Pregunta el maestro a su grupo de alumnos: ¿Cómo sabemos con exactitud cuándo amanece?
Amanece cuando podemos distinguir un árbol de un arbusto, -contesta uno de los alumnos-. No, ésa no es la respuesta.
Ha amanecido cuando podemos distinguir una mariposa de una flor. -responde otro alumno- Ésa tampoco es la respuesta.
Amanece cuando podemos ver con claridad el rostro de nuestro hermano... Sin duda, dijo el Maestro, ¡ésa es la respuesta!.
Ha amanecido cuando hemos sido capaces de ver a los demás, tanto si están cerca, como lejos.
“Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve”. (I Jn, 4,6)