En la novela Rojo, amarillo y verde, Alfredo Cutipa, un ex militar boliviano del régimen dictatorial de 1980, exiliado en Montreal, decide escribir la historia que vivió en sus años de castrense. Durante el proceso de escritura y rememoración de los hechos que narra, leemos su encuentro cotidiano con las culturas, lenguas y vivencias cotidianas forjadas en las calles, antros, restaurantes y metro de Montreal. Se yuxtapone así la experiencia cotidiana del presente con la reminiscencia de personas ya muertas, con las que mantiene un diálogo constante. Con lo cual su memoria se confronta, a todo lo largo del relato, con lo que oyó, vivió e hizo como militar en Bolivia. Lo cual lo define como personaje. Vive con la conciencia de haber participado, aún de manera pasiva, en las represiones, violaciones y masacres perpetuadas por la dictadura del coronel Banzer. Es así que se ve perdido en el laberinto de la urbe y, más que nada, de sí mismo. De ahí que, en Montreal, conoce a una mujer kurda cuyo nombre es “Bolivia.” Personaje algo espectral que aparece y desaparece de su vida y con quien las conversaciones giran en torno a la búsqueda o negación de raíces nacionales; Alfredo busca y rechaza un país teñido de sangre en nombre de la patria, y la kurda busca un país que no existe, y por el cual lucha para que sea reconocido, recurriendo a las armas. Dos visiones que se encuentran y chocan en una relación amorosa, más onírica que cierta. Símbolos y metáforas que dan vida el espacio que poco a poco se forja y se vuelve eje de la novela: Montreal. Ángel Mota Berriozábal. "Una kurda llamada Bolivia y otras vejaciones de Alejandro Saravia". Hispanophone, 21-04-2018