En este 2do domingo después de Pentecostés la Iglesia celebra

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Transcripción de la presentación:

En este 2do domingo después de Pentecostés la Iglesia celebra la solemnidad del Corpus Christi, del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

que Dios hizo con su pueblo y que Cristo selló con su sangre. Mediante las lecturas de hoy, la Iglesia quiere recalcar la nueva y eterna alianza que Dios hizo con su pueblo y que Cristo selló con su sangre.

En la primera lectura del libro de Éxodo se narra que Dios que había sacado a su pueblo de la esclavitud de Egipto para hacerlo un pueblo de hombres plenamente libres, hizo con ellos un pacto, una alianza: Él sería su Dios y ellos serían su pueblo.

Este texto nos muestra cómo se desarrolló este pacto. - El altar, representa a Dios. - La sangre significa vida. Moisés derramó esa sangre sobre el altar y luego sobre el pueblo. Esto indica la unión entre Dios y su pueblo, porque es la misma sangre, la misma vida, la que une el altar (Dios) y el pueblo.

Los términos de esa alianza, quedaron escritos. Son los mandamientos.

de clanes y tribus dispersas, Fue en la alianza hecha en el desierto, celebrada con este ritual, cuando un grupo de clanes y tribus dispersas, tomaron conciencia que eran un solo pueblo y una sola nación, con un nombre propio (Israel), con un destino y con una tierra de pertenencia; con una ley original (los mandamientos), que les daba la orientación de la vida, con un culto específico, con sus rituales y sus fiestas.

por eso en la última cena, Jesús recordando la otra Alianza, Pero era necesario un pueblo de Dios que fuera el fermento que propagara ese mensaje, por eso en la última cena, Jesús recordando la otra Alianza, indica que ahora, es Él quien derramará su sangre por una muchedumbre que somos todos nosotros, su Iglesia, el nuevo pueblo de Dios.

y constituimos el verdadero Pueblo de Dios. Por esta incorporación a Cristo, todos somos en él herederos de las promesas y constituimos el verdadero Pueblo de Dios. (Ga 3,16.28-29)

Todos somos cuerpo de Cristo, pues todos comemos de un mismo pan que es el cuerpo de Cristo Muerto y resucitado. Todos somos un mismo Pueblo de Dios, Iglesia, peregrinos en Cristo hacia el Reino de Dios, alimentados por Cristo con su propia carne: “Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre”.

Sólo en Cristo y por Cristo constituimos un pueblo, un cuerpo, una Iglesia comprometida con Cristo en su muerte y resurrección para dar vida al mundo.

La solemnidad del Corpus Christi comprende dos momentos: la santa misa, en la que se realiza la ofrenda del Sacrificio, y la procesión, que manifiesta públicamente la adoración del santísimo Sacramento.

La comunión sólo es auténtica cuando no se privatiza ni se apropia, cuando comulgar con Cristo significa también comulgar con los hermanos, más aún, con todos los hombres: recibimos un cuerpo que se entrega por nosotros y por todos los hombres. El que comulga se compromete con Cristo y con los que son de Cristo, como un solo hombre, en el sacrificio de Cristo, en la salvación del mundo (“Eucaristía” 1972).

La comunión exige también dar el cuerpo y la sangre por los hermanos, así como Jesús lo ha hecho por nosotros: “Tomad y comed todos de el, porque esto es mi cuerpo (vida, estudio, tiempo, carismas, energías y esperanzas), que será entregado por vosotros”. “Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre (cruces, sufrimientos, debilidades, carencias, fatigas y angustias) que será derramada por vosotros” (Mt. 26,26-28).

La Eucaristía bien vivida nos cristifica.

Jesús como pan de vida se contrapone al maná y también a la ley. En Jesús la tierra prometida es una realidad para todo el que lo siga. En pasajes como Números 14,21-23; Josué 5,6; Salmo 95,7 queda claro que la razón por la cual el pueblo de Israel no llegó a la tierra prometida, fue por no escuchar la voz de Dios.

de la vida que a la temporalidad. 1. Yo soy el pan vivo. Jesús es el pan vivo porque es el enviado del Padre, que es quien posee la vida y se la ha conferido. A la vida que procede de Dios se le denomina vida eterna. La expresión atiende más al origen y cualidad de la vida que a la temporalidad.

2. El que coma de este pan vivirá para siempre. Jesús posee la vida de Dios y la transmite a los humanos. El que me coma vivirá gracias a mí. Ahora sí se resalta explícitamente la dimensión de la temporalidad-eternidad. No es como el pan de vuestros antepasados, que lo comieron y murieron.

Jesús pasa de la figura del maná a la del Cordero en el mismo contexto del Éxodo. Ambos términos pertenecen al criterio del alimento. No hay don del Espíritu donde no hay don de la carne, porque a través de ella el don de Dios se hace concreto y adquiere realidad para el hombre. No existen dones divinos que no tengan expresión en la carne.

y forma comunidad con Jesús. 3. El pan es mi carne. Se trata de otra formulación de la primera afirmación. La carne y la sangre de Jesús son expresiones para designar a Jesús como ser humano y concreto. A través de esta comida el ser humano hace suya la vida divina y forma comunidad con Jesús.

en la metáfora del pan; pero pasar a decirles Los judíos no entendían este lenguaje de Jesús, para ellos fue claro mientras se mantuvo en la metáfora del pan; pero pasar a decirles que comieran “su carne” no les cabía en la cabeza. Y se torna menos inteligible cuando añade “beber su sangre” para responder a la pregunta De “¿Cómo puede darnos a comer su carne?” (Jn 6,52). Los hebreos no comen carnes ahogadas, es decir, con la sangre adentro, porque esto sería comerse la vida, por ello la sangre vertida es figura de la muerte. La separación de carne y sangre indican la muerte. Jesús va a dar de comer su carne muriendo. Cuando se separen su carne y su sangre, se verá la vida y el amor que hay en Él.

que supera toda muerte... “yo lo resucitaré” (Jn 6,44). En el cordero la carne alimentó la salida de la esclavitud y su sangre liberó de la muerte. Ahora la carne del cordero es alimento permanente y su sangre da vida definitiva que supera toda muerte... “yo lo resucitaré” (Jn 6,44).

Comulgar implica una relación con la vida y la muerte salvífica de Jesús. Es tan profundo y de tanta responsabilidad este misterio que Pablo dice: “Quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condena” (1 Cor 11,29).

¡Oh memorial de la muerte del Señor, pan vivo, que das vida al hombre! Da a mi alma que de ti viva, y disfrute siempre de tu dulce sabor. Piadoso pelícano, Jesús Señor, límpiame a mí, inmundo, con tu sangre; una de cuyas gotas puede limpiar al mundo entero de todo pecado. ¡Oh Jesús, a quien ahora veo velado! Te pido que se cumpla lo que yo tanto anhelo: Que, viéndote finalmente cara a cara, sea yo dichoso con la vista de tu gloria. Amén.

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