo: las eminentes narices se volvían brillantes y rojas de satisfacción. Pero Juanito no había olvidado el objetivo de su viaje. Un día cuando la carroza real estuvo lo bastante cerca, Juanito dio un salto, se subió a ella, alargó el brazo y frotó la punta de su dedo índice con la punta de la nariz de Su Majestad. El rey se quedó estupefacto y Juanito dio un salto hacia atrás y desapareció. Estalló un gran aplauso e inmediatamente otros ciudadanos se apresuraron entusiasmados a seguir el ejemplo de Juanito: subían a la carroza, agarraban al rey por la nariz y le daban una buena sacudidita. La nariz empezó a dolerle y a gotearle porque ni siquiera tenía tiempo par sonarse. Sus fieles no le daban tregua y seguían agarrándole alegremente por la nariz. Y ese mismo día, Juanito dejo Roma y regresó a su pueblo muy satisfecho.
Curso: 5º Lectura 3: A tocar la nariz del Rey Velocidad: 180 ppm INICIO Una vez, Juanito Perdedía decidió ir a Roma para tocarle la nariz al rey. Sus amigos se lo desaconsejaban pero Juanito era tozudo. Al llegar a la ciudad preguntó dónde vivía el gobernador, el presidente y el juez y fue tocarles la nariz. Todos ellos se quedaron asombrados porque Juanito parecía una persona educada y sabía hablar de casi todos los temas. Juanito tenía un bloc donde anotaba el número de narices que lograba tocar. Todas eran narices importantes. Al llegar a Roma la cuenta de narices aumentó tan rápidamente que Juanito tuvo que comprar una libreta más grande. Bastaba con caminar un poquito y se tenía la seguridad de encontrarse con un par de excelencias, algún viceministro y una decena de grandes secretarios. Todas aquellas narices de lujo estaban al alcance de la mano. Además, sus propietarios consideraban el toquecito de Juanito como un homenaje a su autoridad, y alguno llegó incluso a sugerir a sus subordinados que hicieran con él otro tanto, diciendo: -Desde hoy en adelante, en lugar de hacer una reverencia, es mejor que toquen la nariz. Es una costumbre muchísimo más moderna y refinada. Al principio, los subordinados no osaban alargar la mano hasta la nariz de sus superiores, y estos los animaban a hacerlo: las eminentes narices se volvían brillantes y rojas de satisfacción. Pero Juanito no había olvidado el objetivo de su viaje. Un día cuando la carroza real estuvo lo bastante cerca, Juanito dio un salto, se subió a ella, alargó el brazo y frotó la punta de su dedo índice con la punta de la nariz de Su Majestad. El rey se quedó estupefacto y Juanito dio un salto hacia atrás y desapareció. Estalló un gran aplauso e inmediatamente otros ciudadanos se apresuraron entusiasmados a seguir el ejemplo de Juanito: subían a la carroza, agarraban al rey por la nariz y le daban una buena sacudidita. La nariz empezó a dolerle y a gotearle porque ni siquiera tenía tiempo par sonarse. Sus fieles no le daban tregua y seguían agarrándole alegremente por la nariz. Y ese mismo día, Juanito dejo Roma y regresó a su pueblo muy satisfecho.
Curso: 5º Lectura 3: A tocar la nariz del Rey Velocidad: 210 ppm INICIO Una vez, Juanito Perdedía decidió ir a Roma para tocarle la nariz al rey. Sus amigos se lo desaconsejaban pero Juanito era tozudo. Al llegar a la ciudad preguntó dónde vivía el gobernador, el presidente y el juez y fue tocarles la nariz. Todos ellos se quedaron asombrados porque Juanito parecía una persona educada y sabía hablar de casi todos los temas. Juanito tenía un bloc donde anotaba el número de narices que lograba tocar. Todas eran narices importantes. Al llegar a Roma la cuenta de narices aumentó tan rápidamente que Juanito tuvo que comprar una libreta más grande. Bastaba con caminar un poquito y se tenía la seguridad de encontrarse con un par de excelencias, algún viceministro y una decena de grandes secretarios. Todas aquellas narices de lujo estaban al alcance de la mano. Además, sus propietarios consideraban el toquecito de Juanito como un homenaje a su autoridad, y alguno llegó incluso a sugerir a sus subordinados que hicieran con él otro tanto, diciendo: -Desde hoy en adelante, en lugar de hacer una reverencia, es mejor que toquen la nariz. Es una costumbre muchísimo más moderna y refinada. Al principio, los subordinados no osaban alargar la mano hasta la nariz de sus superiores, y estos los animaban a hacerlo: las eminentes narices se volvían brillantes y rojas de satisfacción. Pero Juanito no había olvidado el objetivo de su viaje. Un día cuando la carroza real estuvo lo bastante cerca, Juanito dio un salto, se subió a ella, alargó el brazo y frotó la punta de su dedo índice con la punta de la nariz de Su Majestad. El rey se quedó estupefacto y Juanito dio un salto hacia atrás y desapareció. Estalló un gran aplauso e inmediatamente otros ciudadanos se apresuraron entusiasmados a seguir el ejemplo de Juanito: subían a la carroza, agarraban al rey por la nariz y le daban una buena sacudidita. La nariz empezó a dolerle y a gotearle porque ni siquiera tenía tiempo par sonarse. Sus fieles no le daban tregua y seguían agarrándole alegremente por la nariz. Y ese mismo día, Juanito dejo Roma y regresó a su pueblo muy satisfecho.
Curso: 5º Lectura 3: A tocar la nariz del Rey Velocidad: 250 ppm INICIO Una vez, Juanito Perdedía decidió ir a Roma para tocarle la nariz al rey. Sus amigos se lo desaconsejaban pero Juanito era tozudo. Al llegar a la ciudad preguntó dónde vivía el gobernador, el presidente y el juez y fue tocarles la nariz. Todos ellos se quedaron asombrados porque Juanito parecía una persona educada y sabía hablar de casi todos los temas. Juanito tenía un bloc donde anotaba el número de narices que lograba tocar. Todas eran narices importantes. Al llegar a Roma la cuenta de narices aumentó tan rápidamente que Juanito tuvo que comprar una libreta más grande. Bastaba con caminar un poquito y se tenía la seguridad de encontrarse con un par de excelencias, algún viceministro y una decena de grandes secretarios. Todas aquellas narices de lujo estaban al alcance de la mano. Además, sus propietarios consideraban el toquecito de Juanito como un homenaje a su autoridad, y alguno llegó incluso a sugerir a sus subordinados que hicieran con él otro tanto, diciendo: -Desde hoy en adelante, en lugar de hacer una reverencia, es mejor que toquen la nariz. Es una costumbre muchísimo más moderna y refinada. Al principio, los subordinados no osaban alargar la mano hasta la nariz de sus superiores, y estos los animaban a hacerlo: las eminentes narices se volvían brillantes y rojas de satisfacción. Pero Juanito no había olvidado el objetivo de su viaje. Un día cuando la carroza real estuvo lo bastante cerca, Juanito dio un salto, se subió a ella, alargó el brazo y frotó la punta de su dedo índice con la punta de la nariz de Su Majestad. El rey se quedó estupefacto y Juanito dio un salto hacia atrás y desapareció. Estalló un gran aplauso e inmediatamente otros ciudadanos se apresuraron entusiasmados a seguir el ejemplo de Juanito: subían a la carroza, agarraban al rey por la nariz y le daban una buena sacudidita. La nariz empezó a dolerle y a gotearle porque ni siquiera tenía tiempo par sonarse. Sus fieles no le daban tregua y seguían agarrándole alegremente por la nariz. Y ese mismo día, Juanito dejo Roma y regresó a su pueblo muy satisfecho.