La oración es el medio que ha señalado el Señor para que podamos cumplir toda su Ley, y es evidente que si aquélla falta, la Ley del Señor quedará incumplida.

Necesitamos aumentar, intensificar la vida de oración, hay que propagar y recomendarla sin descanso y, sobre todo, hay que practicarla. El pecado de nuestro tiempo es que se ora poco, que no se aprecia lo bastante la oración.

Tender las manos hacia Dios para impetrar sus dones es hermosa oración, pero no es la única oración. Además de ella hay otra que se dirige tan solo a la glorificación de Dios. Nuestra miserias, las aspiraciones de nuestro corazón, las necesidades de nuestros hermanos, la gloria de Dios, nos exige la oración.

La oración de los santos que llegaron a los heroísmos verdaderos de las perfectas virtudes fue eficacísima Mientras los vivieron en la tierra y sigue siendo eficacísima en el cielo porque han vivido en la voluntad de Dios. La oración del justo, la oración del que tiene su alma en gracia es mucho más eficaz que la del pecador aunque este jamás encontrará la puerta cerrada a la oración.

Como el trato con Dios es un diálogo y no un monólogo. A veces, el Señor pide que callemos nosotros, para hablar él, y en otras ocasiones quiere que nosotros seamos los que hablemos en su divina Presencia derramando nuestro corazón. La oración atrae hacia nosotros la misericordia de Dios. Dios nuestro Señor nos mira amorosamente y se mueve, como si dijéramos, todavía más a buscar nuestro bien. La oración no es más que tratar íntimamente con Dios, levantar nuestro corazón hacia nuestro padre.

Los modos de oración son numerosos, y cada alma ha de escoger con discreción y magnanimidad aquel que más le ayuda para encontrar al Señor. Las diferentes formas de oración no son más que diferentes formas que tiene el Señor de comunicarse al alma, diferentes formas de amor.

La mejor oración es aquella en que se encuentra a Dios. El Señor es infinito en sabiduría, en poder, en amor, y, cuando pone su sabiduría, su poder y su amor al servicio de las lamas para que lo encuentren, inventa mil maneras de unirse a ellas, y así hay infinitas maneras de encontrarle.

La oración no puede ser una cosa aislada en nuestra vida, sino que es el resultado de toda ella y como el perfume que la vida misma exhala.

Dadme, por el contrario, un alma cautiva de sus apegos o de sus aficiones desordenadas, cualquiera que ellas sean aunque no lleguen a cosas graves, y yo os aseguro que encontrará en la oración un muro infranqueable. Dadme un alma llena de virtudes o que se esfuerce sinceramente en construirla, y yo os daré un alma de oración.

En las almas que han emprendido el camino de la perfección evangélica, observamos que las decadencias en la oración son paradas en aquel camino, y la fidelidad a la oración equivale a un avance continuo por él.

Mientras nuestro corazón sea esclavo de concupiscencias y apegos desordenados, nuestra oración se resentirá de tales desórdenes. Lo que importa para orar santamente es preparar el corazón, lo demás secundario.

Cuando se tiene la idea verdadera y profunda, cuando se dispone el corazón para orar, entonces el mismo corazón es una oración viviente, sin ruido de palabras pues todo lo que hay en él busca a Dios, se eleva hacia Dios como incienso sagrado.

Purifiquémonos, pues, para orar; pero oremos para purificarnos, aunque nuestras propias miseria nos lo quieran estorbar. Por una misteriosa recirculación, la oración nos purifica, y la purificación nos lleva a orar con perfección creciente.

La raíz de la oración no puede ser otra que la humildad, y por eso, en la medida que va desapareciendo la humildad, va desapareciendo la oración, y en la medida en que crece la humildad se va desarrollando la oración.

Vivir así, aunque solo sea unos momentos con el corazón apartado de las cosas terrenas y elevados a las celestiales, ya es bien preciosísimo para le hombre. La oración es como primavera en la cual florecen todas las virtudes del alma. Cuando el hombre ora, de alguna manera se eleva sobre las cosas terrenas a las celestiales; la oración es, el primer término, levantar el corazón a Dios.

El fruto será perseverante cuando Dios lo escriba dentro del corazón. El verdadero fruto de la oración es que mi corazón vaya cambiando, que mi vida interior se transforme; si antes no sabía qué era eso del amor de Dios, ahora lo sepa; si antes no entendía El misterio de la cruz, ahora lo entienda, y si antes tenía apegos, note que se van desprendiendo.

Pues bien, esa sabiduría la aprenden las almas y la adquieren en el trato con Dios, y se puede decir con verdad que la fuente de esa sabiduría es el trato con Dios. San Agustín afirma que la sabiduría no es otra cosa que ese conocimiento sobrenatural por el cual se ven las cosas según Dios.

Hay dos maneras de oración, que se distinguen entre sí por la situación interior de las personas que oran. Hay una oración dirigida a Dios por las almas que de ninguna manera está unidas a Cristo Jesús, y hay otra oración propia de las almas que están tan unidas a Cristo Jesús que a oración de ellas es oración de Jesucristo. Pues la oración en nombre de Jesús es precisamente esta oración última, o sea, la oración de las almas que viven en perfecta unión con Cristo, y de las cuales se puede decir que Cristo ora en ellas, de modo que todo lo que alcanza la oración de Jesucristo, lo alcanza la oración de ella. Orar en su nombre es orar unido a Él, permaneciendo en El, y es orar conservando sus palabras o permaneciendo esas palabras en nosotros. Pues la oración en nombre de Jesús es precisamente esta oración última. P. Alfonso Torres, S.I.

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