Virtudes 18 3ª, 32 Caridad 4 El amor hacia Dios.
Estamos viendo la virtud de la caridad que, cuando nos estamos refiriendo más directamente a Dios, la solemos llamar «amor». Si nosotros debemos amar es porque primeramente Dios nos ha amado. Es decir, que todo amor tiene su principio y modelo en el amor de Dios. Dios, decíamos, puede tener muchos calificativos y títulos honrosos en cuanto a grandeza y magnificencia; pero, como nos dice san Juan, el título más grandioso y significativo es: «Dios es Amor».
Ese amor de Dios se nos ha manifestado de una manera directa por medio de Jesucristo. Decía Jesús: «Como mi Padre me ha amado, así os he amado yo». Y esto lo decía en aquel efluvio de amor que fueron las manifestaciones amorosas en la Última Cena. Pero toda la vida de Jesús, con su muerte y resurrección, es como un fruto del amor de Dios para con nosotros.
Si Dios nos ama, debe salir de nosotros una correspondencia de amor, que al mismo tiempo será nuestra felicidad. Y como el amor de Dios se difunde por todas las criaturas, que Dios ama porque las ha hecho, como decíamos, nuestro amor a Dios debe extenderse por todas las cosas que Dios ama: las cosas que son buenas, no el pecado que es fruto del mal uso de la libertad. Y amar con caridad que es la virtud fruto de los actos buenos que constantemente hagamos.
A veces se nos hace muy difícil comprender lo del amar a Dios a quien no vemos. Por eso debemos buscar el camino más fácil que es amar a Jesucristo. Él es imagen de Dios invisible, es el resplandor de su gloria, en quien brilla sobre todo el amor de Dios. Por lo tanto, cuando amamos a Jesucristo, amamos a un hombre que es Dios. Y por lo tanto estamos amando verdaderamente a Dios y cumpliendo su primer mandamiento.
Veamos algunos modos o maneras de amar a Dios Veamos algunos modos o maneras de amar a Dios. Dijimos en su momento sobre la amistad con Dios. Podemos tener una verdadera amistad. Para eso hay que fomentarla con cada una de las tres personas divinas: Con Dios Padre como verdaderos hijos; con Dios Hijo, Jesucristo, que ha querido ser nuestro hermano y Salvador; y con el Espíritu Santo, que es la personificación del amor de Dios y nuestro santificador.
Suele haber unas señales que nos indican si tenemos verdadero amor a Dios, y de ellas nos podemos examinar: 1) Amar a Dios quiere decir complacerle en todo y no darle disgustos. Esto quiere decir lo de: guardar los mandamientos. De hecho el primer mandamiento es amar a Dios sobre todo. Pero, si no cumplimos los otros mandamientos, es señal de que no queremos complacer a Dios y no le amamos.
2) Pensar con gusto en Dios y tenerle siempre en el corazón 2) Pensar con gusto en Dios y tenerle siempre en el corazón. Para muchas personas cuyo pensar y sentir es nada más que lo material, les será muy difícil pensar con cariño en Dios. Cuando hay dos personas enamoradas ¡Qué fácil es pensar con gusto en el otro! Pues así hacían y hacen los santos para con Dios. Alguno dirá que no tiene madera de santo. Todos lo tenemos si nos lo pretendemos con la ayuda de Dios. Será nuestra gran felicidad.
Él está de una manera especial en el Sagrario, en la Eucaristía. 3) Estar a gusto a su lado. De hecho Dios siempre está a nuestro lado y dentro de nosotros. Pero, si lo consideramos concretamente respecto a Jesucristo, Él está de una manera especial en el Sagrario, en la Eucaristía. Y cuando estamos en la iglesia, en la misa está Jesús y podemos estar a gusto con El. Y podemos hablarle hacia el sagrario, cuando estamos allí o aun cuando estemos en otro lugar, especialmente si pasamos cerca de un sagrario.
4) Sentir gusto cuando oímos hablar de Dios 4) Sentir gusto cuando oímos hablar de Dios. Las personas que aman a Dios, cuando oyen que en la radio, o en otro lugar, están hablando de Dios, sienten un gusto en oír que se hable de El. Y luego les es más fácil decir a Dios (o al Padre, al Hijo o al Espíritu Santo): «Te amo, te amo con todo el corazón». Y a veces dan besos al crucifijo, que van dirigidos a Jesús, que está en el cielo y en nuestro corazón.
Otros sienten un amor tierno a María, la Madre de Jesús, y la dan algún beso en alguna imagen grande o pequeñita, sabiendo que va dirigido a la Madre que está en el cielo. Y los santos llegan a sufrir con gusto unidos a Jesucristo que sufrió por nosotros, estando dispuestos hasta dar la vida con gusto por amor a Dios, si es posible.
Para amar a Dios con gusto debemos conocerle lo mejor posible. Si lo hemos hecho poco, aprovechemos el tiempo que tengamos de vida. San Agustín, cuando ya conoció más íntimamente a Dios, decía con el amor profundo que le salía del corazón: «Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé».
Tarde te amé, Automático
Hermosura tan antigua y tan nueva,
Tarde te amé.
Tu estabas dentro de mi, yo estaba fuera.
Y por fuerza te buscaba, y me lanzaba sobre el bien y la belleza creados por Ti.
Tu estabas conmigo, yo no estaba contigo; yo no estaba conmigo.
Me retenían lejos las cosas, no te veía ni sentía, ni te echaba de menos.
mostraste tu resplandor y pusiste en fuga mi ceguera.
Exhalaste tu perfume y respiré;
y suspiro por Ti.
Gusté de Ti y siento hambre sed.
Tú me tocaste y me abrazo en tu paz.
Tarde te amé,
Hermosura tan antigua y tan nueva.
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Cuando domina el amor de Dios aparece más la alegría de la vida. El amor de Dios, cuando es correspondido suficientemente, transforma a la persona, porque esa nueva vida que se tiene en el alma va adquiriendo protagonismo y hace cambiar el ser y luego el actuar. Pero también transforma el mundo, que vive en tinieblas, como decía san Juan, cuando es iluminado con la luz que nos trajo Jesucristo, que es Él mismo. Cuando domina el amor de Dios aparece más la alegría de la vida.
El reino del amor de Dios viene a destruir el reino del demonio, que es el reino del egoísmo, la mentira y el odio. Cristo vino a enseñarnos el amor que se sacrifica y se entrega. Donde se establece, el mundo se transforma; pero muchas veces está medio oculto. Llegará el día en que triunfe el amor de Dios en la humanidad y el mundo del egoísmo y odio terminen por morir.
Desde el momento que Cristo murió, el ambiente del amor de Dios se va extendiendo, quizá de forma callada pero firme. Miles de personas han dado su vida por ese augusto amor, y otros se han ido quemando como la vela desgastada en honor al Dueño del alma. Y aunque haya mucho egoísmo y odio, el justo es dominado por el amor aparecido en Jesús.
El amor de Dios es infundido juntamente con la gracia santificante El amor de Dios es infundido juntamente con la gracia santificante. Es derramado sobre la persona, como decía san Pablo. Es como si Dios mismo se regalase a esa persona juntamente con el amor. De esto hablan san Juan y san Pablo. En este proceso el Padre celestial configura al ser humano a imagen suya, que es como decir a imagen de su amor. Por esto queda como deificado.
El justo es como un resplandor del amor celestial, ya que esta nueva existencia, o nueva vida, está caracterizada por el amor. Así que la novedad de la vida y mensaje de Jesucristo es la novedad del amor. Cierto que sólo la fe puede captar este hecho de vida; pero la fe nos dice que el justo es reflejo del amor de Dios. Y por eso brilla ante Dios, de modo que cuanto más crece en el amor de Dios, más crece su verdadera personalidad.
El principal reflejo del amor de Dios es Jesucristo, a través de quien nos vienen todas las gracias. Pero después de subir al cielo envió al Espíritu Santo para que en la Iglesia sintamos el fuego de Dios de una manera más vivencial. Por lo tanto vivamos el amor de Dios por medio de la imitación de Jesucristo y por medio del diálogo lo más permanente posible con el Espíritu Santo, que es el amor personificado de Dios dentro de nuestro ser.
Vivir en Jesucristo, decía san Pablo, es vivir en el amor de Dios Vivir en Jesucristo, decía san Pablo, es vivir en el amor de Dios. El camino normal para participar en el amor de Dios es el mismo que conduce a la unidad con Jesucristo. E igualmente a la unidad con el Espíritu Santo. Varias veces aparece en la Sda. Escritura el amor junto con el Espíritu Santo, como cuando decía san Pablo: «Debemos proceder con Espíritu Santo y con amor sincero» (1 Cor. 6,6).
El Espíritu Santo y el amor van unidos cuando se habla de sus dones El Espíritu Santo y el amor van unidos cuando se habla de sus dones. También en los frutos del Espíritu Santo aparece siempre la caridad junto con otras virtudes relacionadas, como la benignidad. La caridad, por eso, es algo muy grandioso, es como una flor hermosa que procede del Espíritu Santo y quiere quedarse dentro de lo más profundo de nuestro corazón.
El amor a Dios va siempre unido al amor al prójimo, sobre todo desde que lo aclaró Jesucristo. Pero el amor de Dios es lo primero. Es como la fuente para llenarnos del agua de la alegría. Ojalá de vez en cuando podamos decirle con todo el ardor del alma: Yo te quiero, yo te quiero, siento un fuego que me abrasa.
Yo te quiero Automático
Siento un fuego que me abrasa.
Yo te quiero
Tu eres Dueño de mi alma.
Yo te quiero
Siento un fuego que me abrasa.
Yo te quiero
Tu eres Dueño de mi alma. Hacer CLICK
Esta acción de amor del ser humano hacia Dios, procede del mismo Dios Esta acción de amor del ser humano hacia Dios, procede del mismo Dios. Él es quien nos da este impulso. San Juan decía: «el amor viene de Dios». Así que el amor del hombre es la manifestación del amor infundido por Dios en él. Es por lo tanto cosa de Dios, pero también del hombre. Por esto la acción del hombre no se pierde, porque está dentro de su propia libertad. Es portador del amor que viene de Dios, pero lo hace suyo, personal.
En el Ant. Test. también existía esta frase de amar a Dios («amarás a Dios con todo tu corazón»). Pero más bien significaba: estar de parte de Dios, estar presente ante Él, tener tiempo para Él, escucharle con atención, someterse a su dominio, preferir la instauración de su reino a todo lo demás.
Esa frase de «amarás a Dios» en el Ant. Test Esa frase de «amarás a Dios» en el Ant. Test. podría significar también: fundar toda la existencia en Dios, permanecer en Él con incondicional confianza, abandonar en sus manos toda preocupación y responsabilidad, vivir de sus dones. Y también: Odiar y despreciar todo lo que no está al servicio de Dios ni viene de Él, destruir todos los impedimentos para el camino hacia Dios.
Alguno quizá diga que no tiene tiempo para hablar con Dios por causa de tantas ocupaciones materiales que tiene. Pues es verdad: las demasiadas preocupaciones materiales suelen impedir estar más a solas con Dios. Por eso muchos santos solían retirarse de todo lo material y las buenas personas buscan algunos días o tiempos para retirarse. Pero todos pueden aprovechar algunos tiempos: al levantarse y acostarse, al estar solos en un viaje o caminando, como la Virgen María yendo a visitar a su prima Isabel.
Jesucristo especifica algunos de los impedimentos que nos pueden apartar del trato con Dios : las riquezas y la ambición. Para Jesús, quien pretende amontonar riquezas es hombre de poca fe sin esperanza para el reino de los cielos. Y sobre la gloria y la ambición como impedimento hablaba Jesús cuando a veces se dirigía a los fariseos, llenos de ambición material a pesar de creerse que eran «justos».
Jesucristo nos enseña un amor a Dios diferente del sólo estar sometido a su dominio. Jesús habla de un amor como humano, de una verdadera amistad. Se suele decir que nuestro amor al Padre debe pasar a través de Cristo, que es el camino. Pero no necesariamente, ya que Jesús mismo nos enseñó a dirigirnos directamente al Padre en la oración del «padrenuestro». Y la mayoría de las oraciones litúrgicas son dirigidas al Padre. Eso sí: por Jesucristo en unión del Espíritu Santo.
Lo cierto es que quien vive en unión con Jesucristo realiza de forma espontanea la continua y eterna entrega al Padre; Y será inflamado por el amor con que Cristo se dirige al Padre. Y para entrar en esa unidad con Cristo, tenemos al Espíritu Santo, que es el mismo amor de Dios personalizado. El Espíritu Santo ama al Padre por medio de Jesucristo. Es un misterio de amor que lo comprenderemos en la otra vida; pero que es fuente y vida de nuestro amor a Dios.
Nuestro amor es, por tanto, participación del amor del Padre y del Hijo. Es como el eco o resonancia de ese amor que se da en la misma interioridad de Dios. Pero junto con el amor a Dios está el amor al prójimo, de modo que desde Jesucristo forman una unidad. Como decía san Gregorio Magno, papa: «Estos dos amores son dos anillos, pero una sola cadena, dos acciones, pero una sola virtud, dos obras pero una sola caridad, dos méritos ante Dios, pero es imposible encontrar el uno sin el otro».
Ahora estamos viendo el amor a Dios; pero ya iremos viendo más despacio, porque hay más casos que tratar, todo lo relativo a la verdadera caridad con nuestros semejantes. De hecho «el amor a Dios engendra el amor al prójimo y el amor al prójimo enciende el amor a Dios». En realidad uno ama por caridad a su prójimo, si le ama por Dios. No se puede decir que ama de verdad a los demás, si no ama a Dios
Por lo tanto entre tantos destinos que puede tener nuestro amor, el primero y principal es el amor a Dios. Todos los demás amores están supeditados y deben proceder del amor que dirigimos a Dios. Hagamos hoy un acto profundo de amor a Dios y le pidamos que nos lo aumente. Y, si tenemos confianza y humildad para hablar con amor a Dios, terminemos diciéndole: ¿Qué si te amo? Tu sabes cuánto te amo.
¿Que si te amo? Sí, Señor. Automático
Tu sabes cuánto te amo.
Oí tu voz decir: ¿Me amas? - Sí, Señor.
Tu lo sabes. -¿Me amas? – Te amo.
¿Que si yo te amo?
¡Tu lo sabes bien!
¿Que si yo te amo?
Tu sabes si es verdad.
¿Que si yo te amo?
Tu lo sabes todo.
¿Que si yo te amo?
Te amo, sí. Y te seguiré.
Que María nos ayude a amar más a Dios, para poderle amar eternamente. AMÉN