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“La tela de araña de la ley” Miguel-A.. En castellano tenemos un refrán según el cual: "si no hubiese tercos, no habría pleitos". Este dicho es de certeza.

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1 “La tela de araña de la ley” Miguel-A.

2 En castellano tenemos un refrán según el cual: "si no hubiese tercos, no habría pleitos". Este dicho es de certeza indiscutible. Es tan cierto como el otro que dice "dos no riñen, si uno no quiere". ¿Son iguales o ambos se complementan reafirmando una realidad?. Cuentan, al respecto de los pleitos y los tercos (y añádase los listillos), que un ganadero tenía una vaca muy vieja en su rebaño. No había ninguna res en la manada que no fuera descendiente de dicha vaca. Aunque por sus años ya no servía ni para criar, al ganadero le daba mucha pena venderla por ser como la abuela de la vacada.

3 En fin, el negocio es el negocio, se dijo el ganadero. Si me dejo llevar por esa clase de sentimentalismos, no llegaré muy lejos. Esas sensiblerías sólo resultan un lastre económico que ya no tiene sentido en un mundo donde “la pela es la pela". Y llamó a un carnicero para concertar la venta de dicha vaca. El tira y afloja del trato fue arduo. Al fin llegaron a un acuerdo consistente en una cantidad de dinero con las siguientes condiciones: El ganadero se comprometía a alimentar al animal durante tres meses a partir de la fecha. Y el carnicero pagaría lo convenido en dos plazos: La mitad en el acto, y la otra mitad en el momento de llevarse la vaca al matadero.

4 Pero... el ganadero no estaba bien enterado de cuanto sucedía en su vacada. Aquella vaca, a pesar de su vejez, estaba preñada de 7 meses. A su tiempo, le llegó el parto como a las demás vacas de la manada. El ternero era precioso, pero la edad de la madre ya no estaba para muchos trotes y, tras su maternidad, se quedó hecha un esqueleto viviente, literalmente en los huesos. Cuando el carnicero llegó a retirar su compra, juraba y perjuraba que él no había comprado un animal tan escuálido.

5 El ganadero no tuvo más remedio que dar una explicación: le mostró el ternero, y le dijo la verdad. Ahí comenzó la discusión. El carnicero quería llevarse la vaca y el choto después de abonar el pago pendiente. - De eso nada -gritó el ganadero-. Paga lo restante, y te llevas la vaca. El ternero se queda donde está. ¡Aquí ha nacido y aquí se queda! Tú has comprado la vaca, pero no el ternero. Y, si no quieres abonarme el segundo pago, deja la vaca también, y lárgate de mi casa. ¡Yo no pienso devolverte ni un duro del primer pago!. El jaleo fue de órdago, y decidieron meterse en pleitos.

6 El carnicero fue a un abogado, y le contó la historia. - Mire usted: Al amparo del artículo 9876, barra 543, de la ley 8/X/1959, eso está bien claro, no hay ninguna duda -respondió el letrado-: el ternero es suyo. Déjelo de mi cuenta. Por casualidad, el ganadero acudió al mismo abogado. - Está clarísimo -le contestó-. El ternero es suyo según la ley 9/XI/1966, artículo 1234, párrafo 5. Yo me encargo del caso.

7 La mujer del abogado había escuchado ambas conversaciones, y recriminó la actitud a su marido: Eres un sinvergüenza. ¿No ves que los dos pobres hombres te han contado la misma historia con pelos y señales, y a los dos les has dicho lo mismo: que el ternero es suyo?. ¡Cállate tonta! ¿No ves tú que el ternero no es ya de ninguno de los dos?.

8 ¿Entonces de quién es el ternero?. Tú no espabilas... ¡Cuando paguen las consultas, el ternero será nuestro!.


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