El fariseo, de pie, oraba en su interior : Domingo Tiempo Ordinario- Ciclo C Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior : “¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. …”
“¡Oh Dios! ¿Ten compasión de mí, que soy pecador!” En cambio el publicano, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “¡Oh Dios! ¿Ten compasión de mí, que soy pecador!” Lc 18, 10-14
“Fariseo” significa separado. Se refería a los separados del pecado. No eran malos, ni mucho menos. Los “publicanos” eran los recaudadores de impuestos. Eran odiados por sus vínculos con el poder romano.
Los dos suben al templo a orar. El fariseo da gracias a Dios por no caer en los pecados más graves y por cumplir hasta los preceptos más insignificantes de la Ley . El publicano se siente pecador. Sólo se atreve a suplicar: “Oh Dios, ten compasión de este pecador”.
El evangelio no condena al fariseo sino el fariseísmo. Y no por la piedad y rectitud moral, sino por hacer depender la búsqueda de Dios del cumplimiento exacto de la Ley.
Los publicanos son alabados no por las injusticias que a veces cometen, sino por su capacidad para reconocerse necesitados de perdón.
Los dos habían orado, pero con espíritu diferente. La parábola continúa afirmando que el publicano volvió a su casa reconciliado con el Dios justo y santo, pero el fariseo no. Los dos habían orado, pero con espíritu diferente. No es la oración la que justifica sino el espíritu que la anima.
“Todo el que se enaltece será humillado, será enaltecido” El texto termina con un proverbio que recuerda el cántico de María: “Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”
El juicio de Dios obliga al hombre La altivez es inmoral por la injusticia hacia los demás y por engaño sobre uno mismo. El juicio de Dios obliga al hombre a volver a reconocer su propia verdad.
“El que se humilla será enaltecido” Quien acepta su realidad verdadera no puede caer en el pecado de la arrogancia. Conocerse a sí mismo constituye la verdadera sabiduría.
Señor Jesús, siendo de condición divina, tú te humillaste haciéndote “obediente hasta la muerte y muerte de cruz”. Por eso Dios te ensalzó y te concedió el nombre que está sobre todo nombre. Bendito seas en el esplendor de tu verdad. Amén.
José Román Flecha Andrés Palabra del Señor, Salamanca , Editorial.Secretariado Trinitario,2007 Presentación: Antonia Castro Panero