En nuestro lenguaje No es lo mismo decir "vamos a estudiar la Teoría de la Evolución" que decir "vamos a tratar de interpretar por qué Charles Darwin desarrolló en el siglo XIX una Teoría sobre la Evolución". En ambas expresiones subyacen intencionalidades diferentes que guardan relación con distintas concepciones sobre la ciencia y, por ende, conducen a utilizar distintos modelos didácticos.

En los libros de texto Un análisis de los textos científicos más difundidos en Estados Unidos realizado por la antropóloga Emily Martín[1] muestra un aspecto insólito y provocador sobre el discurso biológico y médico: la incidencia de representaciones estereotipadas sobre los roles femeninos y masculinos en la forma en que se describen los órganos reproductivos de ambos géneros. Generalmente en estos textos, se valora que el ciclo reproductivo femenino esté diseñado para producir óvulos y preparar un ambiente adecuado para que puedan ser fertilizados y derivar en un embarazo, pero la valorización del sistema reproductivo femenino termina aquí. Al alabarlo como una empresa productiva, la menstruación tiene una connotación de “fracaso”. Los textos médicos la describen como el resultado de una necrosis, o muerte, del tejido uterino. De alguna manera pareciera que este sistema está generando productos inútiles, desperdicios, restos. En ciertos textos la comparación entre macho/hembra productivo/destructivo es mucho más explícita. Por ejemplo, al afirmar que los ovarios femeninos envejecen todos los meses aunque la mujer sea relativamente joven. Por el contrario la fisiología reproductiva masculina se muestra siempre de manera positiva. Martín rescata descripciones que alaban su potencia, riqueza y poder, como por ejemplo ésta: “Quizás la característica más llamativa de la espermatogénesis es su magnitud: el cuerpo masculino normal puede producir varios cientos de millones de espermatozoides por día”. Irónicamente esta autora se pregunta por qué se destaca la cantidad de espermatozoides producidos por los varones en lugar de ver este fenómeno como un desperdicio o un exceso inútil.

Asumiendo que el hombre produce cien millones de espermatozoides por día durante toda su vida reproductiva, llega a generar cerca de dos trillones de espermatozoides en su vida. En el caso de la mujer si asumimos que madura un óvulo por mes lunar o trece al año, en el curso de su vida reproductiva, habrá producido 500 óvulos. Si cada mujer tiene un promedio de dos o tres hijos, por cada bebé que da a luz desperdicia tan sólo 200 óvulos, mientras que el varón desperdicia un trillón de espermatozoides!!!!!. Martín también revela como en muchos libros de biología el discurso sobre las relaciones entre óvulos y espermatozoides tienen un sesgo religioso o una suerte de estilo real. La barrera productora del óvulo se denomina, a veces, vestidura, término reservado a vestimentas religiosas. El óvulo, de quien se dice que tiene una corona con células “guardianas”, se representa como una suerte de reina pasiva o bella durmiente a la espera del beso mágico de su compañero, el rey espermatozoide, que la va a devolver a la vida. El espermatozoide, por el contrario, parece tener una misión: moverse a través del tracto femenino genital, en busca del óvulo, realizar un viaje peligroso en la oscuridad, en el que algunos caen exhaustos y otros son héroes que sobreviven y asaltan el óvulo. [1]. Martin, Emily: The egg and sperm. fuente: http://www.dac.neu.edu/womens.studies/egg&sperm.htm