Llevaron el borrico, le echaron encima los mantos y Jesús se montó. Muchos alfombraron el camino con sus mantos y con ramas.
«Los discípulos, alegres, y la gente recordando los milagros que habían presenciado, se pusieron a alabar en voz alta a Dios: ¡Viva el hijo de David! ¡Bendito en el nombre del Señor! ¡Viva el Altísimo!» (Mt 21, 9)
Y así…
Queda afirmada la dignidad real de Jesús, presentado como el Enviado de Dios presentado como el Enviado de Dios esperado por las gentes. esperado por las gentes. Se subraya igualmente la humildad y la mansedumbre de los pobres, que habrían de formar que habrían de formar el núcleo del pueblo de Dios. el núcleo del pueblo de Dios. Jesús entra en la ciudad sobre la montura que usaban los antiguos príncipes de su tierra. que usaban los antiguos príncipes de su tierra.
Jesús, como un peregrino, acude a la ciudad santa para celebrar la fiesta de Pascua. Pero de pronto, el peregrino se revela como más importante que el santuario. Jesús así es manifestación y fuerza de Dios.
Jesús no vino a condenar al pueblo. Vino a entregarse por él.
Los hombres bendicen a Dios y Dios bendice a los hombres. Proclamar como «bendito» a Jesús es reconocer su dignidad divina y su cercanía humana. su dignidad divina y su cercanía humana.
En sus palabras de Vida. Vino entonces, viene ahora y estará viniendo siempre. En todos sus signos sacramentales. Y en la presencia, también sacramental, de los pobres.
Cántico de Pedro Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. El no cometió pecado ni encontramos engaño en su boca; cuando lo insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas; al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente. Cargado con nuestros pecados, subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado.