Debiéramos contar el evangelio de Jesús de tal modo que se realizara.

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Presentación: B. Areskurrinaga HC
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Transcripción de la presentación:

Debiéramos contar el evangelio de Jesús de tal modo que se realizara. Las parábolas constituyen la mejor muestra de la manera de ser de Jesús: cercano a la gente humilde, atento a sus oyentes, solidario con los pequeños, admirador de la naturaleza, buen conocedor y observador de la vida cotidiana, poseedor de un corazón sensible, de una rica imaginación, de fino humor. Las parábolas son “acontecimientos de palabra”, hacen que lo narrado acontezca: Dios se hace presente, llama e interpela, consuela y conforta. El reino de Dios llega al corazón. Debiéramos contar el evangelio de Jesús de tal modo que se realizara. Así es como Jesús contaba las parábolas. José Arregi Texto: Lucas 18, 9-14 / 30 Tiempo Ordinario –C- Comentarios y presentación: M. Asun Gutiérrez Cabriada. Música: Delibes. Plegaria.

9 También a unos, que presumían de ser hombres de bien y despreciaban a los demás, les dijo esta parábola: La parábola del fariseo y el recaudador es un bello texto, exclusivo de Lucas. A las personas destinatarias de la parábola no se las identifica por su nombre sino por su actitud. Jesús dedica la parábola a las personas amenazadas por el pecado del orgullo espiritual, que se creen justas, con una frágil arrogancia que sólo sobrevive juzgando y criticando a l@s demás.

–10 Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo, y el otro publicano. La parábola es paradójica y escandalosa. Los fariseos representaban a los buenos, piadosos, estrictos cumplidores y fieles a la ley y a las tradiciones religiosas. Un fariseo era oficialmente piadoso y justo. Los publicanos representaban al grupo de gente sospechosa, poco honrada. En política, eran recaudadores de impuestos para Roma, colaboradores del Imperio opresor del pueblo, y, en lo religioso, eran considerados poco piadosos. Un publicano era oficialmente un pecador. Aunque los dos rezan al mismo Dios, aparecen dos maneras de orar, dos actitudes espirituales, dos formas de creer y de relacionarse con Dios. De las dos actitudes contrapuestas, una es rechazada por Jesús y otra ensalzada.

11 El fariseo, erguido, hacía interiormente esta oración: «Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. 12 Ayuno dos veces por semana y pago los diezmos de todo lo que poseo». El fariseo, de ayer y de hoy, se cree puro, justo, distinto, mejor y superior que l@s demás, poseedor, en exclusiva, de la verdad y con derecho a juzgar, despreciar y condenar. El núcleo de su oración es su propio yo: yo ayuno, yo pago, yo rezo..., yo exijo. El fariseo no dialoga con Dios. Su acción de gracias es un monólogo de autocomplacencia. Una persona así se incapacita para amar y para aceptar un Dios Amor, Padre/Madre de tod@s. ¿Encasillo a las personas en buenas y malas? ¿Juzgo a las personas por su fama o aspecto exterior? ¿Me considero mejor que l@s demás, con más “méritos” y derechos ante Dios?

13 Por su parte, el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «Dios mío, ten compasión de mí, que soy un pecador». El publicano, con plena confianza, se abre desde la fe a la misericordia divina. Dialoga con Dios. Es muy consciente de la fama que tiene. A pesar de todo lo que digan, su último refugio, su única esperanza de sentirse acogido es Dios. El mismo Dios que otros utilizan para suscitarle miedo, para hacerle sentirse culpable y rechazado. El publicano busca, necesita la cercanía, el cariño, la comprensión de Dios, del Dios que no está presente en las instancias públicas y oficiales de la religiosidad tradicional, que le juzgan y le rechazan.

La liberación, la reconciliación, no es un pago por las buenas obras realizadas, sino un don gratuito de Dios. Jesús, claramente, se pone del lado del publicano, alguien rechazado por la inmensa mayoría, que no encuentra un grupo donde integrarse, pero que sí tiene cabida en el corazón de Dios. El publicano ha pedido y obtenido la misericordia de Dios con su actitud sencilla y humilde. Mira al futuro, se abre a la experiencia gozosa del amor de Dios y a la esperanza de una vida renovada. Puede bajar a su hogar, reencontrar su realidad cotidiana, su condición personal, sus relaciones profesionales y familiares. Es el mismo, pero todo ha cambiado gracias a la mirada amorosa y acogedora del Padre. 14 Os digo que éste bajó a su casa reconciliado con Dios, y el otro no. Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.

Hay algo peor que tener malas ideas: es tener ideas definitivas. Hay algo peor que tener mala conciencia, y aún peor que hacerse una mala conciencia: es tener una conciencia perfecta. Hay algo peor que tener un espíritu perverso: es tener un espíritu acomodado. Y es precisamente porque los mejores, los buenos, al menos aquellos a quienes llamamos buenos y que gustan de ser llamados tales no tienen defectos en su armadura. ¡Nunca son heridos! Puesto que no carecen de nada, nada se les da. La caridad misma de Dios no cura lo que no tiene heridas. Precisamente por estar herido en el suelo, aquel hombre fue recogido por el samaritano. Por estar sucio el rostro de Jesús, fue limpiado por la Verónica. Por mostrar sus heridas, sus penas y su amor, Jesús dignificó a la mujer arrepentida. Así pues, aquél que no ha caído nunca será levantado; y el que no se ha manchado nunca será limpiado. Los buenos no son permeables a la gracia. Péguy, Ch. Los buenos