El Templo es, en primer lugar, el corazón del hombre que ha acogido La Palabra de Dios: “Vendremos a él, y haremos morada en él" (Juan 14, 23)

Pablo escribe: "¿No sabéis que sois santuario de Dios?" (1 Corintios 3, 16) porque todos, por el bautismo, hemos sido hechos templos de Dios.

Rezar en casa debe ser una práctica diaria, no es suficiente Porque Jesus quiso salvarnos del pecado, no por separado, sino unidos como un pueblo. Por eso instituyó la Iglesia que se congrega en el templo.

Así funda una “Ekklesia”, es decir, una asamblea de llamados, donde instituye los sacramentos, como signos y transmisores de su presencia y de su salvación. Ignorar todo esto para crear la propia imagen de Dios expone al subjetivismo más radical.

Ya desde el Antiguo Testamento, Dios enseña a su pueblo la importancia de los lugares santos consagrados a El.

Como los profetas anteriores a Él, Jesús profesó el más profundo respeto al Templo de Jerusalén.

Fue presentado en él por José y María cuarenta días después de su nacimiento.

A la edad de doce años, decidió quedarse en el Templo para recordar a sus padres que se debía a los asuntos de su Padre.

Durante toda su vida oculta y pública, peregrinó a Jerusalén con motivo de las grandes fiestas judías.

Jesús quiso pagar el impuesto del Templo asociándose con Pedro, a quien acababa de poner como fundamento de su futura Iglesia.

Jesús subió al Templo como al lugar privilegiado para el encuentro con Dios.

El Templo era para Él la casa de su Padre, una casa de oración, y se indigna porque el atrio exterior se ha convertido en un mercado.

Después de su Resurrección, los apóstoles mantuvieron un respeto religioso hacia el Templo.

Jesús, identificándose con el Templo anunció, la ruina de ese edificio y la restauración a los tres días presentando con su resurrección la morada definitiva de Dios entre los hombres..

El Señor mismo se comparó a la piedra que desecharon los constructores, pero que se convirtió en la piedra angular que los apóstoles construyen la Iglesia sobre ese fundamento, que le da solidez y cohesión.

Esta construcción recibe diversos nombres: “Casa de Dios, en la que habita su familia”, “Habitación de Dios en el Espíritu”, “Tienda de Dios con los hombres” (Ap 21,3), y sobre todo, “Templo Santo”.

Representado en los templos de piedra, los Padres cantan sus alabanzas, y la liturgia, con razón, lo compara a la “Ciudad Santa”, a la “Nueva Jerusalén”.

En ella, en efecto, nosotros como piedras vivas que estamos en su construcción en este mundo. San Juan ve en el mundo renovado, bajar del cielo esta ciudad santa, arreglada como una esposa embellecida para su esposo (Ap 21,1)".

Pidamos a María por ser ella el Templo del Evangelio vivo, del Verbo Encarnado, que nos haga comprender que Dios habita espiritualmente en todos los corazones y de manera real en el Santísimo Sacramento donde nos espera para llenarnos de su gracia y amor.

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