Mujer, que grande es tu fe Lectio divina Domingo XX T. O Ciclo A.

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Transcripción de la presentación:

Mujer, que grande es tu fe Lectio divina Domingo XX T. O Ciclo A. 20 Agosto 2017 Secretariado Catequesis de Cádiz y Ceuta Música: Instrumental Elaboración y Montaje: Eloísa Díaz-Jara Avance Manual

ORACIÓN INICIAL Yo creo en Ti, mi Señor, pero aumenta mi fe. Quiero tener una fe tan poderosa que sea capaz de arrancarte milagros de amor, como la de aquella mujer cananea. Dame un poco de esa fe, que pueda sanar mi corazón, que me dé esperanzas en medio de la adversidad, me haga fuerte en medio de la prueba y me libere de toda condición de pecado. Sé que me invitas siempre a no desistir, a invocar siempre tu auxilio, a que nunca desespere por muy dura que sea la prueba. Sé que Tú estás a mi lado dispuesto a acompañarme y acogerme. Amén

TEXTO BÍBLICO Mt. 15. 21-28 Jesús salió y se retiró a la región de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo». Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando». Él les contestó: «Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel». Ella se acercó y se postró ante él diciendo: «Señor, ayúdame». Él le contestó: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos». Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas».

lectura ¿Qué dice el Texto?

Este evangelio nos cuenta la historia de Jesús con aquella mujer extranjera, cananea. Esta madre se acerca a Jesús, sin duda porque había oído hablar de él, de los milagros que hacía con los enfermos: Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.

Pero Jesús no parece darse por aludido y sus discípulos interceden a favor de aquella madre angustiada. La respuesta de Jesús es decepcionante: “Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel... No está bien echar a los perros el pan de los hijos”.

La mujer responde con humildad pero con gran osadía: Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.

Tienes razón, Señor, pero. Con ese "pero" pone al Señor de su parte Tienes razón, Señor, pero... Con ese "pero" pone al Señor de su parte. Lo arranca de los hijos, para interesarle por los "perros". No pretende el pan de los hijos, se contenta con lo que sobra, suplica los desperdicios que dan los amos a los perros.

Esta mujer sabe que lo que pide no lo puede exigir, pero lo pide porque lo necesita y porque tiene fe en Jesús. A veces nosotros, vivimos bajo el signo de la exigencia. Rezamos y exigimos. En la misma familia, en la parroquia… exigimos.

Es bueno exigir que se cumplan nuestros derechos, pero ¿tenemos derecho a todo lo que exigimos? ¿Pedimos con humildad o con prepotencia? ¿Pedimos a Dios y a los hermanos, o nos encerramos en nuestra propia impotencia?

Y manifiesta su asombro y admiración ante la fe de la cananea Y manifiesta su asombro y admiración ante la fe de la cananea. Las palabras de Jesús han purificado y fortalecido la fe de aquella mujer. Y la fe hace que la fuerza de Dios actúe en su favor. Mujer, qué grande es tu fe. Jesús sale alegremente vencido. Se rinde frente al arma de que  dispone la mujer: la fe. Jesús se deja vencer por la fe.

Hoy, como hace 2000 años, la fe crece cuando Dios calla y madura cuando parece que Él sólo no acuerda de nosotros. Hoy también, la fe hace posible que la misericordia de Dios nos perdone, nos bendiga, nos transforme. Señor, creo, pero aumenta mi fe, sobre todo cuando no te oiga o no te entienda. Ten compasión de mí.

¿Qué me dice el Señor en el Texto? meditación ¿Qué me dice el Señor en el Texto?

«Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel». «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija está atormentada por un demonio». «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel». Sin embargo, su grito cae en el vacío: Jesús guarda un silencio difícil de explicar. Cuando rompe su silencio su negativa es firme y brota de su deseo de ser fiel a la misión recibida de su Padre:

La mujer no se desalienta La mujer no se desalienta. Apresura el paso, se postra ante Jesús y, desde el suelo, repite su petición: «Señor, socórreme». En su grito está resonando el dolor de tantos hombres y mujeres que no pertenecen al grupo de Jesús y sufren una vida indigna. ¿Han de quedar excluidos de su compasión?

En la mesa de Dios hay pan para todos. Jesús se reafirma en su negativa: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos». La mujer no se rinde ante la respuesta de Jesús. No le discute, pero extrae una consecuencia: «Tienes razón, Señor; pero también los perros comen las migajas que caen de la mesa de los amos». En la mesa de Dios hay pan para todos.

«Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». El amor de Dios a los que sufren no conoce fronteras, ni sabe de creyentes o paganos. Atender a esta mujer no le aleja de la voluntad del Padre sino que le descubre su verdadero alcance.

Los cristianos hemos de aprender hoy a convivir con agnósticos, indiferentes o paganos. No son adversarios a apartar de nuestro camino. Si escuchamos su sufrimiento, descubriremos que son seres frágiles y vulnerables que buscan, como nosotros, un poco de luz y de aliento para vivir.

La luz de Jesús y su fuerza sanadora son para todos La luz de Jesús y su fuerza sanadora son para todos. No nos encerremos en nuestros grupos y comunidades, apartando, excluyendo o condenando a quienes no son de los nuestros. Sólo cumplimos la voluntad del Padre cuando vivimos abiertos a todo ser humano que sufre y gime pidiendo compasión.

¿Qué respondo al Señor que me habla en el Texto? oración ¿Qué respondo al Señor que me habla en el Texto?

cada vez que me encuentro con tu palabra, Jesús mi maestro, cada vez que me encuentro con tu palabra, descubro una nueva luz para afrontar la vida. Quiero pedir perdón, porque muchas veces discrimino a los demás, he puesto barreras y me he sentido superior a otros. Pero he aprendido Señor que tú rompes las barreras y que para ti solo es importante la fe.

Quiero ser hoy como esta mujer cananea y reconocerte como el Mesías, el que todo lo puede, el Hijo de Dios.

Pongo mi entera confianza en ti Jesús, y te pido perdón por las veces que no he perseverado en la oración, porque la falta de fe se ha apropiado de mí y no he sabido esperar con paciencia tus respuestas. Jesús como con la mujer cananea ten misericordia de mí, escucha mi súplica y sáname.

¿Cómo reflejo en mi vida lo que me dice Dios en el Texto? contemplación ¿Cómo reflejo en mi vida lo que me dice Dios en el Texto?

Aprendamos de esta mujer, aprendamos la súplica Aprendamos de esta mujer, aprendamos la súplica. Tenemos que gritarle a Jesús con expresiones que nos salgan del alma, con plegarias de una madre, pedirle la salud, pedirle la fuerza, pedirle que salgamos de la rutina. Confianza, sinceridad, todo lo que necesitamos dentro de nuestro corazón. Todos somos extranjeros y forasteros.

Gritémosle: “Señor, ¡ten compasión de mí!”. Hoy nos preguntamos: ¿tenemos fe como esta mujer? ¿Suplicamos así a Jesús? ¿Tenemos esa fuerza de una madre? ¿Qué sería de nosotros sin Jesús? Gritémosle: “Señor, ¡ten compasión de mí!”. Nos vamos a quedar con esta súplica y vamos a ser cananeos, vamos a ser mujer cananea y le vamos a pedir por todo lo que necesitemos.

“¡Mujer, qué grande es tu fe!”. Una y otra vez repitamos: “¡Ten compasión de mí, mi hija tiene un demonio muy malo! ¡Ten compasión de mí porque mira lo que tengo, mira cómo estoy! ¡Ten compasión de mí!”. En todas las circunstancias acudamos a Jesús, gritémosle y Él nos dirá: “Mujer, qué grande es tu fe, que se haga conforme a tu fe”.

Esta escena es maravillosa para contemplarla en silencio, para sentirnos pequeños delante de Dios, para sentirnos pobres, necesitados. Entremos en la plegaria de una madre que siente el dolor y la enfermedad de su hija y sabe que Jesús la puede curar, que Jesús nos puede curar. Y entremos también en el corazón de Jesús que se enternece ante nuestra súplica.

acción ¿A qué me comprometo?

La cananea se acerca a Jesús y lo llama “Ten compasión de mí, Señor Hijo de David”. Como la cananea, expresa más que con tus palabras, con un signo de tu vida, que Jesús es para ti, el Hijo de Dios.

Haz un rato largo de oración y suplica a Jesús por los necesitados y personas que se sienten alejados como los discípulos «Atiéndela, que viene detrás gritando»

Rompe las barreras que hayas puesto y busca a alguna persona que has valorado menos por alguna razón, ya sea clase social, raza cultura.

Durante esta semana procura prestar especial atención a las necesidades de quienes te rodean (hambre, abandono, soledad), y busca acercarte con un gesto que los reconforte, porque «también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos». FIN