La fe para vivirla bien, hay que celebrarla. Y lo hacemos por medio de la liturgia. La liturgia dimana del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Pero.

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Transcripción de la presentación:

La fe para vivirla bien, hay que celebrarla. Y lo hacemos por medio de la liturgia. La liturgia dimana del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Pero el ser humano también tiene parte. Esta parte humana, puesta en oración, se llama la asamblea litúrgica.

La asamblea litúrgica aquí en la tierra es como un anticipo de la gran asamblea celestial, de la que nos habla bastante el Apocalipsis. Allí se describe un trono erigido en el cielo, con Dios sentado en el trono. Luego revela al Cordero inmolado de pie, que es Cristo muerto y resucitado. Él es el único sacerdote en el santuario verdadero: el mismo que ofrece y es ofrecido, el que da y es dado.

Luego revela un río de vida que brota del trono de Dios y del Cordero. Este es uno de los más bellos símbolos del Espíritu Santo. Y luego describe una muchedumbre inmensa que nadie podría contar de todos los pueblos y todas las razas.

como Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza, es quien celebra. Por eso las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es sacramento de unidad: pueblo santo, congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos. Afecta a cada miembro de este cuerpo de manera diferente según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual. En la liturgia humana y temporal aquí en la tierra toda la comuni- dad,

Por todo lo anterior dicho, dice el Conc. Vat II, la celebración litúrgica debe ser preferida a una celebración privada. Para que haya una celebración litúrgica debe haber una asamblea. Esta palabra significa reunión o convocación. Se convoca a los pueblos dispersos por el mundo “que se reúnen periódicamen- te para celebrar la palabra de Dios y la Eucaristía”.

La primera cualidad de la asamblea litúrgica es que es de todos y para todos. Alguno dirá que hay celebraciones litúrgicas donde hay muy poquita gente y otras que de hecho son para una clase de gente en exclusiva. Por ejemplo se dan reuniones litúrgicas sólo de monjes o de monjas, como maitines, laudes, etc. Quizá no hay ni jerarquía pública de la Iglesia; pero es una celebración en nombre de todo el pueblo cristiano.

En el sacramento de la Penitencia normalmente se hace sólo entre el celebrante y el penitente; pero también es en nombre de la Iglesia. Igualmente si un sacerdote celebra la misa solo. Antes era obligatorio que al menos hubiera un acompañante o acólito. En el caso de celebrarla solo sigue diciendo las oraciones en plural como si hubiera una gran asamblea, porque en realidad la asamblea está aunque invisible.

Ya desde los tiempos de la primitiva cristiandad, en los Hechos de los Apóstoles, se habla con insistencia de la comunidad reunida en oración. Y san Pablo, por ejemplo a los corintios, habla sobre prescripciones y a veces sobre reproches para la asamblea.

Cuando pasó este primer fervor, muchos cristianos se refugiaron en las oraciones privadas descuidando las celebraciones litúrgicas. La Iglesia tuvo que insistir en la necesidad que tienen los cristianos de acudir a la asamblea.

La asamblea es un signo sagrado. Los grandes predicadores antiguos hablaban de la catequesis de la asamblea. La Iglesia, al formular el precepto dominical, hablaba de la asamblea. Así hasta el conc. Vat. II en que insiste que la liturgia no es celebración privada sino pública. Por eso invita a la asamblea.

De hecho es Dios el que nos llama. Nosotros a veces, al comenzar la misa u otro acto litúrgico, nos invitamos para participar juntos. O consideramos que es el Señor quien nos llama y nos reúne.

El señor nos llama y nos reúne. Automático

Sirve a la mesa, nos reparte el pan. Hacer CLICK

Antes era una multitud de fugitivos, sin organización respecto a la religión. Aquí Dios les dice por medio de Moisés: “Seréis para mi un reino de sacerdotes y una nación santa”. Ellos prometen cumplir lo que el Señor les diga y esa Alianza se sella con la sangre de animales sacrificados por Moisés. El hecho de una asamblea del pueblo de Dios comenzó cuando los israelitas llegaron al pie del monte Sinaí.

En adelante los israelitas o hebreos constituyen el pueblo de Dios y a sus reuniones llamarán “la asamblea de Yahvé”. Y van celebrando festividades como pueblo de Dios. Algunas son solemnes como la dedicación del templo de Salomón o la Pascua, especialmente cuando hay algún rey bueno como Ezequías o Josías.

Así hasta que llegó la verdadera Iglesia de Cristo, que nos reúne principalmente en la Misa. El Misterio Pascual de Cristo es la constitución de un nuevo pueblo de Dios. La asamblea es convocada por los heraldos que envía Jesucristo, según nos narra san Mateo en su evangelio cuando Jesús envió a sus apóstoles “para hacer discípulos”, que es lo mismo que hacer asamblea.

La Nueva Alianza se sella en la sangre del único sacrificio, verdaderamente válido, el de Cristo, quien derramó su sangre para la remisión de los pecados. Jesucristo, según el envío a sus discípulos, siempre estará presente en su Iglesia hasta la consumación de los siglos.

San Pablo usaba la misma palabra para hablar de la Iglesia y de la asamblea litúrgica. Los padres antiguos de la Iglesia, al hablar del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia o la asamblea, decían que no acudir a la asamblea era como disminuir el cuerpo de Cristo. La asamblea litúrgica es la manifesta- ción más expresiva de la Iglesia. Es como una epifanía.

Los cristianos son invitados a reunirse en asamblea como si fuese un único templo de Dios. La voz de la asamblea es la voz de la Iglesia, esposa de Cristo. No pertenecemos a la Iglesia sólo por estar bautizados, llevar un papel o un nombre, sino sobre todo cuando nos manifestamos en una asamblea organizada por la Iglesia, es decir: asamblea litúrgica. Allí está presente Cristo y el Espíritu Santo que nos va guiando y enseñan- do.

Aunque a una asamblea nos convoque una o varias personas, quien propiamente nos convoca es Dios mismo. Su iniciativa es anterior. La asamblea es un don gratuito de Dios a los hombres. Aunque la asamblea sea convocada y presidida por el obispo o los sacerdotes, dada su misión por la sucesión apostólica, podemos verdaderamente decir que Dios es quien nos convoca.

Dios nos convoca, venid y escuchemos su voz. Automático

Gracias, Señor, por ser tus invitados.

Venid, acoged la Verdad.

Y en hermandad cantad la Nueva Alianza. Hacer CLICK

Jesucristo nos dijo (Mt 18,20): “Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Se suele aplicar a toda clase de reunión de cristianos, especialmente en la oración. Pero los antiguos padres de la Iglesia, principalmente san Juan Crisóstomo, lo afirmaban de la asamblea litúrgica, porque ahí es donde está más patente Cristo, sean muchos o pocos los asistentes.

Y de una manera eminente en la Eucaristía, donde se hace realidad la humanidad gloriosa del Crucificado. Así comprendemos más que la asamblea terrena es como un anticipo de la asamblea perpetua, que el Apocalipsis nos describe como la asamblea del cielo. Si Cristo está presente en toda asamblea litúrgica, de una manera especial en los sacramentos, que son actos de Cristo.

¿Qué condiciones se necesitan para participar en la asamblea litúrgica? Primero: Haber recibido la fe de la Iglesia y no haberla renegado públicamente. Es decir, haber recibido el bautismo o estar disponiéndose a él mediante el catecumenado. De hecho aquel que no es cristiano ni pretende ser cristiano en sí no participa de la asamblea.

Antiguamente existía la excomunión, que significa sacado de la comunión con la asamblea o comunidad. Los que habían hecho algo muy malo eran despedidos. Y hasta los catecúmenos y penitentes públicos eran despedidos en el Ofertorio de la misa, antes de comenzar la parte verdaderamente eucarística o sacrificial.

Debemos tener en cuenta que la asamblea litúrgica no es para una minoría. De hecho hoy se admite a todos. Se supone que tengan una recta intención, a pesar de la mediocridad y las limitaciones que todos tenemos. Por eso comenzamos con un acto de arrepentimiento, aguardando la misericordia de Dios. La asamblea no es de perfectos, sino de pobres espirituales, que queremos el bien y la unidad.

La asamblea litúrgica es una reunión de gentes diversas. Ya decía san Pablo para los cristianos no hay circuncisos o incircuncisos, judíos ni gentiles, griegos ni bárbaros, esclavos ni libres. Todos los bautizados son unos en Cristo, que es Señor de todos, todo en todos. Es una unión diversa, pero una unión fraterna. La Iglesia no está para dividir, sino para reunir en asamblea los que están dispersos.

En la asamblea litúrgica nos reunimos personas de distintos lugares, distintas edades, distintos modos de ver las cosas. Pero nos unimos en caridad.

Ha habido épocas en la Iglesia, antes del siglo XX (en algunos lugares aun después), en que en la misa, especialmente entre los orientales, se cerraban las puertas del presbiterio y quedaba el acto como algo misterioso. Los fieles eran algo extraños, eran como espectadores mudos. Ya los papas del siglo XIX se lamentaban por ello. Y nos unimos en participación activa. Esto es algo novedoso.

A principios del siglo XX, el 1903, el papa san Pío X tomó la iniciativa de una vuelta a la tradición verdadera proponiendo como fuente primera indispensable del verdadero espíritu cristiano la participación activa en los santos misterios y en la oración pública y solemne de la Iglesia. Fomentó la mayor participación en la comunión y en la música sagrada.

Por el año 1928, el papa Pío XI dio más impulso a lo que ya se estaba iniciando, el “movimiento litúrgico”. Y fomentó numerosos estudios y enseñanzas. Un impulso nuevo a esta participación activa de toda la asamblea la dio el papa Pío XII con la encíclica “Mediator Dei”.

Para ello se revisaron los libros litúrgicos, directorios diocesanos, todo lo que se relaciona con las acciones litúrgicas: actitudes corporales, gestos, respuestas al celebrante, cantos, silencios. Todo para que la participación de los fieles fuese más activa. Hasta que llegó el Conc. Vat. II, donde se aclaró que los que participen en la misa deben hacerlo de una manera activa.

Además el Concilio señaló que esta participación activa debe ser “inteligente y piadosa”. No basta con realizar las acciones en lo externo de forma correcta, porque la acción litúrgica es un signo a través del cual la fe debe llegar al misterio divino que en ella se realiza. Por lo tanto exige atención religiosa; aprobar lo que escucha y oír con alma dócil la palabra de Dios.

Para que esta participación pueda ser piadosa y activa, debe entenderse lo que se dice. Por lo tanto debe haber una especial catequesis de muchas cosas para participar en lo que se dice y en lo que se hace. Para ello ha facilitado mucho el poder celebrar la liturgia en la lengua popular.

Este derecho y deber se funda en el bautismo, cuyo carácter les anticipa y les prepara para el culto divino, como dice santo Tomás de Aquino. El pueblo que participa es un pueblo real y sacerdotal, como dice san Pedro. Por lo tanto tiene un derecho y un deber de tomar parte activa en la liturgia.

De ahí se sigue que el culto cristiano tiene una originalidad con respecto a los cultos paganos de la antigüedad. En éstos los templos eran pequeños porque eran sólo para la divinidad y el celebrante. La comunidad era extraña. Eran como espectadores de un teatro, en cuanto a lo que podían ver.

En la asamblea litúrgica cristiana todos somos actores, todos nos expresamos, según la función de cada uno de forma ordenada. Pero todos alabamos al Señor, como pueblo que somos de reyes, asamblea santa, pueblo sacerdotal, pueblo de Dios.

Pueblo de reyes, asamblea santa, Automático

pueblo de Dios,

Y bendice al Señor con María, la Madre del pueblo. AMÉN