Contemporáneo de San Agustín. Daba tal importancia al esfuerzo

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Transcripción de la presentación:

Contemporáneo de San Agustín. Daba tal importancia al esfuerzo Gr 20 de 75 LA JUSTIFICACIÓN, 9 Pelagio 1 Contemporáneo de San Agustín. Daba tal importancia al esfuerzo ascético que pensaba que bastaba proponerse la salvación para conseguirla sólo con las propias fuerzas. El pecado original consistiría sólo en el mal ejemplo de Adán y Eva. El hombre conservaría intactas sus fuerzas morales y podría sólo con ellas, hacer el bien, evitar el mal y salvarse por sí mismo. La gracia no sería más que el buen ejemplo de Cristo que nos ayuda a obrar bien, pero que no es imprescindible.

Primera consecuencia de esta doctrina: debi- Gr 21 de 75 LA JUSTIFICACIÓN, 10 Pelagio 2 Primera consecuencia de esta doctrina: debi- lidad y pérdida del sentido de pecado. La no- ción de ofensa a Dios cede paso a la de error o equivocación, y acaba por desvanecerse la noción misma de pecado. Otra consecuencia: el oscurecimiento de la fe y del sentido de Dios. Entonces la vida cristiana consiste esencialmente en las buenas acciones del hombre.

Error más moderado: afirma la necesidad de la gracia, pero también Gr 22 de 75 LA JUSTIFICACIÓN, 11 Semipelagianismo Error más moderado: afirma la necesidad de la gracia, pero también que el hombre puede dar el primer paso hacia la conversión sin gracia previa. El hombre podría querer convertirse por propia iniciativa, sin la gracia divina, aunque luego, para convertirse necesite el auxilio de Dios. Condenado por el 2º Concilio de Orange (año 529). Cualquier preparación que pueda haber en el hom- bre proviene del auxilio de Dios que mueve el alma al bien.

En el otro extremo, para Lutero, la naturaleza humana Gr 23 de 75 LA JUSTIFICACIÓN, 12 En el otro extremo, para Lutero, la naturaleza humana ha quedado de tal modo dañada por el pecado original, que no puede hacer nada bueno por sí misma. El hom- bre está siempre en pecado. El perdón de Dios consiste, para Lutero, en que Dios recubre nuestros pecados con los méritos de Cristo y nos declara justificados, pero de ahí no sigue ningún cambio interior en el alma, ni se produce una santifi- cación interior. Lo único que necesito, según Lutero, es tener fe en que Dios me ha perdonado y me tiene por justo, aunque sepa que sigo siendo peca- dor. No tiene cabida la posibilidad de una gracia sobrenatural que moviese al hombre a actuar bien.

Dios y libertad humana no son como dos fuerzas que se yuxta- LA JUSTIFICACIÓN, 13 Gr 24 de 75 Dios y libertad humana no son como dos fuerzas que se yuxta- ponen. La justificación es toda obra de Dios, y el hombre es to- talmente responsable de su justificación. Dios y el hombre con- curren en ella, pero en planos distintos: Dios como Creador y Fin del hombre; el hombre, como criatura. CCE 1993: “La justificación establece la colabo- ración entre la gracia de Dios y la libertad humana. Por parte del hombre se expresa en el asentimiento de la fe a la Palabra de Dios que lo invita a la conversión, y en la cooperación de la caridad al impulso del Espíritu Santo que lo previene y lo custodia”.

Dios es quien, ante todo, ha sido ofendido por el pecado. Sólo Él lo LA JUSTIFICACIÓN, 14 Gr 25 de 75 Dios es quien, ante todo, ha sido ofendido por el pecado. Sólo Él lo puede perdonar. Nadie se puede otorgar el perdón a sí mismo, ni puede dictar las condiciones para obtenerlo. “Dios nos espera, como el padre de la parábola, extendidos los brazos, aunque no lo merezca- mos. No importa nuestra deuda. Como en el caso del hijo pródigo, hace falta sólo que abra- mos el corazón, que tengamos añoranza del hogar de nuestro Padre, que nos maravillemos y nos alegremos ante el don que Dios nos hace de podernos llamar y de ser, a pesar de tanta falta de correspondencia por nuestra parte, ver- daderamente hijos suyos” (San Josemaría, Es Cristo que pasa 64).

Para los miembros de la Iglesia, el arrepentimiento, Gr 26 de 75 LA JUSTIFICACIÓN, 15 Para los miembros de la Iglesia, el arrepentimiento, fruto del amor a Dios sobre todas las cosas, incluye el propósito de confesar los pecados en el sacramen- to de la penitencia, y obtiene el perdón incluso de los pecados mortales. Es la contrición perfecta. No lo sería si faltase ese propósito de confesarse. Cumpliendo la voluntad del Padre, Jesucristo busca al pecador, de- sea convertirle y le ofrece constantemente el perdón. El pecado queda borrado, destruido. El hombre queda liberado de su pasado.

Al perdón de los pecados va unida la santifica- LA JUSTIFICACIÓN, 16 Gr 27 de 75 Al perdón de los pecados va unida la santifica- ción y renovación del hombre interior. Son dos aspectos de una misma acción de Dios que se produce de una vez. No hay instante en que estén perdonados los pecados sin santificación, ni santificación sin perdón de los pecados. La santificación supone un cambio en el sujeto. Recibe algo que antes no tenía: nada menos que una vida nueva. La naturaleza de la santificación, misteriosa, implica la comunión de la vida de Dios en lo más hondo del alma.

En el momento de infundirnos la gracia, Dios nos hace hijos suyos. Gr 28 de 75 LA JUSTIFICACIÓN, 17 En el momento de infundirnos la gracia, Dios nos hace hijos suyos. Nos engendra a una vida nueva en la que participamos de la filia- ción divina del mismo Cristo. 1 Jn 3, 1-2: “Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios, y lo seamos (...). Carísimos, ahora somos hijos de Dios”. Por ser hijo, el hombre justificado es tam- bién heredero. Tiene derecho a sus bienes: los dones necesarios para la santificación en esta vida; y en la vida eterna, la parti- cipación cara a cara en la vida de Dios Uno y Trino.

La justificación es don gratuito de Dios. Gr 29 de 75 La justificación es don gratuito de Dios. En este don podemos distinguir: La actuación amorosa divina en el origen y en el curso de la justificación (son las gracias actuales); La participación estable de la vida divina: gracia santificante (o habitual). Con la justificación son difundidas en nuestro corazón las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo.