Por Rogelio Cenalmor Ramos abogado y padre Anécdota dulce Por Rogelio Cenalmor Ramos abogado y padre

Quien crea un libro es: como quien crea y cría a un hijo/a, siendo esto último mucho más complicado. ¿Os imagináis una pelota de goma grande, de mil colores –de cielo, de horizonte lejano, de oro de sol o de amapola que se ensoberbece en campo de trigo– que se cae de nuestras manos y salta jubilosa cumpliendo su natural función?. Pues así es mi hija Susanita cuando se siente alegre y retoza, de habitación en habitación, como si fuera una muñeca grande que tenga como misión proclamar la alegría y la absoluta conformidad con la vida que le marcó el Señor. En la Iglesia del Pilar en Ferrol

Cuando esta contenta, Susana Y salta, salta y ríe con su boca, con sus ojos y con sus manos. Las manos de mi hija Susana… Yo creo que uno de los pensamientos más bonitos, y más ciertos, es el que considera que los niños tienen la suprema belleza de conservar en su carne el olor de las manos de Dios. Las manos de Susanita son chiquitas y gordas, blancas y suaves, y cuando está contenta se mueven en el aire, trazando una rúbrica rosa, el júbilo que sus labios no saben decir.

Quiero que estés siempre contento/a, porque la alegría es parte integrante de tu camino No sé por qué cuando la veo interpretar el baile inacabado –ballet esperpéntico– con sus manos chiquitas y sus piernas cortas y gruesas –pensadas por un artista que naciera en el umbral de los tiempos--, me acuerdo de Platero, el borriquito “pequeño…. y suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos…

Susana y Platero Lo llamo dulcemente por su nombre, Platero, y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe; en no se que cascabeleo ideal…”. Platero, Susana y la anécdota dulce. Hay una Iglesia en mi pueblo a la que, aún cuando alejada de nuestra casa, vamos frecuentemente a oír misa, mi mujer y yo con Susanita. Y cuando dejamos el templo nos acercamos a una capillita escondida donde hay una imagen y un pequeño atril que contiene un montoncito de velas. Ya sabéis: se depositan unas monedas y se encienden los cirios, lo que para Susanita constituye un verdadero festejo. La imagen, detrás del atril, representa la triunfal entrada de Jesús en Jerusalén: Jesús montado sobre un borriquito, con una palma en la mano.

En la capillita del Pilar Mi mujer devota y piadosa , igual que casi todos los fieles, dá un beso al desnudo pie de Cristo –yo no, ya que desgraciadamente es más cerebral mi fe– y salimos del templo. Y Susanita , que procura imitar a su madre, nos dejó alborozadamente sorprendidos: se acercó a la imagen y besó la pata del burrito, y muy seriamente, borró con su pañuelo las huellas dejadas por sus labios

Pero ahora, después de varios días de la ocurrencia gozosa, y… Reflexionando sobre el hecho, pienso que mi hija tal vez no se equivocó, porque posiblemente el borriquito ya era consciente, y los demás no, de que gravitaba sobre él la Cruz del Mundo y Susana lo premiaba por su tarea callada. Tal vez Susanita intuía que lo importante en la vida es caminar, dar siempre un paso más –nunca el último paso– para alcanzar la meta inaprehensible.

Así como los ojos de Platero “son duros, de azabache, como dos escarabajos de cristal negro” Y los de Susanita tiernos y con la apagada belleza de la crisólita, los ojos del asno que un día llevó al Señor, estaban entornados, tamizando la luz en presagio del dolor que pronto iba a enrojecer, con la extrema crueldad y la más inmarcesible vergüenza, al mundo. Yo creo que sólo Jesús vió unas lágrimas, las del borriquito, que ese día lloró, profunda y silentemente, en sustitución de los hombres. Te abraza con el cariño de siempre tu: PAPÁ