Parroquia El Calvario · Marbella Meditación basada en textos de Benedicto XVI y el libro “Pablo de Tarso y sus colaboradores”.

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Transcripción de la presentación:

Parroquia El Calvario · Marbella

Meditación basada en textos de Benedicto XVI y el libro “Pablo de Tarso y sus colaboradores”.

TEMA VI. BREVE BIOGRAFÍA DE SAN PABLO El Espíritu en nuestros corazones Conocemos lo que nos dice san Lucas sobre el Espíritu Santo en los Hechos de los Apóstoles al describir el acontecimiento de Pentecostés. El Espíritu en Pentecostés impulsa con fuerza a asumir el compromiso de la misión para testimoniar el Evangelio por los caminos del mundo. Después de haber meditado en lo que escribió san Pablo sobre el puesto central que ocupa Jesucristo en nuestra vida de fe, hoy veremos lo que nos dice sobre el Espíritu Santo y su presencia en nosotros.

Pablo maestro del Espíritu en nosotros. San Pablo nos habla del Espíritu desde otra perspectiva: analiza su presencia en la vida del cristiano, cuya identidad queda marcada por él. San Pablo reflexiona sobre el Espíritu mostrando su influjo no solamente sobre el actuar del cristiano, sino también sobre su ser; dice que el Espíritu de Dios habita en nosotros y que “Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su hijo” (Gal 4,6) Según san Pablo, el Espíritu nos penetra hasta lo más profundo de nuestro ser: “la ley del Espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte (…) pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abba, Padre! (Rm 8,2. 15), dado que somos hijos, podemos llamar “Padre” a Dios.

Prioridad del ser sobre el hacer. Así pues, el cristiano posee una interinidad rica y fecunda que le ha sido donada en los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación; nuestra dignidad consiste en que no sólo somos imagen, sino también hijos de Dios. Y esto es una invitación a vivir nuestra filiación, a tomar cada vez mayor conciencia de que somos hijos adoptivos de Dios. Dios nos considera hijos suyos, pues nos ha elevado a una dignidad semejante a la de Jesús mismo, el único Hijo verdadero.

Así descubrimos que para el cristiano el Espíritu ya no es sólo el “Espíritu de Dios”; tampoco es sólo un “Espíritu Santo”: es específica de la fe cristiana la convicción de que el Señor resucitado, el cual se ha convertido él mismo en “Espíritu de vida” (1 Co 15,45) nos da una participación original de este Espíritu. Por este motivo, san Pablo habla directamente del “Espíritu de Cristo” (Rm 8,9) del “Espíritu del Hijo” (Gal 4,6) o del “Espíritu de Jesucristo” (Flp 1,19). Es como si quisiera decir que no sólo Dios Padre es visible en el Hijo (cf. Jn 14,9), sino que también el Espíritu de Dios se manifiesta en la vida y en la acción del Señor crucificado y resucitado.

El Espíritu viene a nuestra ayuda para orar. San Pablo nos enseña también otra cosa importante: dice que no puede haber auténtica oración sin la presencia del Espíritu en nosotros “El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene -¡realmente no sabemos hablar con Dios!-; mas el Espíritu mismo intercede continuamente por nosotros con gemidos inefables y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión de los santos es según Dios” (Rm 8, 26-27) El Espíritu siempre activo en nosotros, suple nuestras carencias y ofrece al Padre nuestra adoración, junto con nuestras aspiraciones más profundas, lo que exige un gran nivel de comunión vital con el Espíritu: es una invitación a ser cada vez más sensibles, más atentos a esta presencia del Espíritu en nosotros, a transformarla en oración, a hablar con el Padre como hijos en el Espíritu Santo.

“El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones.” Hay además, otro aspecto típico del Espíritu que nos enseña san Pablo: su relación con el amor; “La esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5,5). En la encíclica Deus caritas est se cita una frase de san Agustín: “Ves la Trinidad si ves el amor” y se explica: “El Espíritu es esa potencia interior que armoniza el corazón de los creyentes con el corazón de Cristo y los mueve a amar a los hermanos como él los ha amado”. El Espíritu nos sitúa en el mismo ritmo de la vida divina, que es vida de amor, haciéndonos participar personalmente en las relaciones que se dan entre el Padre y el Hijo.

El Espíritu nos guía hacia la vida eterna Aprendamos de san Pablo que la acción del Espíritu orienta nuestra vida hacia los grandes valores del amor, la alegría, la comunión y la esperanza. Según san Pablo, el Espíritu es una prenda generosa que el mismo Dios nos ha dado como anticipación y al mismo tiempo como garantía de nuestra herencia futura.

San Pablo menciona como fruto del Espíritu el amor: “El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz…” (Gal 5,22) y si por definición el amor une, el Espíritu es ante todo creador de comunión dentro de la comunidad cristiana, como se dice al inicio de la Santa Misa: “La comunión del Espíritu Santo esté con todos vosotros” (2 Co 13,13). El Espíritu nos estimula también ha entablar relaciones de caridad con todos los hombres. Así comprendemos porqué san Pablo une estas dos exhortaciones “Sed fervorosos en el Espíritu” y “No devolváis a nadie mal por mal” (Rm 12, 11-17)

Reflexiones:  ¿Cómo podemos ser más sensibles y atentos a la presencia y acción del Espíritu Santo en nuestra vida cristiana?  ¿Qué frutos del Espíritu nos son hoy especialmente necesarios?  ¿Cómo puedo vivir yo más atento al Espíritu?