Historia de una maestra.
En mis años de profesora del primer ciclo de E. G. B En mis años de profesora del primer ciclo de E.G.B. conocí a una mamá tremendamente sobre protectora: su hijo tenía siete años cumplidos y ella seguía dándole de comer como si fuera un bebé. Porque —alegaba— cuando ella no se lo daba, el niño se negaba a comer.
La mamá vino a verme —su hijo era mi alumno— porque el niño iba aumentando sus exigencias: no sólo necesitaba de ella para comer, la necesitaba para vestirse, bañarse..., la necesitaba para todo. Y la mamá no daba abasto y el niño se iba haciendo cada día más inútil.
Hablamos un buen rato del principio educativo fundamental; nunca hacer por el otro lo que él pueda hacer por sí mismo. La mamá volvió a su casa, decidida a cortar su sobreprotección sobre el hijo.
En el proceso de poner en práctica el principio, hubo días difíciles: el niño lloró, protestó, pataleó.., pero la mamá no cedió un ápice en su postura. Incluso cuando el niño se negaba a comer, y eso le angustiaba muchísimo, la mamá se mantuvo firme: “no, no —se decía—; es él, él quien tiene que aprender a vivir por sí mismo... Cuanto más le proteja, más le impido crecer”.
Poco a poco el niño fue responsabilizándose; avanzando en su proceso de independizarse de la mamá y finalmente se hizo todo un hombre, para dicha de él y de la mamá!
Eduquemos a nuestros hijos, sin sobreprotegerlos, ayudándoles, con nuestra intervención y ejemplo, a que sean libres y responsables, y entonces muchas de las dificultades que le surjan en su caminar, incluidos los estupefacientes, se convertirán en gigantes con pies de arena.