EL ESPÍRITU SANTO Y UNA VIDA SANTA Lección 6 para el 11 de febrero
“Porque yo soy Jehová vuestro Dios; vosotros por tanto os santificaréis, y seréis santos, porque yo soy santo” (Levítico 11:44). Dios es santo y quiere que sus hijos también lo sean. ¿Cómo conseguirlo? ¿Qué papel juega el Espíritu Santo a la hora de ayudarnos a alcanzar la santidad? La santidad de Dios. La santidad del hombre. Adquirir santidad. La norma de la santidad. Buscar la santidad.
LA SANTIDAD DE DIOS “Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria” (Isaías 6:3) Dios es Santo. Él es puro, perfecto, justo, bueno, apartado completamente del mal. Su santidad nos da la seguridad de que su poder y sabiduría absolutas están regidas por un carácter que desea solo el bien. Cuando los autores bíblicos querían llamar la atención a algún aspecto concreto, usaban la repetición. Por ejemplo, Jesús hacía declaraciones importantes precedidas por “de cierto, de cierto”, “Jerusalén, Jerusalén”, “Marta, Marta”. Así, la triple repetición angélica: “Santo, santo, santo”, enfatiza que la santidad es inherente al carácter de Dios.
LA SANTIDAD DEL HOMBRE “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14) Si la santidad es un requisito imprescindible para ver al Señor, deberíamos preguntarnos, en primer lugar, qué es la santidad. La santidad es estar continuamente pareciéndonos más a Jesús. Es un estado que se logra diariamente por medio del poder del Espíritu Santo, al relacionarnos con Dios en oración y por medio de su Palabra. La santidad es el resultado de contemplar la belleza del carácter de Cristo. A diferencia de la santidad divina (que es intrínseca a su propio carácter), nuestra santificación es un proceso que dura toda la vida.
ADQUIRIR SANTIDAD “Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad” (2ª de Tesalonicenses 2:13) Justificados por la fe en la sangre de Cristo, el Espíritu Santo comienza su obra santificadora en nosotros: “somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2ª de Corintios 3:18). La santidad crea en nosotros un conflicto con nuestra naturaleza pecaminosa. ¿Cómo podemos andar en el Espíritu y no satisfacer nuestros propios deseos pecaminosos (Gálatas 5:16-17)? Nuestra vista no debe fijarse en nosotros, sino en Jesús, “el autor y consumador de la fe” (Hebreos 12:2). Al contemplar a Jesús, encontraremos fortaleza para vivir victoriosamente.
LA NORMA DE LA SANTIDAD LA LEY DIOS “De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Romanos 7:12) ¿Cómo puedo saber si soy santo? Si reflejo el carácter de Dios. LA LEY SANTA (Romanos 7:12) JUSTA (Romanos 7:12) BUENA (Romanos 7:12) AMOR (Romanos 13:10) DIOS SANTO (Isaías 6:3) JUSTO (1ª de Juan 1:9) BUENO (Salmo 25:8) AMOR (1ª de Juan 4:8) ¿Cómo puedo saber que reflejo el carácter de Dios? Si cumplo la Ley, pues la Ley es el reflejo de su carácter. Observa las características de la Ley y compáralas con el carácter de Dios.
BUSCAR LA SANTIDAD “Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu monte santo? El que anda en integridad y hace justicia, Y habla verdad en su corazón […] El que hace estas cosas, no resbalará jamás” (Salmos 15:1-2, 5) Vivir una vida santa es el fruto de un carácter transformado por el Espíritu Santo (Gálatas 5:22). ¿Cómo actúa el Espíritu Santo para conseguir esta transformación? Crea en nosotros hábitos de comunión con Dios, guiándonos a pasar tiempo escuchando su voz en oración y estudiando su Palabra. Estos hábitos forman en nosotros un carácter que nos lleva a amar a Dios y a aborrecer el pecado. Pero es importante recordar que esta obra, aunque requiere esfuerzo y voluntad por nuestra parte, es obra del Espíritu, y no nuestra: “el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).
“El Señor purifica el corazón en una forma muy similar a la que empleamos para ventilar una habitación. No cerramos las puertas y ventanas e introducimos alguna sustancia purificadora, sino que abrimos las puertas y las ventanas de par en par y dejamos que penetre la atmósfera purificadora del cielo. Dice el Señor: "El que practica la verdad viene a la luz". Las ventanas del impulso, del sentimiento, deben ser bien abiertas hacia el cielo, y debe expulsarse el polvo del egoísmo y de la mundanalidad. La gracia de Dios debe barrer las cámaras de la mente, la imaginación debe tener temas celestiales para su contemplación, y cada elemento de la naturaleza debe ser purificado y vitalizado por el Espíritu de Dios” E.G.W. (Notas del CBA sobre 1ª de Pedro 1:22)