La Iglesia y el Espíritu Santo. En el Credo, después de haber profesado la fe en el Espíritu Santo, decimos: "Creo en la Iglesia una, santa, católica.

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Transcripción de la presentación:

La Iglesia y el Espíritu Santo

En el Credo, después de haber profesado la fe en el Espíritu Santo, decimos: "Creo en la Iglesia una, santa, católica y apostólica". Hay una conexión profunda entre estas dos realidades de la fe: es el Espíritu Santo, de hecho, quién da vida a la Iglesia, guía sus pasos.

688 CIC La Iglesia, comunión viviente en la fe de los Apóstoles que ella transmite, es el lugar de nuestro conocimiento del Espíritu Santo: – en las Escrituras que Él ha inspirado; – en la Tradición, de la cual los Padres de la Iglesia son testigos siempre actuales; – en el Magisterio de la Iglesia, al que Él asiste; – en la liturgia sacramental, a través de sus palabras y sus símbolos, en donde el Espíritu Santo nos pone en comunión con Cristo;

– en la oración en la cual Él intercede por nosotros – en los carismas y ministerios mediante los que se edifica la Iglesia – en los signos de vida apostólica y misionera – en el testimonio de los santos, donde Él manifiesta su santidad y continúa la obra de la salvación.

Al adorar a la Santísima Trinidad vivificante, consubstancial e indivisible, la fe de la Iglesia profesa también la distinción de las Personas. Cuando el Padre envía su Verbo, envía también su Aliento: misión conjunta en la que el Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero inseparables.

Sin ninguna duda, Cristo es quien se manifiesta, Imagen visible de Dios invisible, pero es el Espíritu Santo quien lo revela.

Je sús es Cristo, "ungido", porque el Espíritu es su Unción y todo lo que sucede a partir de la Encarnación mana de esta plenitud (cf. Jn 3, 34). Cuando por fin Cristo es glorificado, puede a su vez, de junto al Padre, enviar el Espíritu a los que creen en él: Él les comunica su Gloria (cf. Jn 17, 22), es decir, el Espíritu Santo que lo glorifica.

Sin la presencia y la acción incesante del Espíritu Santo, la Iglesia no podría vivir y no podría cumplir con la tarea que Jesús resucitado le ha confiado de ir y hacer discípulos a todas las naciones (cf. Mt 28:18).

¿Quién es el verdadero motor de la evangelización en nuestra vida y en la Iglesia? Pablo VI escribía con claridad: "Es Él, el Espíritu Santo que, hoy como al principio de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deje poseer y conducir por Él, que le sugiere las palabras que a solas no podría encontrar, disponiendo a la vez la preparación de la mente de quien escucha para que sea receptivo a la Buena Nueva y al Reino anunciado"

Para evangelizar, por tanto, es necesario una vez más abrirse a la acción del Espíritu de Dios, sin temor a lo que nos pida y a dónde nos guíe. ¡Confiémonos a Él! Él nos permitirá vivir y dar testimonio de nuestra fe, e iluminará el corazón de aquellos que nos encontremos.

Esta ha sido la experiencia de Pentecostés, los Apóstoles reunidos con María en el Cenáculo, "aparecieron lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos, y todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otros idiomas, la manera en que el Espíritu les daba que hablasen "(Hechos 2:3-4).

El Espíritu Santo al descender sobre los apóstoles, los hace salir de donde estaban encerrados por miedo, y los convierte en heraldos y testigos de las "grandes maravillas de Dios“. Y esta transformación obrada por el Espíritu Santo se refleja en la multitud que acudió al lugar y que provenía "de todas las naciones que hay bajo el cielo.

La unidad, la comunión Este es un primer efecto importante de la acción del Espíritu Santo que guía e anima el anuncio del Evangelio: la unidad, la comunión. En Babel, según la Biblia, había comenzado la dispersión de los pueblos y la confusión de las lenguas, como resultado del acto de soberbia y de orgullo del hombre que quería construir con sus propias fuerzas, sin Dios, "una ciudad y una torre cuya cúspide llegara hasta el cielo "(Génesis 11:04).

En Pentecostés, estas divisiones se superan. Ya no hay orgullo con Dios, ni oscuridad entre unos y otros, sino apertura hacia Dios: el salir para anunciar su Palabra: una nueva lengua, la del amor que el Espíritu Santo derrama en los corazones (cf. Rom 5,5), una lengua que todos pueden entender y que, una vez acogida, puede expresarse en cualquier vida y en todas las culturas.

A veces parece que se repita hoy lo que sucedió en Babel: divisiones, incapacidad para entenderse entre sí, rivalidad, envidia, egoísmo. ¿Yo que hago con mi vida? Creo unidad a mí alrededor, divido con las críticas, la envidia. ¿Qué hago? Pensemos en ello.

Llevar el Evangelio es proclamar y vivir, nosotros en primer lugar, la reconciliación, el perdón, la paz, la unidad, el amor que el Espíritu Santo nos da.

Recordem os las palabras de Jesús:

Del fuego de Pentecostés, de la acción del Espíritu Santo, se desprenden siempre nuevas energías de misión, nuevas formas para proclamar el mensaje de la salvación, nuevo valor para evangelizar.

Escuchemos en nosotros "la dulce y confortadora alegría de evangelizar" (Papa Francisco, Exhortación Apostólica, “La Alegría del Evangelio”) Porque evangelizar y anunciar a Jesús nos da alegría. En cambio el egoísmo nos da amargura, tristeza, nos lleva hacia abajo. Evangelizar nos lleva hacia arriba.

Una Iglesia que evangeliza debe comenzar siempre con la oración, con el pedir, como los Apóstoles en el Cenáculo, el fuego del Espíritu Santo. Sólo la relación fiel e intensa con Dios permite salir de la propia oscuridad y anunciar el Evangelio con atrevimiento. Sin la oración nuestras acciones se convierten en vacío y nuestro anunciar no tiene alma, no está animado por el Espíritu.

Queridos amigos, como dijo Papa Benedicto XVI, hoy la Iglesia "siente sobre todo el viento del Espíritu Santo que nos ayuda, nos muestra el camino justo; y así, con nuevo entusiasmo, estamos en camino y damos gracias al Señor“.

"Espíritu Santo", tal es el nombre propio de Aquel que adoramos y glorificamos con el Padre y el Hijo. La Iglesia ha recibido este nombre del Señor y lo profesa en el Bautismo de sus nuevos hijos (cf. Mt 28, 19).

El término "Espíritu" traduce el término hebreo Ruah, que en su primera acepción significa soplo, aire, viento. Jesús utiliza precisamente la imagen sensible del viento para sugerir a Nicodemo la novedad transcendente del que es personalmente el Soplo de Dios, el Espíritu divino (Jn 3, 5-8).

Los apelativos del Espíritu Santo CIC 692 Jesús, cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu Santo, le llama el "Paráclito", literalmente "aquel que es llamado junto a uno", advocatus (Jn 14, ; 15, 26; 16, 7). "Paráclito" se traduce habitualmente por "Consolador", siendo Jesús el primer consolador (cf. 1 Jn 2, 1). El mismo Señor llama al Espíritu Santo "Espíritu de Verdad" (Jn 16, 13).

El Espíritu Santo y la Iglesia La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo. Esta misión conjunta asocia desde ahora a los fieles de Cristo en su comunión con el Padre en el Espíritu Santo: El Espíritu Santo prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo.

Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para entender su Muerte y su Resurrección. Les hace presente el misterio de Cristo, sobre todo en la Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a la comunión con Dios, para que den "mucho fruto" (Jn 15, ).

CIC 742 "La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: Abbá, Padre" (Ga 4, 6).

Desde el comienzo y hasta de la consumación de los tiempos, cuando Dios envía a su Hijo, envía siempre a su Espíritu: la misión de ambos es conjunta e inseparable.

 744 En la plenitud de los tiempos, el Espíritu Santo realiza en María todas las preparaciones para la venida de Cristo al Pueblo de Dios. Mediante la acción del Espíritu Santo en ella, el Padre da al mundo el Emmanuel, "Dios con nosotros" (Mt 1, 23).

El Hijo de Dios es consagrado Cristo (Mesías) mediante la unción del Espíritu Santo en su Encarnación (cf. Sal 2, 6- 7).

Por su Muerte y su Resurrección, Jesús es constituido Señor y Cristo en la gloria (Hch2, 36). De su plenitud derrama el Espíritu Santo sobre los Apóstoles y la Iglesia.

 El Espíritu Santo que Cristo, Cabeza, derrama sobre sus miembros, construye, anima y santifica a la Iglesia. Ella es el sacramento de la comunión de la Santísima Trinidad con los hombres.

Renovemos cada día la confianza en la acción del Espíritu Santo, la confianza que Él obra en nosotros, Él está dentro de nosotros. Él nos da el fervor apostólico, nos da la paz, nos da la alegría. Renovemos esta confianza, dejémonos guiar por Él, seamos hombres y mujeres de oración, que dan testimonio del Evangelio con valentía, convirtiéndose en instrumentos en nuestro mundo de la unidad y de la comunión de Dios.

Él Espíritu Santo nos recuerda las palabras de Jesús y las imprime en nuestros corazones. Él es la ley inscrita en nuestro interior, donde tomamos las decisiones.

Él Espíritu Santo, además, nos lleva a la inteligencia de la verdad completa. El es quien suscita el sentido de la fe en los creyentes creando una comunión, cada vez más profunda con Cristo. Mediante el Espíritu Santo el Padre y el Hijo hacen morada en nosotros. Papa Francisco