Profeta Jonás

Parábola del tiempo, antiguo y nuevo, eres Jonás, profeta de huida, por tierra y mar, a la deriva.

No fueron los vientos contrarios, no, sino tu mente la que te hizo zozobrar en cobardía hasta ser engullido por el cetáceo marino y arrojado a una playa al tercer día.

El mandato divino de predicar en Nínive, en oficio desganado convertiste, mas la gente que no sólo de pan vive acogió tu predicación con fervor increíble.

Cierto es, Jonás, que la humanidad es árbol de raíces dañadas: hipocresía, arrogancia, concupiscencia, codicia, y la pálida envidia, sin olvidar la comodidad, la indiferencia, la lascivia.

Y está, sobre todo, el miedo a enfrentar el dolor y la vida, a asumir la responsabilidad y el compromiso, con los demás y consigo mismo, mientras se espera ver arder la ciudad desde la colina.

Mas la ciudad pecadora no ardió. El misterio del pecado dio paso, como muy bien expresaría Pablo, a la sobreabundancia de la Gracia, en Cristo, el mismo que es Verdad, Vida y Camino.

Ya ves, tu tentación frustrada de huida, Jonás, sirvió de conversión a hombres y animales, para asumir valores impostergables como sinceridad, justicia, perdón y verdad.

Sirvió también para desenmascarar la ceguera odiosa de quienes se empecinan en combatir la Luz, o intentan, tantas veces, manipular a Dios y a las personas, y se instalan en la mentira, el cinismo, y el mando en plenitud.

Nos queda la labor impostergable de meter al Dios de la Historia en nuestra historia personal. ¿Cuándo? Cuando estemos dispuestos todos a levantar las ominosas tiendas del odio, la avaricia, la guerra y el poder.

PROFETA JONAS Parábola del tiempo, antiguo y nuevo, eres Jonás, profeta de huida, por tierra y mar, a la deriva. No fueron los vientos contrarios, no, sino tu mente la que te hizo zozobrar en cobardía hasta ser engullido por el cetáceo marino y arrojado a una playa al tercer día. El mandato divino de predicar en Nínive, en oficio desganado convertiste, mas la gente que no sólo de pan vive acogió tu predicación con fervor increíble. Cierto es, Jonás, que la humanidad es árbol de raíces dañadas: hipocresía, arrogancia, concupiscencia, codicia, y la pálida envidia, sin olvidar la comodidad, la indiferencia, la lascivia. Y está, sobre todo, el miedo a enfrentar el dolor y la vida, a asumir la responsabilidad y el compromiso, con los demás y consigo mismo, mientras se espera ver arder la ciudad desde la colina. Mas la ciudad pecadora no ardió. El misterio del pecado dio paso, como muy bien expresaría Pablo, a la sobreabundancia de la Gracia, en Cristo, el mismo que es Verdad, Vida y Camino. Ya ves, tu tentación frustrada de huida, Jonás, sirvió de conversión a hombres y animales, para asumir valores impostergables como sinceridad, justicia, perdón y verdad. Sirvió también para desenmascarar la ceguera odiosa de quienes se empecinan en combatir la Luz, o intentan, tantas veces, manipular a Dios y a las personas, y se instalan en la mentira, el cinismo, y el mando en plenitud. Nos queda la labor impostergable de meter al Dios de la Historia en nuestra historia personal. ¿Cuándo? Cuando estemos dispuestos todos a levantar las ominosas tiendas del odio, la avaricia, la guerra y el poder. J uan Manuel del Río