Miguel-A. “El matrimonio que nunca había discutido” 132 seg. (M. Escobar)
En cierto programa de televisión presentaban una pareja como paradigma del matrimonio feliz. El presentador relató el caso insólito de una pareja que nunca había discutido. Y, micrófono en mano, lleno de curiosidad, se dispuso a desentrañar las claves de tan fenomenal avenencia.
- Señor, dígame -preguntó el locutor-, ¿es verdad que ustedes no han discutido nunca en 35 años de casados?. - Jamás -contestó el caballero, muy seguro de sí mismo, esbozando una sonrisa. - ¿Y usted, señora, nunca ha reprochado nada a su esposo?. - No, no, yo... bueno... casi nunca -respondió la dama, un tanto titubeante. - ¿Y, señora, podría dar a los telespectadores las claves de tan fantástico entendimiento? - preguntó el presentador a la mujer.
- Verá usted -replicó la señora-, cuando nos casamos, mi marido tenía una yegua pura sangre que apreciaba muchísimo. Era la criatura que él más quería en la vida. Tras nuestra boda fuimos de luna de miel en la carreta tirada por la yegua. Después de viajar un cuarto de hora por un camino en pésimo estado, la yegua tropezó, y la carreta hizo un movimiento violento. Mi marido le dijo a la yegua con voz firme: "¡Una!". Más adelante, la yegua volvió a tropezar con el consiguiente vaivén de la carreta. Mi marido la miró de nuevo y dijo: "¡Dos!".
- ¡Pero, señora -protestó el presentador-. Esa clase de historias no son interesantes para los telespectadores de un programa que trata de las relaciones matrimoniales. - Verá usted -continuó la mujer-, al tercer tropezón, no dijo nada. Inmediatamente sacó un revolver, y le pegó a la yegua cinco tiros en la cabeza. Entonces, muy sorprendida, le dije: "¡Eres un hijo de puta! ¡Pero qué te ha hecho ese pobre animal! ¿Por qué la has matado?".
En el plató televisivo se hizo un silencio sepulcral al oír el final de la historia de la yegua. - Bueno -añadió la mujer-, mi esposo, entonces, me miró de reojo y, antes de que hubiera guardado el revolver que aún tenía el cañón humeante, con voz firme, en tono amenazante, me dijo solamente: "¡Una!".