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EL LADRILLAZO Un joven y triunfador ejecutivo pasaba a toda velocidad en su Jaguar último modelo sin ningún tipo de precaución. De repente, sintió un.

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2 EL LADRILLAZO Un joven y triunfador ejecutivo pasaba a toda velocidad en su Jaguar último modelo sin ningún tipo de precaución. De repente, sintió un fuerte golpe en la puerta; se detuvo, y al bajarse vio que un ladrillo le había estropeado su lujoso coche. Nuevamente al volante, continuó su camino; pero lleno de ira dio un brusco giro de ciento ochenta grados y regresó a toda velocidad al lugar donde vio salir el ladrillo que acababa de dañar su lujoso coche. Salió del coche de un salto y agarró por los brazos a un chiquillo, y empujándolo hacia el coche parado, le gritó en voz alta: -¿Qué rayos fue eso? ¿Quién eres tú? ¿Qué crees que haces con mi coche?- y enfurecido, casi echando humo, continuó gritando al chiquillo-. ¡Es un coche nuevo, y ese ladrillo que lanzaste va a costarte muy caro! ¿Por qué hiciste eso? – Por favor, señor; por favor. ¡Lo siento mucho! ¡No sé qué hacer!- suplicó el chiquillo-. Le lancé el ladrillo porque nadie se detenía…

3 Las lágrimas rodaban por sus mejillas hasta el suelo, mientras señalaba hacia donde estaba el coche parado. Visíblemente impresionado por las palabras del chiquillo, el ejecutivo tragó el nudo que se le formó en su garganta. Muy emocionado por lo que acababa de pasarle, levantó al joven del suelo y lo sentó nuevamente en su silla. – Muchas gracias señor- le dijo el chiquillo – Es mi hermano- le dijo-. Se cayó de su silla de ruedas y no puedo levantarlo- sollozando, el chiquillo le preguntó al ejecutivo-: ¿Puede usted, por favor, ayudarme a sentarlo en su silla? El ejecutivo decidió no reparar la puerta del coche, manteniendo el golpe que le hizo el ladrillazo, para recordarle el no ir por la vida tan deprisa que alguien tuviera que lanzarle un ladrillo para conseguir su atención.

4 MORALEJA “La vida nos susurra o nos deja pequeñas pistas, para que seamos cada vez más conscientes, disfrutando de todas las cosas y no pasemos por ella a lo loco y sin darnos cuenta. Pero, a veces necesitamos de algún que otro ladrillazo para que valoremos lo que nos rodea y no nos instalemos en la queja continúa e improductiva. Así que tu eliges: escuchar el susurro o sentir el ladrillazo.”


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