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Transcripción de la presentación:

I Estación - Jesús es entregado Camino de Belén, el hombre de la vida interior, tal vez pensó: “Este, que hoy nacerá, volverá a renacer después de la cruz”. La senda de la fe nos exige acompañamiento, entrega, renuncia y ánimo. Nadie, como José, supo hacer tanto desde el silencio y la obediencia. ¡Por Dios y por los hombres! ¡En cuánto se parecieron en estas horas! ¡José obediente hasta la muerte! ¡Jesús obediente y sin demasiado ruido hasta en su mismo juicio!

No hay vida sin cruz. La vida de José, desde la aldea de Nazaret, fueron noches de dudas, de sueños y de sufrimientos, pero también de certezas. El Señor, calle del calvario, retorna su mirada a su pasado: allá, en el fondo de una noche hermosa y estrellada, una figura amada y respetada, salta en su pensamiento: ¡José mi padre¡ El que me enseñó hacer frente y ser fuerte ante el peso de las dificultades. II Estación - Sale el Señor con la cruz a cuestas

Deslizando y subiendo por las calles de Nazaret, Jesús, tropezó una y otra vez: de la fuente hasta la casa, de la mies a la sinagoga o del juego hasta el taller. Mas siempre entendió que, una experimentada mano, paternal y amorosa, le habría de levantar. Es la misma, la que en estas horas de ascenso hasta el calvario, la siente sobre su hombro otra vez: ¡ánimo hijo, soy José!¡Todo sea por la voluntad de Dios! III Estación - Jesús cae por primera vez

La mujer que, desde la mañana hasta entrada la noche, tantas veces limpió el rostro del que fue niño, asoma en la esquina más insospechada para llorar y abrazar a su hijo. No son sólo dos amores los que se hallan frente a frente, no son solamente dos corazones los que se fusionan en un impresionante abrazo. Pues, en medio de tanto dolor, la Madre lleva a Jesús el cariño y el amor de aquel que nunca murió ni desapareció de sus entrañas: José en el corazón. Dos tesoros, los más preciados por José, se encuentran camino de la cruz: María y Jesús de Nazaret. IV Estación - Jesús encuentra a su Madre

En medio del ruido sobrecogedor y estremecedor de las cruces, una mano amiga levanta el madero y empuja para que se dispare escandalosamente gigante e incomprensible para muchos, y en beneficio de todos, en la cima del Monte Calvario. Tal vez, si José hubiera vivido, aquella cruz la habría aliviado de madera y de peso como buen carpintero, y de sangre y de sufrimiento como genial padre amoroso. Quien sabe, si de haber vivido José, no hubiera cogido esa cruz para soportarla sobre su propio hombro antes que dejarla en el de Cristo. V Estación - El cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz

Limpio e intachable, como la vida misma de José, acaricia el paño de una mujer, el rostro de Jesús. Y es que, el día a día, se hace más humano y más divino con el alivio para con el que sufre, con las virtudes de la fe y de la caridad. Si valiente fue una mujer ante el semblante sangriento de Jesús, no lo fue menos en su día, la audacia y la serenidad del bueno de San José. Guardó limpio su hogar, amó con locura a su pura mujer y siempre pensó que, Jesús, era la transparencia viva y real del amor de Dios. VI Estación - El rostro de Cristo enjugado por la Verónica

Con la única tregua, de la caída como descanso, sigue manifestando públicamente Jesús su más alto ideal: el amor a Dios en los hombres. Seguramente, en algún momento de su niñez, una voz le susurró al oído: lo malo, hijo mío, no es el caer. Lo triste es caer sin hacer de nuevo, un esfuerzo, por levantarse aun a riesgo de caer.. ¿Acaso no florecerían estas palabras del mismo José? VII Estación - Jesús cae por segunda vez

Con palabras de fe, de ánimo y de interpelación, alcanza Jesús sus últimos metros oteando el Gólgota. Son mensajes de compasión y de misericordia. Ni aún estando su vida en peligro, y apunto de extinguirse, ni aspira, ni quiere, ni desea una lágrima por El: ¡Llorad por el hombre! ¡Llorad por vosotros mismos! José me enseñó que, no siempre el hombre, talla, ni trata bien, ni aprovecha dignamente la madera noble. VIII Estación - El Señor habla a las Hijas de Jerusalén

La rodilla en el suelo, con los ojos rebuscando por la vía dolorosa la luz del cielo, quisieron, por qué no pensarlo, la humildad de aquella otra lámpara que alumbró tantas noches de pobreza y de búsqueda de Dios, el hogar de Nazaret: la llama de José. ¿Acaso José no hablaría de tú a tú a Jesús, como un padre lo hace con su hijo, para prevenirle y estimularle cuando llegasen una y otra vez, dos y tres veces las humillaciones o las espinas que clava la vida? IX Estación - Cae el Señor por tercer vez

Unos pañales en la cuna fueron señero abrigo de Dios con apariencia de niño, y José testigo mudo y sereno ante tanto misterio. En Belén despojado de todo bien. En la cruz desposeído de todo vestido. En Belén le acompañó, María. En el Calvario también. Y José hombre, despojado de riquezas y de abundancia, con convencimiento y fe enseñó a Jesús, que a Dios se llega, se conquista y se entra por la puerta de la sencillez y de la pobreza. X Estación - Jesús despojado de sus vestiduras

Los clavos sujetan a Jesús en la cruz con la misma fuerza, con la que los ojos de José, se fijaron en él. Los clavos hieren a Jesús. El afecto de José le hizo crecer. Los clavos traspasan manos y pies. El amor de José superó todos los límites de bondad y de entrega, de obediencia y de fe. ¡Cuales fueron más fuertes! ¿Los clavos de la cruz o los clavos de amor de José?¡Cuales fueron más profundos! ¿Los clavos que perforaron la madera, o aquellos otros clavos de prudencia de San José? XI Estación - El Señor clavado en la cruz

El rey del mundo, aquel que siendo niño caminó de la mano de José, se alza, entre burlas y sollozos, erguido y sufriente apuntando, por el hombre, hacia el Padre. El rey del cielo nació en Belén y, por el Calvario, nos trasladará a todos a una nueva vida recién amanecida. José, el hombre de la dulce muerte, el hombre que acompaña a bien morir, también en aquel instante de desagarro y de abandono, quien sabe si a través del centurión no gritó: ¿No os dais cuenta? ¡Habéis dejado morir al mismo Hijo de Dios! En una cosa se parece la muerte de Jesús a la mía, en las dos, estuvo cerca María. XII Estación – Jesús muere en la cruz

Aquel, que en tantos amaneceres y anocheceres, se sintió protegido por los brazos de San José ahora, en el atardecer del Viernes Santo, es sostenido, llorado, reverenciado y guardado en los de María. En Nazaret fue cuidado y recogido con mimo, arrullado por las manos de la Virgen María y bendecido muchas veces por San José. Pero al final, en el cenit del trayecto de la pasión, cuando el cielo y la tierra parecen fundirse en un abrazo por la cruz, es cuando en el silencio de San José se hace cercano y protector del hijo que bajó hasta el abismo de la misma muerte. XIII Estación - El Señor es bajado de la cruz

No hay semilla que, cuando es esparcida con pasión y regada con amor, no llegue a dar el ciento por uno. Jesús, desde Belén, pasando por Nazaret y subiendo a Jerusalén, fue grano del amor de Dios que, siendo pequeño, maduró definitivamente y con sangre, en el árbol de la cruz. José, el hombre que esperó y creyó contra toda esperanza, también sembró con paciencia y serenidad lo que en Jesús mas tarde ofreció: el amor a Dios y a los hombres. ¿Se puede esperar más del Señor, el hijo del carpintero? XIV Estación - Jesús es puesto en el sepulcro

El vía crucis no se queda en la noche oscura ni, mucho menos, teñido por la sangre que Cristo derramó. Es camino hacia la VIDA, pasión que conduce a la GLORIA, puente entre la tiniebla y la LUZ, respuesta, valiente y generosa de Jesús, para llevarnos al don de la RESURRECCIÓN. Actitudes como las de San José (acogida, respeto, sencillez, interiorización, pobreza, obediencia, disponibilidad y confianza) ayudan a comprender, disfrutar, vivir, festejar y entender LA PASCUA del Señor. ¡Aleluya! ¡El Señor, resucitará! Francisco Javier Leoz Ventura San Juan Evangelista de Peralta (Navarra)

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